Ya era seis de diciembre. El Rockland había organizado una obra de teatro para el cierre del año, en la cual sólo actuaríamos los padres y las maestras. A la hora de decidir sobre la educación de nuestra hija, habíamos optado por inscribirla en el mismo colegio al que yo había ido desde el jardín de infantes. Llevábamos dos meses de un arduo ensayo. Aquella tarde llegamos al teatro alrededor de las dos de la tarde. Debíamos ensayar la obra por lo menos dos veces. Cuando el reloj marcase las cinco de la tarde comenzaría el show para nuestros pequeños. La historia se centraba en una niña que tenía devoción por los juguetes, como todo pequeño de su edad. Un hombre mayor, dueño de la juguetería del barrio, la conocía desde aún más pequeña. Le propone pasar un día entero en su juguetería, y la noche también. Ella, con gusto acepta. Ayudó a acomodar las góndolas de los juguetes, y también a limpiarlos. Con sus cortos años, aprendió el oficio de Amadeo, el dueño del negocio, por el sólo hecho de ver cómo se manejaba dentro. Cuando comenzaba a oscurecer, Lucía, la pequeña invitada, no lograba dormirse... de modo que deambuló por todas las góndolas mirando una y otra vez a todos los juguetes de allí. Bastó que el dueño de la juguetería se fuese a dormir para que todo allí dentro cambiase. Los juguetes cobraban vida propia y deambulaban de un lado a otro. Y así transcurría la historia.
Mi papel era el de una muñeca. Alquilé un disfraz color rosa pastel con lunares blancos. Constaba de una bermuda que a la altura de las rodillas tenía voladitos en blanco. Y una remera con mangas ajustadas y también voladitos. Un babero blanco y un gran chupete rosa colgaban de mi cuello.
Peter también actuaba. Era el cacique. Actuaba junto a cuatro madres más que hacían de indias. Él también había alquilado un disfraz. Era color arena y constaba de un pantalón y una chaqueta mangas largas. Una especie de vincha con plumas de colores y una pipa multicolor.
-Te estaba buscando- dijo Peter entrando a uno de los camarines.
-Y me encontraste- dije sonriéndole, espejo mediante.
-Todavía no te cambiaste... ¿qué esperas?- me preguntó sentándose sobre uno de los silloncitos del lugar.
-Estaba maquillando a Lourdes... ¿para qué me buscabas?
-Porque quiero que me maquilles- dijo poniendo voz de mujer. Me eché a reír y mi risa contagiosa provocó la suya.
-Te compenetras mucho con el papel- dije buscando el bolso de cosméticos.
-Sí, creo que sí... es que estoy algo nervioso... tengo miedo de olvidarme de la coreografía o la letra- dijo moviendo sus manos con nerviosismo.
-La coreo no te la vas a olvidar... la ensayamos mil veces... y la letra tampoco... cualquier cosa improvisa... no es muy difícil...
-¡Para vos!- me retrucó.
-Pensa esto- dije sentándome sobre sus piernas. –De manera infantil y delicada el cacique se tiene que levantar a la muñeca... ¿Quién es el cacique? Vos... ¿Quién es la muñeca? Yo... usa tus armas de seducción... como cuando tenías dieciocho años...
-¡Qué épocas!... éramos dos chiquilines... parece ayer... y ahora... ahora estamos por actuar por primera vez para nuestra hija- dijo emocionado.
-No seas melancólico Lanzani... pareces mi papá hablando así- lo gasté y reímos.
-Digo... siento que estoy con amnesia temporal... no recuerdo cómo debía levantarme a la muñeca-dijo teatralizando. –Podemos practicar, si queres-dijo dejando besos en mi cuello.
-¡Lanzani! ¡No cambias más!- le grité escandalizada. Se echó a reír y tomó mi cara entre sus manos regalándome sus besos más dulces.
Senté a Peter frente al espejo y me dispuse a maquillarlo. Base en toda su cara. Párpados con sombra azul marino, de aquella forma resaltaba más el verde de sus ojos que el marrón. Pinté tres líneas sobre sus mejillas. Una blanca en medio de dos rojas. Un poco de polvo y ya estaba listo. Peter salió de allí y me dispuse a cambiarme para luego maquillarme. Base de crema en toda mi cara. Párpados fucsias. Dibujé dos círculos colorados en mis mejillas y me llené de pecas negras. Me coloqué con sumo cuidado las pestañas postizas. Me puse colorete y brillo en mis labios. Me hice dos colitas en cada costado de mi cabeza con dos moños blancos y rosas. Ya estaba lista y los nervios se había hecho presentes. Caminé por los pasillos en busca del papá de mi hija, de mi cacique. Lo vi cerca del escenario y me acerqué a él. Le rodeé la cintura con mis brazos por detrás y él se volteó asustado.