El reloj marcaba las cinco de la mañana. Me vi desplomada sobre la isla de la cocina en espera de Peter. Ya debería estar en casa para emprender nuestro viaje hacia la costa Argentina. Mar de las Pampas, más precisamente. Sería nuestro primer veraneo a solas. Era ya la tercer semana de Enero. Tenía unas ganas locas de irme junto a él. Sentía que era un momento que como pareja necesitábamos de algo como ello. Un lugar, sólo para nosotros dos. Oí murmullos a mí alrededor y sentí como alguien me tomaba de la cintura y se acercaba a mí.
-Amor... amor- me susurraron con tranquilidad. Me incorporé de golpe sin entender nada de lo que sucedía.
-¿Qué? ¿Qué pasó?- pregunté aturdida.
-Ya nos vamos- dijo Peter corriendo el flequillo de mi cara hacia un costado.
-Te quedaste dormida sobre la mesa, hija- dijo mamá largando una risita.
-¡Es que no es hora de viajar! ¡¿A quién se le ocurre?!- grité dirigiendo mi mirada hacia Peter, quien me sonreía con cara de "yo no fui".
-¿Vamos o preferís seguir durmiendo sobre la isla?- dijo Peter risueño. ¿Cómo podía tener ese humor a las cinco y media de la mañana? Era admirable.
-Vayan, vayan- dijo papá tomando mi valija.
-Tengan cuidado chicos, por favor... maneja con cuidado Peter... sean prudentes...
-¡Ya mami!- la interrumpí. Pocas ganas tenía de escuchar sus consejos en plena madrugada.
-Quedate tranquila María, yo cuido de Lali- dijo
saludándola.
-¡Ay quedate tranquila María, yo cuido de Lali!-lo burlé.
–Tengo veintidós años como para que me estén cuidando- me quejé caprichosa. Mamá, papá y Peter se echaron a reír. Adoraban fastidiarme.
-Disfruten chicos y tengan cuidado- dijo papá ya en la puerta de casa. Me abracé a ellos y Peter también se despidió. Papá ayudó a poner mi bolso en el baúl del Clio. Nos despedimos por segunda vez y partimos hacia la ruta que nos llevaría a nuestras tan ansiadas vacaciones.
-Hoy sos vos la que tiene ojos chinitos- me dijo Peter al tiempo que me miraba de reojo.
-Lo tuyo es natural... no voy a poder igualarte... lo mío es sólo producto del sueño.
-Dormí un ratito Lali... no me molesta- dijo poniendo su mano sobre mi rodilla.
-¡No da!- grité escandalizada. -¿Qué clase de copiloto me crees?- dije fingiendo ofensa.
-La mejor- dijo con la vista al frente, pero vi su sonrisa torcida.
Si hay algo que no me gusta de viajar es justamente el viaje, valga la redundancia. ¿Qué tiene de entretenido estar rodeada de girasoles, de animales de ganadería, de pasto seco? Sinceramente, admiro a quienes se distienden en plena ruta. Durante las seis horas de viaje nos dedicamos a charlar sobre cualquier tema, escuchamos música de todos los estilos habidos y por haber, tomamos café con el propósito de no dormirnos y en cada peaje nos regalamos un beso.
Eran ya las once de la mañana cuando cruzamos el arco de bienvenida de Mar de las Pampas. Al fin habíamos llegado. Habíamos alquilado una casita pequeña en una posada llamada "Cómo en casa". No habían hecho alarde sobre su nombre. Era un encadenamiento de casitas pequeñas, de todos los colores. Se asemejaba mucho con las cabañas de "La Ursulina". Todas rodeaban un extenso parque con una arboleda bien frondosa y flores de todos los colores. Detrás de ellas había otra extensión de parque en donde se hallaba una pileta de mediano tamaño y sillas plásticas para que pudiésemos tomar sol. Entramos al pequeño complejo con el auto. Nuestra casa estaba pintada de amarillo pastel. Era techo a dos aguas con tejas coloradas. Estaba cercada con madera y un pequeño dec bordeaba todo el exterior. A sus costados sólo había arbustos de un verde llamativo. Dejamos allí el auto. Al tiempo que descendíamos una mujer de pelo blanco impoluto de acercó a nosotros. Era la esposa del dueño de la posada. Saldamos cuentas y nos entregó la llave. El interior de la casa estaba forrado de madera. Tenía una salita pequeña con un sillón de mimbre y almohadones floreados. Un perchero detrás de la puerta. Un desayunador dividía la salita de la cocina-comedor. En el centro de ésta había una mesa redonda con cuatro sillas a juego. Tenía una ventana bowindow hacia la parte trasera de la posada. Hacia la izquierda había un pequeño pasillo. Sólo restaba un baño bastante amplio y cómodo. Y por último la habitación. Las paredes eran del mismo color del exterior. En el centro había una cama matrimonial y a sus costados mesitas de noche. Una placard empotrado bastante pequeño y una cómoda con espejo y televisor frente a la cama. Había un enorme ventanal cuya vista daba en dirección a la pileta.