Aquella mañana me incorporé de la cama con suavidad para no despertar a Lali. Se veía tan linda y tan pacífica durmiendo que no quería romper con aquella escena.Me metí dentro del baño y encendí el duchador. Me bañé con tranquilidad dejando que mi mente explorase más de un recuerdo. Hacía muchos años que salía con Lali. Habíamos tenido nuestros encuentros y nuestros desencuentros. Pero si había algo que nos identificada y procuraba nuestra permanencia era que los dos éramos unos locos de amor. Salí de la ducha y me vestí con una maya bermuda. Dejé a Lali durmiendo y me dispuse a armar el desayuno al tiempo que encendía la radio para escuchar música bien bajita. Tomé mi desayuno que constaba de un vaso de leche fría y tostadas con jalea de membrillo. Lali me había hecho adicto a ellas. Al tiempo que lavaba los cacharros y repasaba mentalmente lo gastado en nuestra estadía comencé a tararear una canción de un cantante español. Sentí dos brazos pequeños rodearme la cintura y sonreí tontamente. Nos balanceábamos al compás de la melodía.
-Cuéntame como va cayendo el sol, mientras hablas pensaré...- me cantó con su mejilla sobre mi espalda.
-Qué guapa estas, que suerte ser, y la mitad del cuento de un atardecer, que observo al escucharte...- le canté.-Porque tus ojos son mi voz...-Acércate, que cuando estemos piel con piel, mis manos te dibujarán, tu aroma me dirá tu edad- y me volteé para quedar frente a ella, que me sonreía abiertamente y con ojos hinchados, producto del sueño. –Junto a ti, unidos sin saber por qué, seguramente se le note el resplandor de una ilusión...- y le rodeé la cintura. Llevaba mi remera de la noche anterior.
-Porque a tu lado, puedo olvidar...- cantamos juntos para luego echarnos a reír. Se puso en puntitas de pie para darme un beso. Yo reía al verla de aquella forma. Ella reía porque mi barba de hacía dos días le producía cosquillas.Aquel día nos la pasamos de aquí para allá. Salimos de la casa luego de su desayuno con destino a la playa. Ella tomó sol y yo me dediqué a leer, y de vez en cuando a escribir. Almorzamos fruta fresca sobre la arena. Pedimos a un matrimonio con pequeños que cuidasen de nuestras pertenencias de manera que pudiésemos entrar al mar. El oleaje era fiero y el agua bien fría. Los rayos de sol emanaban destellos en el cuerpo estremecido de Lali. Su carita de tolerar el agua helada era inigualable. Nos secamos al sol.
-¡Qué te mira!- susurré escandalizado al ver un muchacho recorrer el cuerpo de Lali con sus ojos.
-¿Eh? ¿Me hablaste?- dijo frunciendo el ceño por el reflejo del sol al tiempo que quitaba un auricular de su oído.
-¡¿Que qué tiene que mirarte?!- dije con los dientes apretados lleno de celos.
-¿Quién me mira?- dijo confusa al tiempo que sus ojos recorrían su alrededor. El muy despreocupado le sostuvo la mirada desafiante.
-Lo voy a matar- le advertí.
-Vos no vas a matar a nadie... te vas a quedar acá- dijo tomándome de la muñeca.
-Tapate un poco ¿queres?- dije histérico.
-Peter... estamos en pleno verano... el sol raja la tierra... hay aproximadamente treinta grados de sensación térmica... no molestes ¿si?- dijo despreocupada.
-Vení acá- le impuse tomándola de la cintura y acercándola a mi cuerpo. Ese era mi territorio. Mío y de nadie más.
-¿Contento?- me preguntó riendo ante mi actitud.Procuré que nadie pudiese verla.
-Apenas- repliqué.
-¿Qué queres Lanzani?... Me ven así... morocha, chiquitita... divina- teatralizó ganándose mi mirada furibunda. Comenzó a reír ante mi gesto y me llenó la cara de besos. Ni lerdo ni perezoso la hice rodar por la arena provocando lo que en criollo se denomina: una verdadera milanesa. Me odió, lo se. Era tan fácil hacerla enojar. Y me gustaba tanto. A regañadientes caminó hacia el mar para quitarse la arena del cuerpo. Me quedé allí tumbado con mi cuaderno en mano intentado cerrar la idea de lo ya escrito.