Hacía ya tres días que amanecía sonriente al ver a Peter tumbado en la cama junto a mí. Tres días en los que lo despertaba sólo para que me mimase. Tres días en los que cada noche hacíamos el amor. Ni esta mañana, ni esta noche serían la excepción.
-¡Ya Lali!- me gruño al sentir como sacudía su brazo. Yo sólo reía.
-¡Peter! ¡Peter! ¡Peter!- le canté.
-¿Por qué me haces esto?- me preguntó enojado al tiempo que escondía su cabeza bajo la almohada.
-¡Dale Peter!- le seguí cantando. Me volví más pequeña que de costumbre y busqué en su cuerpo un hueco en el cual hundirme. Haciendo malabares me acurruqué en su pecho y respiré sobre su cuello.
-Definitivamente las reglas de este noviazgo son poco equitativas- se quejó sin soltarme. –Nunca puedo dormir más tiempo que vos porque me despertás sólo en busca de mimos... pero si yo me despierto antes e intento levantarte sólo gano unos cuantos gruñidos.
-Ya lo se, no me digas nada... soy irresistible... tu debilidad y perdición... te puedo... me ves y cortas polea ¿no?- dije divertida.
Él se echó a reír con ganas y me abrazó con más fuerza al tiempo que me besaba en la frente. Por un extraño milagro todas las mañanas de Miramar despertaba de muy buen humor. Aquello desencadenaba la alegría matutina de Peter. Nos hacíamos reír mutuamente, y eso estaba bueno.
Aquel mediodía almorzamos dentro de la casa y nos la pasamos toda la tarde en la playa. Habíamos elegido un lugar poco poblado para tener un poco más de intimidad. Lona, juego de mate, guitarra y besos eran los cuatro condimentos que necesitábamos para pasar un buen momento. Teníamos frente a nosotros la puesta del sol y un mar salvaje. Había refrescado. El miedo de Peter junto a mis antecedentes bronquiales me obligaron a ponerme un pantalón de puño bien finito y un buzo con lunares de colores. Estaba encapuchada para que mis oídos no zumbasen.
-Cantame algo- me pidió. Había terminado de cebar el último mate al tiempo que devoraba, literalmente, las galletitas de frambuesa.
-¿Qué queres que te cante?
-No se... algún tema tuyo... alguno de los que cantabas con Gas... no se...
-¿Es necesario?- pregunté desganada. Sin Gas mi voz no era la misma, indiscutiblemente.
-Por favor- me pidió haciéndome ojitos. Reí y tomé la guitarra. Me senté cruzada de piernas frente a él. –No me digas que no se te ocurre ningún tema...
-No- dije riendo.
-Mira el mar y vas a ver como nace solo el tema- y así lo hice. Tardé largos minutos hasta que por fin comencé a acariciar la guitarra con la púa.
"Hace tiempo que en mi vida desapareció el color, no encontraba la salida dentro de mi corazón, sólo había un gran vacío y frustración, ahora se que ese miedo lo cambio por amor. Despiértame así, a volver a vivir, despiértame amor me desespero por sentir, a decidir a encontrarme con las ganas de existir, despiértame así, vive dentro de mi. Cuando miro en la distancia esta historia de los dos, se inclina la balanza a favor de nuestro amor, aunque este miedo parecía tan real... necesito que me ayudes, que me ayudes a volar. Despiértame así, a volver a vivir, despiértame amor me desespero por sentir, a decidir a encontrarme con las ganas de existir, despiértame así, vive dentro de mi"
-El mejor sonido para mis oídos es tu voz- dijo con una sonrisa torcida.
-¡Anda chanta!- le dije al tiempo que quitaba la guitarra de mis piernas.
-De verdad, me gusta mucho... ¿ya estoy como Euge, verdad?- dijo riendo.
-Te asemejas bastante- dije de igual forma.