CAPITULO 74:DELFINES EN TU VOZ

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Aquella mañana despertamos con el sol sobre nuestras narices. El reloj marcaba las siete de la mañana. Debíamos levantarnos temprano para realizar todas las actividades que aquel día nos prometía. Salí de la cama e inmediatamente ingresé a la ducha. Necesitaba despabilarme por completo, lo cierto es que seguía llevándome bastante mal con el asuntito de madrugar. Me envolví en una bata de toalla que colgaba detrás de la puerta de baño. Me acerqué a Peter para despertarlo.

-Peter- y lo zarandeé. –Dale Pitt, levantante.

-No- se quejó.

-Peter vamos a llegar tarde a la excursión, dale amor- intenté persuadirlo con mi voz.

-¿A quien se le ocurre montar una excursión a las ocho de la mañana?- se quejó.

-Y después soy yo la que no sabe madrugar ¿eh?- y largué mi risita divertida.

-Vos mejor vení acá y saludame como corresponde.

-Disculpame- ironicé. – ¿Me estás amenazando, Lanzani?

-¿Vos que crees, petiza?- y pronunció la última palabra de modo lento, sólo para fastidiarme.

-Yo creo que voy a irme sola a la excursión, creo que o-dio- y lo pronuncié exageradamente- que me digan petiza, y creo también que va a ser mejor que te apures, sino queres que me enamore de algún mexicano.

-Quiero que quede claro que ninguna petiza gruñona desafía a Peter Lanzani ¿estamos?-ironizó al tiempo que me tomaba de un brazo y me sujetaba con fuerza contra él. -¿Estamos?

-No te hagas el grandulon, Lanzani- lo seguí desafiando. –Que midas... ¿treinta centímetros? más que yo no te da derecho a nada, eh- y comenzó lo que más temía. Guerra de cosquillas. Los años pasaban y nosotros nos manteníamos de igual forma.

Salimos del hotel cerca de las ocho y media de la mañana. Una combi, de mediano tamaño, nos llevó hacia la costa mexicana. Allí un pequeño barco esperaba por nosotros. Nos repartieron salva vidas y nos subimos dentro de la construcción, de un blanco impoluto. La sensación de mareo junto a la adrenalina, era simplemente inexplicable. Durante media hora naufragamos cerca de la costa, pero una vez mar adentro me sentí nerviosa.

-Ajustate bien eso Peter, queres...

-¿Qué pasa, Lali?- y reprimió una carcajada.

-¡Que te ajustes eso, Peter! Mira si nos caemos al agua y...- largó una risotada tal que más de un pasajero a bordo se volteó para mirarlo. -¡¿De qué te reís?!

-De lo miedosa que sos- y siguió riendo.

-No me causa gracia- y me crucé de brazos. –Y tampoco tengo miedo- bufé. –Además... es lógico sentir nervios... ¿a cuantos kilómetros estamos de la costa?... ¿a quien se le ocurrió tener ésta excursión?- dije con atropello. Cuando quise darme cuenta Peter no dejaba de reír. Tenía toda la cara colorada de la risa. Aquello me enojó más. –Sí, dale. Reíte tranquilo, que cuando te caigas al mar y no puedas nadar y los tiburones intenten comerte de a poquito, yo voy a ser quien se ríe desde acá arriba.

-Te amo- y me dio un beso corto. –Te amo- y me dio otro. –Te amo, te amo y te amo- y me dio innumerables besos. –Sos tan nenita- y lo dijo con ternura, pero igual su comentario no me agradó por completo. Quiso abrazarme y no lo dejé. –No seas arisca, La... mira si el barco se da vuelta y caigo a los tiburones... ¿no vas a abrazar a tu marido antes de verlo morir?- y claro, se ganó un buen codazo en la boca del estómago.

Al cabo de una hora, el barco se arrimó a una especie de hueco que se formaba cerca de la costa. Nuestra primera excursión trataba de un grupo de clavadistas que se arrojaban a medio del mar desde cuatro metros de altura. Era realmente impresionante el trabajo de aquellas personas. Un estado físico envidiable y un coraje admirable. Antes de arrojarse al agua, le rezaban a la virgen de Guadalupe. Había un pequeño santuario a cuatro metros de altura. Lo más sorprendente fue cuando una niña se hizo presente y se arrojó de dos metros de altura. Un salto impecable, aunque bastante impresionante para los ojos y el corazón. Era una chiquitina de tes blanca, albina. Era hija de uno de los clavadistas. Tenía tan sólo nueve años.

Cerca del mediodía el barco se detuvo en otra parte de la costa mexicana. Allí, todos los pasajeros a bordo, descendimos para almorzar. De entrada ofrecían una sopa bastante picante, como todo allá. Y luego pescado hecho a las brasas.

-¿Estas disfrutando?- me preguntó Peter al tiempo que llevaba a su boca el último bocado.

-¡Obvio!- y sonreí abiertamente. -¿Vos?

-Sabes que sí- sí, lo sabía. –Todavía no puedo creerme que estemos de luna de miel.

-Yo no puedo creer que estemos casados- dije. -¿Alguna vez nos imaginaste así?

-Sí, muchas veces- y él sonrió de lado. –Pero nunca creí que fuese tan bueno como esto.

-Sí, de haberlo sabido te lo hubiese propuesto antes- y nos echamos a reír.

El resto de la excursión fue sencillamente extraordinaria. Nuevamente a mar abierto, pero ésta vez, para nadar entre delfines y peces de colores. Fue fabuloso. De primer momento sentí miedo de hacerlo. Un delfín no era poca cosa. Peter fue el primero en arrojarse al agua y caer en medio de los delfines. Un instructor lo guió para que pudiese tocarlos. Los delfines parecían mansitos. Acariciaba su piel gris perla y sonreía fascinado.

-Dale amor, animate- me incentivó.

-Las mujeres siempre temen- dijo el instructor.

-Mi mujer, no- y lo amé en aquel momento. Me arrojé yo también al agua. El instructor me enseñó cómo hacerlo y allí me vi, acariciando un delfín con mi mano. No obstante lo cual Peter me sujetaba por la cintura. No quería alejarme ni un solo momento de él. Quizás el delfín abría su boca y llegaba a devorarme en cuestión de segundos. Claro está que aquel motivo o excusa estúpida no salió de mí. No soportaría las burlas de Peter.

Aquel día llegamos de noche al hotel. Cenamos sin mucho apuro en uno de los restaurantes del Copacabana y nos fuimos directo a nuestra habitación. Nos pusimos el traje de baño para luego disfrutar de la pileta climatizada.

-¿Llamaste a tu mamá?

-Sí, vos no llamaste a la tuya- lo reté.

-¿Cómo sabes?- dijo arrinconándome contra un extremo de la pileta.

-Me lo dijo ella... cuando llamé a casa tus viejos estaban en mi casa.

-¡Ya! ¡No soy un chiquilín que debe comunicarle a la madre cada paso que da!- se quejó y yo reí. – Y además no es tu casa, es la de tus papás.

-¿Eh?- esbocé confusa.

-Dijiste que cuando llamaste a TU casa, mis viejos estaban ahí- y yo asentí. –Esa no es TU casa, sino la de tus viejos... TU casa es la nuestra- y enfatizó cada palabra.

-Cierto... es que no me acostumbro- y lo abrace. – ¿Te gusta vivir conmigo?

-Sí... aunque bueno, más me gustas vos- y aunque Peter tuviese veintiséis años seguía haciendo aquel tipo de comentarios que me hacían poner colorada.

Estuvimos largo rato dentro de la pileta, al tiempo que charlábamos y mirábamos las estrellas. Los mimos no brillaron por su ausencia. Volvimos a nuestra habitación y nos duchamos los dos juntos. Nos metimos dentro de la cama y al tiempo que él veía una película, yo comenzaba a dormirme sobre su pecho, el que subía y bajaba acompasadamente.

AMORES PERROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora