Aquel sábado desperté cerca de las nueve de la mañana. Amanecí desnuda entre las sábanas. Peter me rodeaba la cintura con un solo brazo, y la sábana caía sobre su media espalda. Dejé un beso sobre su hombro y con sumo cuidado salí de allí. Me envolví en mi bata de seda negra y caminé hacia el cuarto de baño. Me metí bajo la ducha para que el agua me despabilase por completo. A medida que el agua recorría mi cuerpo vi pasar casi toda mi vida como si se tratase de una película. Indudablemente los últimos cuatro años habían sido los mejores. La llegada de Pilar había hecho borrón y cuenta nueva en el corazón de Peter y en el mío. Su nacimiento nos había unido muchísimo más. Nos había vuelto más fuerte y nos había atado de por vida. Más allá que nuestro amor mutuo lo hubiese hecho desde hacía catorce años, tener una hija provocaría que nunca más cortásemos lazo. Ella era nuestro lazo.
Salí del cuarto de baño y me vestí con ropa fresca, estábamos en plena primavera. Verifiqué que Peter seguía durmiendo con su bóxer negro y a medio tapar con la sábana, para después entrar al cuarto de Pilar y encontrarla durmiendo también. Pili era una chiquitita de cuatro años. Claramente tenía mi mismo color de piel, el pelo amarronado que le llegaba un poco más después de los hombros y tenía flequillo hacia el costado. Había heredado mi boca y mi asma. Unos ojos verdes, como los de su papá, bien profundos e increíblemente chinitos, y un conjunto de pestañas que amaría el día que tuviese que pintarse con rimel. Había sacado la naricita chiquita y respingada de Peter. Era una nena sumamente dulce y mimosa. Tenía debilidad por Peter y él por ella. Se amaban con locura. Eran compinches en cualquier maldad o chiste. Vivían uno encima del otro, abrazándose. Indiscutiblemente Peter estaba perdidamente enamorado de su hija. Ella había heredado también su sonrisa torcida. Y bastaba que se la enseñase o le pusiese ojitos para que Peter cediese ante cualquier cosa, incluso si aquello era una locura. Por lo que, muchas veces, yo era la mala de la película. No obstante lo cual, Pilar y yo éramos una sola.
Terminé de preparar el desayuno para Peter y para mí. Ese día era nuestro aniversario. Había montado dentro de una bandeja tostadas con manteca y jalea de membrillo. Café con leche, un pote de yogurt con cereales y también jugo de naranja exprimido. Había cargado un cartón de leche chocolatada para llevárselo a Pili después de mi desayuno con Peter.
Para mi sorpresa, entré dentro de nuestra habitación, y me encontré con Peter y Pilar tumbados en la misma cama. No había oído el momento en que Peter había ido por ella, o ella por Peter. Estaban abrazados y haciéndose los dormidos, aquello era idea de mi aniñado marido.
-¡Uh! Yo que traía el desayuno para los tres... veo que siguen durmiendo...- me quejé con diversión. Fue obvio que Pili no podía contener su risa y Peter le tapaba la boca para disimular. – Voy a tener que irme a desayunar sola a la cocina... voy a escuchar música y a ponerme a bailar en medio del comedor...- aquello sin dudas era el punto débil de Pilar. Amaba bailar y cantar, aunque sus movimientos fuesen algo espásticos debido a su corta edad. Comencé a caminar con torpeza, haciéndolo notar, hacia la puerta del dormitorio.
-¡Mamá!- gritó Pili entre risas. -¡Era un chiste!-y hubiese querido comérmela a besos.
-¡Ah! ¿¡Se levantaron divertidos ésta mañana los Lanzani!?- teatralicé.
-Dale, papá- y le zamarreó un brazo para que dejase de disimular. –Se hace- me advirtió mi hija.
-A ver... ¿qué tiene papá que no quiere despertarse?- y me acerqué a él sigilosamente para comenzar una guerra de cosquillas, a la vez que Pilar reprimía una risita pícara. –Mmm... creo que papá se está ganando algo ¿verdad, hija?- y ella asintió feliz de la vida. Fue entonces cuando dimos comienzo a la batalla haciendo que Peter se retorciese de la risa entre las sábanas.
-¡Ya! ¡Qué van a matarme!- se quejó entre risas, y dejamos de torturarlo. -¿Estás graciosa hoy?-y me miró enarcando una ceja.
-No tanto como vos- y le saqué la lengua como si fuese Pilar.