La potente claridad de aquella mañana me sacó de mis dulces sueños. Me sentí aturdida y tardé largos minutos en recordar qué es lo que hacía dentro de la cama de Peter, y en ropa interior. Vi a Peter dormir como si fuese su última vez. A lo largo de éstos tres años no había cambiado mucho, a decir verdad. Tenía el cuerpo más formado y la cara bien de hombre, como me gustaban a mí. Pero sus rasgos seguían siendo de aquél adolescente de dieciocho años que conocí y del cual me enamoré perdidamente. Su corazón y su alma seguían siendo de aquél bahiense que llegó a la ciudad para armarse un futuro. Éramos adultos, sí. Los veintiséis años no son puro chiste. Uno carga con mayores responsabilidades. Pero en el fondo seguíamos siendo aquellos chiquilines locos de amor. Habíamos atravesado todo tipo de crisis a lo largo de estos ocho años que llevábamos juntos. El último tiempo fue fatal. Haber perdido el embarazo creó una grieta entre los dos. Yo era conciente que todo había sido un accidente, pero así y todo me sentía horrible por no poder darle a Peter lo que él más deseaba, y yo también. Mi embarazo fallido fue, indudablemente, uno de mis peores y más tristes recuerdos. Después de la tormenta siempre llega la calma, dicen. Y sí. Había ya transcurrido la tormenta, el huracán, el ciclón, que arrasó con parte de mi vida. Y ahí estaba mi calma, tumbado junto a mí entre las sábanas y con sus ojos chinitos. Su incondicionalidad era tal que el corazón me golpeteaba fuertemente. Lo contemplé largo rato. No había nada más lindo en el mundo que ver a Peter dormir. Su cara de angelito ya crecido era indiscutiblemente hermosa. Comenzó a fruncir el seño, supuse que la claridad empezaba a molestarle. Gruñó por la bajo, y al fin despertó.
-Hola- dijo con voz ronca y su sonrisa de lado. Estaba boca abajo con sus brazos por debajo de la almohada. La sábana cubría parte de su espalda.
-Hola- le susurré y me acerqué a él para rodearle la cintura con un brazo. Me hizo un espacio, pequeño, para que pudiese estar más cerca de él.
-¿Cómo dormiste?- preguntó para luego aclarar su garganta.
-Maravillosamente bien- y sonreímos. -¿Vos?
-Como un bebé- y me fue inevitable no morder apenas mi labio inferior. Era tan hombre y tan nenito a la vez.
-Haceme lugar- dije escabulléndome entre su cuerpo y el colchón. Quería sentirlo bien cerca. -Mmm- gruñó. -¿Qué tiene la futura señora de Lanzani?
-¡Wow! ¡Qué bien suena!- dije y largó una risita divertida. –Esto... quiere estar cerca de su futuro marido... ¿está mal?
-Para nada- me tomó por la cintura y me arrimó a su cuerpo. Enterré mi cara en su cuello y allí nos quedamos con los ojos cerrados, sintiendo la paz, la calma, la tranquilidad.
Remoloneamos largo rato en la cama para luego preparar el almuerzo. Peter se metió dentro del baño para tomar una ducha. Ordené la ropa que seguía de fiesta sobre el suelo. Sonreí con picardía ante mi ocurrencia. Entré al cuarto de baño y el vapor me hizo tambalear. Se sentía el perfume de los productos que Peter usaba cuando se bañaba. Ese jabón líquido perfumado que tenía su piel, era el causante de que mi corazón latiese como un loco. Me quité el remerón de Peter y mi corpiño. Me cercioré que no hubiese notado mi presencia. Tarareaba una canción y aquello me hizo reír por lo bajo. Deslicé mi última prenda por mis piernas y caminé en puntitas de pie hasta la bañadera. Me asomé y allí estaba él, de espaldas a mí, quitándose el shampoo del pelo. Me metí dentro de la ducha y rodeé su cintura con mis brazos.
-¡Ay! Me asusté- esbozó y yo reí.
-Hola futuro esposo- dije sonriente al tiempo que lo sostenía fuertemente por la cintura. Estábamos frente a frente.
-Hola futura esposa- me susurró con sus hoyuelos marcados. -¿Qué hace acá?- y también rodeó mi cintura con sus brazos.
-Mmm... lo extrañaba bastante- dije pensativa, aunque aquello fuese el único motivo, y él lo sabía.