Aquel mediodía de Febrero desperté con una sensación un tanto extraña dentro de mi cuerpo. Me sentía afiebrada y el cuerpo como peso muerto. La noche anterior habíamos celebrado el cumpleaños de Pablo en un bar de Palermo. Habíamos concurrido todos, con excepción de los pequeños y de la familia D'Alessandro. Lo bueno de nuestro grupo fue que no perdíamos aquella jovialidad, por más que todos fuesen padres. Lo cierto es que no me había pescado ninguna borrachera que desencadenara mi estado ese mismo mediodía. Intenté levantarme pero me fue enteramente imposible. Afortunadamente, Peter llegó en lo que uno tarda en parpadear.
-Hola, amor- dijo entrando al dormitorio.
-¿Dónde estabas?
-Me hice una escapadita al supermercado- y se inclinó para besarme. -¿Qué tenes, Lali?
-Me siento mal- esbocé con voz ahogada.
-Tenes la frente caliente- dijo después de haber tocado toda mi cara y de haber puesto sus labios sobre mi frente. –Esperame que busco el termómetro.Entró al cuarto de baño y oí como se caían unas cuantas cosas. Si había algo que a Peter lo volví completamente nervioso era saber que estaba por enfermar o con un ataque de asma.
-Tranquilo, Pitt- lo calmé. La idea era que él me calmase a mí, pero estaba hecho un manojo de nervios.
-Acá está, nenita- dijo y vi como le temblaba el pulso. –Baja el brazo- dijo una vez que dejó el termómetro sobre mi axila. -¿Qué es lo que sentís?
-El cuerpo pesado, y algo afiebrada- nos callamos durante los tres minutos que debimos esperar que el termómetro surtiese efecto. -Casi treinta y ocho- e hizo una mueca de disgusto al tiempo que agitaba el termómetro para que bajase el mercurio. –Llamo un médico.
-No, Pitt- y me echó una mirada asesina. – Traeme el pote de medicamentos, yo se que tomar.
-Lali...- me retó.
-Si sigo así, lo llamamos... lo prometo- y lo convencí contra su voluntad.
Me pasé el resto del día dentro de la cama, Peter también. Noté su aburrimiento pero era incapaz de dejarme sola. Tampoco estaba convaleciente, sólo me sentía mal. El dolor de cabeza se esfumó ante el paracetamol, y la fiebre bajó a gran velocidad. Pero él seguía preocupado. Sabía que mis amigos se reunirían para jugar al fútbol. Sabía que Peter lo había cancelado, sin decirme, por mi malestar general.
-Amor...- dije con los ojos cerrados.
-Sí, Lali, acá estoy- y sentí como se hundía su parte de la cama. -¿Qué tenes?
-¿Qué hora es?
-Las cuatro y media... ¿por qué?
-Anda... anda a jugar al fútbol con los chicos-dije.
-No, Lali- y fue tajante.
-Estoy bien, Pitt- y abrí los ojos para sonar más convincente.
-No, Lali... no voy a dejarte.
-Peter- y tomé su mano. –De verdad que estoy bien, no me siento tan mal...
-Pero un poco mal, sí- me interrumpió.
-Nada que un beso no pueda solucionar- y reí por lo bajo. –De verdad, amor... anda y divertite... yo cualquier cosa te llamo.
-No se, Lali... no me gusta, voy a irme preocupado...
-¿Llamas vos a Pablo para decirle que vas o lo llamo yo?- y reímos apenas.
-¿Segura?
-Sí, Peter- y bufé.