Hacía ya un mes que no tenía noticias de Peter.Va, las noticias que yo esperaba. Sabía que nohabía atendido al teléfono ante las llamadas denuestros amigos. Sólo Rocío había logradocontactarse con él. Supe que todo ese mes lohabía pasado en Bahía Blanca. Había renunciado asu trabajo. Creí que no volvería a la facultad,pero me equivoqué. Volvió. Volvió para pedir uncambio de turno. Cursaría por la tarde. De modoque no lo vería. Mis amigos se habían mantenidojunto a mí con una incondicionalidad impecable.Incluso Luli y Bella, mis amigas de la universidad.Procuré tomar una distancia prudencial de Felipe.Se había enterado que Peter me había dejado,pero Luli no se había animado a contarle elmotivo, de modo que me vi obligada a hacerlo.Recuerdo que reprimió el festín que hubiesehecho al verme llorar desconsoladamente. Meprometió que se alejaría de mí. Pero no es lo queyo quería. Ya no había confusión mediante... perolo extrañaba como amigo, como compañero. Micuarto año comencé a cursarlo, por buenafortuna, junto a Rocío, Luciana, Isabella y Felipe.Había transcurrido ya un mes más de cursada.Esa carrera era definitivamente lo mío. Cada díame apasionaba más. Pero ese mismo lugar era elque me provocaba tanta melancolía. Allí habíaconocido a Peter. Allí me había enamorado de él.Allí había transcurrido nuestra historia. Teníaunas ganas locas de volver a verlo. De sabercomo estaba. Luego de la noche del e-mail seguíllamándolo, pero nunca atendió. Abandoné lalucha clavando bandera blanca. Estaba rendidapor completo.Y claro que el dolor seguía dentro de mí. Crecía apasos agigantados. No había logrado mirar a otramujer de la forma en que lo hacía con Lali. Y noes que no hubiese tenido posibilidad, al contrario.Paula sería el blanco más accesible. ¿Perolastimar como me habían lastimado a mí? No, coneso no se juega.Intenté de mil maneras recuperar mi trabajo.Hacía ya dos meses que había presentado mirenuncia. Siempre obtenía un no por respuesta.Una tarde me llamó Luís, el jefe. Necesitabancubrir un puesto con suma urgencia. Así fue comolo recuperé. Me había cambiado de turno en lafacultad. No abandonaría todos mis proyectos porun desamor, por más fuerte que este fuese. Perosi el corazón me dolía tanto por el sólo hecho derecordar a Lali, se habría agudizado más al verla.Me trataba de convencer que no estaba muerto,que tenía toda una vida por delante. Pero Valetenía razón... mi corazón no estaba muerto, sóloen coma cuatro. Agonizaba con el paso de losdías. ¿Por qué maldito motivo no dejaba deamarla? Al menos un poquito.
Aquel fin de semana estaba en casa. En Bahía.Todos los viernes llegaba y cada domingo me iba.Era una tarde soleada. Estaba en mi habitaciónjunto a Nahuel y Vale, mis amigos de siempre.Habían formalizado su relación y llevaban variosmeses saliendo. Me sentía muy a gusto sabiendolo mucho que se querían. Había hecho variosescritos. Nahuel, un fanático de la música, y Vale,otra fanática se empeñaban en ponerles música.Esas eran nuestras canciones, de nosotros tres. Ycada vez que hablaba de nosotros tres,indefectiblemente, recordaba las mañanas junto aRochi y Lali. Sí que nos divertíamos.
-¡Wow!- gritó Vale.
–Sos increíble, Pitt.
-¡Ya! ¡Tampoco tanto! El que se lleva lospremios es tu novio- dije.
-Yo sólo hago música, vos escribís- me dijoNahuel.
-Una vez más- pidió Vale.
-¡Ya amor! ¡La tocamos cuatro veces!- le gritóNahuel.
-Por favor- dijo arrodillándose al pie de la camay cruzando los dedos de sus manos. Simplementeno podíamos resistirnos a esa carita de angelitoque ponía para conseguir algo. Me recordabamucho a los pucheros de Lali.
-Permiso... ¿se puede?- dijo Rocío asomándosepor la puerta al tiempo que comenzaba a entonarla canción junto a Nahuel.
-¡¡Rochi!!- grité sonriente y corrí hacia ella.
-Y Gas- dijo éste último saliendo detrás deRocío.
Nos abrazamos los tres y sentí que elloscompartían mi dolor.