El tiempo transcurría a una velocidad completamente inimaginable. Hacía ya diez meses que Mariana y yo nos habíamos separado. Diez meses en los que sólo nos habíamos cruzado una vez. Haberla visto ese Enero provocó en mí un antes y un después. Indudablemente había muerto de amor al verla entrar con su frescura, con su jovialidad, con su hermosura. Definitivamente Mariana era el amor de mi vida. Pero también un dolor se había posicionado en medio de mi pecho a partir de aquella noche. Me pregunté que tan mal estaría para no llamarme, no venir a buscarme, no intentar enmendar aunque sea algo de todo lo que habíamos roto. Porque claro, yo no cargaba con toda la culpa. Ella también había hecho lo suyo.
-Peter, Peter, ¡Peter!- gritó Agustina, haciendo que el chasquido de sus dedos me sacase de mis pensamientos.
-Sí, Agus, ¿qué?
-Llevo dos horas hablándote... no oíste nada ¿verdad?- e hizo un gesto de disgusto.
-Perdona, estoy en cualquiera- y me encogí de hombros.
-¿Qué tenes, Pitt?- preguntó sentándose del otro lado del escritorio de mi oficina.
-Estoy... estoy cansado, angustiado... no se, no logro concentrarme...
-Es por Mariana ¿verdad?- me interrumpió.
-Sí... todo tiene que ver con ella, todo en mi vida está ligado a ella... yo... yo creí que sería todo diferente ¿sabes?... creí que nos iríamos a buscar mutuamente, pero... en el fondo me duele que ella nada haya hecho... desde que somos adolescentes siempre fui yo en su busca para enmendar los problemas, ella siempre fiel a su postura... y... y por un momento creí que ésta vez sería diferente.
-Peter- y tomó mi mano por encima del escritorio. –Yo creo que... que si realmente seguís sintiendo por Mariana lo mismo de siempre, no tenes que ponerte trabas... quiero decir, quizás en su pareja siempre se manejaron así... siempre fuiste vos quien dio el brazo a torcer, y no está mal ¿sabes?... lo que quiero decir es que el hecho de que ella no haya venido a buscarte, Peter, no tiene que ser un obstáculo para recuperarla...
-Pasó casi un año ya, Agus- la interrumpí. -¿No me extraña ni un poquito?- y lo pregunté con un punto de dolor en mi voz.
-No lo se, Peter... no la conozco como para responder eso...- un llamado interrumpió nuestra conversación. Mario nos avisaba que debíamos entrar en Capacitación.
–Para, Pitt... por qué mejor no... ¿no te vas a tu casa? -¿Qué?
-Sí, Peter... no tenes las energías ni la cabeza puesta en esto... deja que yo me ocupo hoy de Capacitación... vos anda y toma aire, descansa...
-Gracias Agus, sos un sol- y dejé un beso en su frente.
-¡Ah!- exclamó antes de que yo saliese por la puerta de mi oficina. –Hoy a la noche Martín estrena su nuevo departamento... vamos a hacer un asado con todos nuestros amigos... si tenes ganas, venite- y sonreímos con suficiencia.
Salí de la editora y me metí dentro del Clio que esperaba en la esquina. Me sentía bien trabajando con gente gamba. De hecho, ello produjo que ese mismo día pudiese salir mucho antes de trabajar. Conduje hacia el Conservatorio de Música en busca de mis dos amigos. Entré dentro y el hombre de puerta de entrada me indicó el camino a seguir. Me detuve detrás de la puerta de una de las aulas y oí los acordes de la guitarra criolla. Aunque estuviese ciego podía reconocer la música de Nahuel.
-¡Pitt!- exclamó Gastón al verme entrar, provocando que Nahuel voltee sus ojos hacia mí. -¿¡Cómo va!?- y choqué mis mano derecha primero con la del Bahiano, y después con la de Gas.
-Bien, pero... ¿qué haces acá?- me preguntó Nahuel a la vez que afinaba la viola.
-Salí antes de trabajar... y bueno, tenía ganas de verlos- y reímos con fuerza. Parecía una mujer hablando. -¿Ustedes en que andaban?- y me senté en un banquito medio roto.
-Terminando un tema- dijo Nahuel.
-¿Lo compusiste vos?
-Obvio, papá- y se hizo el canchero.
-Yo chicos los dejo, tengo clase de canto- y tomó sus cosas para irse de esa aula. -¡Ah Peter!Si queres ésta noche venite a cenar a casa ¿te va?
-Dale, llamame cuando termines- y lo saludé con la mano. -¿Y vos en qué andas gil de goma?- y le palmeé una pierna.
-Acá, intentando terminar éste temón- y largué una carcajada.
-A ver... cantame ese temón- y exageré la última palabra.
-Esto Pitt... es una canción que... que escribí hace unos meses... se la mostré al rubio y me ayudó a modificar algunas cositas... pero bueno...
-Deja de dar vueltas- lo interrumpí.
-Bueno... el tema lo armé basándome en tu separación, macho- y tuve que tragar el nudo que se me había formado en medio de la garganta.
-En mi... en... ¿en mi separación con Lali?- y Nahuel asintió con una mueca de disgusto. – Cantamela igual- le exigí.
Suspiraban lo mismo los dos
Y hoy son parte de una lluvia lejos,
No te confundas: no existe el rencor,
Son espasmos después del adiós.
Pones canciones tristes para sentirte mejor, Tu esencia es más visible, del mismo dolor
Vendrá un nuevo amanecer.
Tal vez colmaban la necesidad
Pero hay vacíos que no pueden llenar, No conocían la profundidad
Hasta que un día no dio para más- y sentía como mi pecho se iba cerrando a pasos agigantados, quitándome todo el aire de los pulmones y provocando que mi corazón quisiese suicidarse.
Quedabas esperando ecos que no volverán,
Flotando entre rechazos, del mismo dolor
Vendrá un nuevo amanecer.
Separarse de la especie por algo superior,
No es soberbia, es amor
No es soberbia, es amor.
Poder decir "adiós", es crecer...
Y claro que salí del Conservatorio de Música irremediablemente angustiado. Aquella canción era dolorosamente cierta. Todo aquello nos había sucedido. Hubo un día en que no dio para más.
Me metí dentro del auto por tercera vez en el día y conduje a ciegas hacia el que había sido nuestro departamento. Y si creía que no había algo más angustiante que aquella canción –mi realidad- me había equivocado. Entrar dentro de ese lugar fue desbastante. Todo seguía igual de cómo lo había dejado, con excepción de que ni mis cosas ni las de Lali ocupaban su lugar. Atravesé el comedor y me senté sobre el sillón del ventanal. Contemplé el cielo. Las nubes dibujadas y el sol radiante. Me acurruqué sobre mi propio cuerpo y lloré. Lloré cómo hacía tiempo no lo hacía.
El reloj marcaba las cuatro de la tarde cuando decidí que debía dejar de torturarme. Que debía comenzar mi camino, con o sin ella. Pero comenzarlo de una buena vez. Así fue cuando decidí salir de aquel lugar que tanto mal me hacía.