El viaje en avión había sido extenuante. Tantas horas sentada colmaban mi paciencia. Lo cierto es que sólo quería llegar a México. Bah... sólo quería llegar al hotel y hacer el amor con Peter. Todo hay que admitir. Lo cierto es que durante muchos meses no había permitido que Peter se acercase a mí, ni siquiera para una caricia. Y no es que no hubiésemos recuperado el tiempo perdido, al contrario, pero sentía las locas ganas de sentirlo cerca, de saber que era mío y yo era suya.
Salimos del aeródromo de México con equipaje en mano. Tomamos un coche y nos fuimos en dirección al hotel. El Hotel Copacabana se encontraba a orillas del mar. Era un lujoso hotel de cinco estrellas, con playa privada. Estaba ubicado en el corazón de la ciudad de Acapulco. Entramos dentro y nos dirigimos a un mostrador que hacía de recepción. Todo el lobby era de mármol.
-Buenos días- dijo Peter con su voz ronca.
-Buenos días señor- dijo la mexicana que nos atendió. Yo le sonreí de lado.
-Tenemos una reserva- siguió Peter.
-Sus nombres, por favor...
-Juan Pedro y Mariana Lanzani- y el corazón me golpeteó con fuerza el esternón al oír mi nuevo apellido.
-Sí. Habitación Junior Suites número 24, piso 17-y nos entregó dos tarjetas magnéticas que cumplían la función de llaves.
-Gracias- dijimos Peter y yo al unísono. Sonreímos y fuimos guiados por otro mexicano, alto y de poca edad. Supuse unos veintidós años.
La habitación era sorprendentemente increíble. Nunca había visto nada igual. Tenía vista al mar y balcón privado. La puerta era de madera bien maciza. Hacia la derecha había un pequeño comedor-cocina. Mesa de mármol y dos butacas. A su lado había un baño de los más lujosos. Ducha escocesa, hidromasaje, dos lavabos, etc... Había un armario antiguo fuera del cuatro de baño. Era de madera barnizada. La pared donde descansaba la cama matrimonial, y enfrentada al gran ventanal, era color amarillo oscuro. El resto de las paredes eran de un blanco impoluto. A los costados de la cama había mesitas de luz, también de madera barnizada, con lámparas de última moda. Hacia un costado de la cama, casi finalizando la habitación, había un par de sillones, con mesita de luz entre medio de ellos, y una mesita ratona de mármol color blanco. Había televisor pantalla plana sobre esa pared.
Indudablemente lo más lindo de todo aquello, era poder estar acostados y ver el cielo y el mar por el gran ventanal, que tenía salida al balcón privado. Había también un escritorio de madera clara con una silloncito en función de butaca. Daba un aspecto de total confort.
-Wow... esto sí que es vida- dijo Peter al tiempo que cerraba la puerta de la habitación. -¿Amor? ¿Dónde estás?
-¡¡Afuera!!- le grité. Tenía mis brazos apoyados sobre la baranda del balcón. La vista era increíblemente hermosa. El viento cálido golpeteaba mi cara y alborotaba más aun mi pelo. Aquel paisaje me generaba una sensación de pacifismo total. Sentí los brazos de Peter cruzarse alrededor de mi cintura. Dejó caer su mentón sobre mi hombro izquierdo.
-¿Estas bien?- me susurró al oído. Él también tenía su vista clavada en el paisaje.
-Increíble- y sonreí de oreja a oreja. Sentí su beso en mi nuca y aquello me estremeció. -¿Y
vos?- y giré mi cabeza apenas para mirarlo a los ojos.
-Mejor que nunca- y dejó un beso en la comisura de mis labios.
-¿Cuántos días nos quedan?- dije volteándome por completo para quedar frente a él. Rodeé su cuello con mis brazos y él se enredó en mi cintura.
-Diez... ¿por qué me lo preguntas?- y arqueó las cejas con total confusión.
-Calculo mentalmente la cantidad de veces que vamos a hacer el amor- y sonreí con picardía. Yo vi la suya en sus ojos.
-¿Queres que empecemos la cuenta?- y se apoderó de mi cuello en un beso increíblemente pasional.
-Empecemos...
El viaje había sido bien largo y agotador. Lo cierto es que volar me generaba cierto nerviosismo, lo cual no le conté a Lali porque sabía que reiría durante horas enteras. Cierto también que las energías de mi mujer, cuando de hacer el amor se trataba, me dejaban completamente rendido, aunque en el fondo yo siguiese siendo aquel adolescente insaciable. Desperté con ella entre mis brazos. Después de hacer el amor habíamos quedado profundamente dormidos. Besé su frente y salí de la cama en busca de una ducha reconfortante. Me parecía increíble estar viviendo mi luna de miel con ella. Hay que admitir que durante largos meses creí que el amor de Lali hacia mí se había esfumado por completo. Y estar viviendo todo aquello de su mano me hacía latir el corazón de forma desaforada. Salí del cuarto de baño y me encargué de llamar a mamá para darle más detalles de nuestro primer día en Acapulco. Ella se comunicaría con María. Lali seguía durmiendo como si fuese un bebé. Me acerqué a ella y la acaricié para que despertase. Pero la profundidad de su sueño no reaccionó a mi tacto.
-Lali- y le besé el hombro izquierdo que llevaba al descubierto. –Amor... despertate- ella sólo gruñó, como hacía a los dieciocho años.
-Ya va- esbozó con voz casi inaudible. Yo reí y mi sonora carcajada la molestó. –Sh Peter, Shhh.
-¿Cómo Shhh? ¿Cómo es eso que me callas? ¿A tu esposo lo callas?- dije haciéndole cosquillas. Me echó una mirada asesina. –No, no... no te enojes... mira la cara de marido con puchero que te pongo- la hice y ella largó una risita divertida. Rodeó mi cuello con su brazo y me atrajo a ella. - ¿Ya superamos el asunto de despertar de mal humor?
-Sólo si tengo un marido, que es un caño infernal, que se encarga de despertarme- dijo juguetona y yo reí con espontaneidad.
-Sos tan linda...- dije acariciando su mejilla. –Y te amo tanto.
-Vos también sos lindo, y te amo mucho- y me tomó de la nuca para acercarme más a ella y besarme.
-Bueno... señora Lanzani vaya a tomarse una ducha así bajamos a cenar ¿si?
-¿Te duchas conmigo?- dijo y se colocó sobre mi cuerpo. Yo sólo reí. –Sí, estoy muy zarpada últimamente ¿no?
-¿Y de que te avergonzas?- dije al notar como bajaba su mirada y sus mejillas se tornaban coloradas. –Mientras lo seas conmigo nada más... -¿Con quien sino?
-Y no se... no sea cosa que mantengas un affaire con algún mexicano, o algún porteño que dejaste solo en Buenos Aires...- dije haciéndome el tarado.
-No lo creo... ¿Quién quisiera tener un affaire con una mujer que entregó su corazón a un bahiense cuando tenía dieciocho años?- era tan linda.
-Mejor metete en la ducha, sino voy a tener que comerte a besos- ella sonrió de oreja a oreja. Nos besamos y luego entró al cuarto de baño.
Esa noche cenamos en uno de los cinco restaurantes que tenía el Copacabana. Probamos los famosos tacos y quesadillas mexicanas. Exquisitas, aunque bien picantes. Subimos a nuestra habitación. Enviamos un e-mail a nuestros amigos para que supiesen lo bien que la estábamos pasando. Lali quedó dormida sobre mi pecho al tiempo que yo daba un clik al botón "Enviar".