Y yo aquel dieciocho de Agosto también tuve un día fatal. Me daba cuenta que daba clases sin tener la concentración que se requería. Salí de la universidad cerca de la una del mediodía. Un llamado a Eugenia hizo que fuese a buscar a Alan al jardín de infantes.
-¡¡Tía!!- gritó el rubio a la vez que corría atolondradamente hacia mí.
-Hola mi rubio mirello- y lo aupé con la misma intensidad con que él se había abalanzado a mis brazos.
-¿No hay un beso para mamá?- preguntó Euge divertida.
-Sí, mami- y le sonrió abiertamente. Enroscó sus bracitos alrededor del cuello de su mamá y le dejó un beso ruidoso en su mejilla.
-Bueno ¿vamos?- dijo Euge tomándolo de una mano.
-¿A dónde?- preguntó él.
-A casa, bonito- y adoraba que Eugenia le hablase de aquella forma, como lo hacía con Nicolás.
-¿Venís tía?- y alzó sus ojos para mirarme.
-Y... no se... ¿vos me invitas?- dije haciéndome la tarada. Y Alan asintió de forma exagerada moviendo su cabeza. Tomó mi mano y así caminamos los tres desde el jardín de infantes hasta la casa de la familia Riera.
Almorcé junto a Eugenia y Alan. Pasamos un grato momento y una vez que Alu se acostó a dormir la siesta, Euge preparó cafecito para las dos. Y claro está que Peter fue el centro de nuestra conversación.
-Amiga, vos no estás bien- dijo revolviéndome el café.
-Estoy como puedo, Eu...
-Sí, lo se... pero... digo, ¿no crees que estaría bueno que hablen?... no quiero decir que ya se reconcilien, aunque sinceramente lo deseo- y una sonrisa amplia asomó en mi cara, y en la suya también. –Pero quizás sería una buena opción aclarar la situación... no se... decidir los dos si realmente quieren separarse o darse una nueva oportunidad.
Y salí de casa de Euge con aquella conversación grabada en mi mente. Lo cierto es que no nos habíamos comportado como personas adultas, como lo que éramos. Desde hacía diez meses me había separado de Peter definitivamente. Pero también, desde hacía siete meses, no tenía noticias de él. Lo había cruzado aquella tarde en casa de Neno y nunca más. Por cuestiones de horarios –y también intencionalmente- no habíamos coincidido en ninguna reunión más. Era increíble tener tantos amigos en común y ninguno saber del otro, aunque claro, todos ellos tenían terminantemente prohibido hablarnos del otro. Éste era un asunto pura y exclusivamente nuestro, y no habíamos dejado que ninguno interfiriese.
Esa tarde tenía una entrevista en una universidad privada. Habían instaurado el sistema de talleres literarios, oratoria y demás. Y todos aquellos cursos iban de la mano del Licenciado Lucas Crespi, quien me convocó para que me hiciese cargo de ellos junto a él y otra profesora más. Había cumplido las expectativas de la comisión, de modo que me pidieron que me quedase para la apertura del taller.
-¡Ah bueeeeeno!- dijo un adolescente al verme pasar. Se sentaba en primera fila y automáticamente se volteó para mirar a sus cómplices.
-Si esta es la profe, doy gracias de haberme anotado- susurró otro chico.
-¡¡Que buena que está, por Dios!!- y eran tan poco disimulados. Tuve que reprimir una risita divertida.
-No sean babosos, ¿quieren?- los retó una chica que se sentaba junto a ellos. –Yo me quedo con Crespi- y puso ojos de enamorada. Reí al recordar a Rocío en aquella misma situación siete años atrás.
-No te hagas la viva, Carolina- y ella rió. Supuse que aquél muchacho debía de ser su novio. Y aquello también me recordó al Peter adolescente que vivía celándome.
Cierto que durante la hora y media que duró el taller me pasé mirando a la parejita feliz. Aquello arrastraba recuerdos a mi mente y a mi corazón.
Salí cerca de las tres y media de la tarde y manejé sin destino alguno. Pero el reloj marcaba las cuatro y cuarto, cuando me vi dentro del auto frente a mi viejo departamento. El que compartía con Peter. Suspiré hondamente y dejé que mi corazón decidiese por mí.
Y todo el cielo raso cayó sobre mi cabeza. El tiempo se detuvo. La sangre se me heló. El corazón me golpeteó con fuerza. Todo aquello se produjo simultáneamente. Había mucha luz dentro de ese departamento, y un perfume... un perfume que reconocería a millas de distancia. Y ese perfume, mi favorito, estaba impregnado en las paredes de ese departamento. Y a medida que me acercaba al sillón del ventanal, se hacía mucho más definido en medio del aire y en el tapizado también. Y todo aquello era una clara señal: Peter había estado largo rato allí sentado. Y claro, no nos habíamos cruzado. Y casi sin darme cuenta mi mundo se puso patas para arriba. Volví a confirmar lo mucho lo que extrañaba y quería también a la vez que me acurrucaba sobre mi misma para seguir llorando. Desafortunadamente ese era nuestro presente.
Pero nada decía el diario de hoy
De esta sucia pasión, de éste lunes marrón.
Del obsceno sabor a cubata de ron de tu piel,
Del olor a colonia barata del amanecer.
De este cuarto sin medias ni besos,
De éste frío de Agosto en los huesos como un bisturí.
Hoy, amor, como siempre...
El diario no hablaba de ti, el diario no hablaba de ti,
El diario no hablaba de ti... ni de mí.