Aquella mañana desperté enredado en mi mujer y en nuestra criaturita. La panza de Lali ya ocupaba un lugar importante dentro de la cama. El bebé se había hecho notar rápidamente, dado a que Lali tenía un cuerpo chiquito. Estábamos en el quinto mes de embarazo. Fuimos bastante precavidos hasta el tercer mes. Era crucial pasar ese mes. Salí de la cama y me dirigí a la cocina para poder armar un desayuno. Lali ya no era aquella que comía como pajarito. Comía por dos. Y yo quería que nuestro bebé naciese bien fuerte.
-Lali... Lali- y la sacudí apenas.
-Mmm...
-Vamos amor, arriba.
-Un ratito, porfi- y me morí de amor. No había nada que me gustase más que despertarla. Era una pequeña con todas las letras.
-Vamos mi nenita, tengo que irme a trabajar- y con un movimiento de su mano me invitó a que la abrace. La rodeé desde atrás y fue gracioso que mis dedos no pudiesen entrelazarse. Su panza lo impedía. –Dale chiquitita, te traje el desayuno.
-Quedate un poquito más- susurró sin abrir los ojos y entrelazó sus dedos con los míos.
-Mmm... que mimosa que está mamá, eh- y le besé la espalda y los hombros. También la nuca.
-¿O no que no queremos que papá se vaya?- y reí. Era capaz de cualquier cosa con tal de retenerme.
-Mi amor, si me voy más tarde no voy a poder salir tempranito como quiero- y recién en ese momento abrió los ojos y se giró para quedar frente a mí.
-Está bien- e hizo puchero. –Pero quedate conmigo hasta que desayune.
-¿Y cómo le voy a decir que no a ésta embarazada que me pone esa carita linda?- y tomé su cara entre mis manos y la llené de besos. -Mira- y tomó mi mano y la apoyó sobre un costado de su panza. Sentí una ondulación. - ¿Ves?... Quiere que te quedes- teatralizó.
-Hola mi cosita linda- y le llené la panza de besos. Estábamos en Abril y Lali seguía sufriendo el calor del verano, por lo que dormía con unos shorts míos y un top, que dejaba su panza al descubierto.
Una vez que Lali terminó de desayunar me vestí para irme a la editora. Odiaba vestirme de traje con el calor que hacía. El próximo mes Lali ya no trabajaría más en las facultades, tenía la licencia por maternidad. Nos despedimos en la puerta del departamento.
-Nos encontramos allá ¿si amor?
-Dale, chinito... más tarde nos vemos- tomé su cara entre mis manos para poder besarla. –Qué rico perfume...- y reí. Las hormonas de Lali siempre estaban de fiesta, pero la panza era sumamente grande.
-Cuidame a mamá ¿si?- y dejé unos cuantos besos sobre la panza.
Aquella mañana me vi dentro del salón dándoles clases a los alumnos de Letras. Las mujeres me sonreían con ternura al ver mi panza de embarazada. Para los varones correspondían dos opciones: o me veían sumamente vieja, criterio de Rocío, o bien, fantaseaban conmigo, criterio de Eugenia. Lo cierto es que me sentía sumamente joven y fresca cargando con mi criatura de cinco meses. Esa misma tarde mi obstetra esperaba por mí para hacerme una ecografía. Confirmar que todo fuese de la mejor forma y también saber el sexo del bebé, lo cual pondría fin a la guerra que montábamos con Peter cada vez que salía ese tema. Él moría por tener una nena, yo por un varoncito.
Mi mamá, mi suegra, Florencia, mi hermana, mi cuñada y nuestros amigos se hicieron presentes a las seis de la tarde en la clínica. Por excepción dejaron que todos entraran con nosotros. Lo cierto es que mi embarazo era una fiesta para todos. Después de la pérdida y ante la llegada de éste bebé, todo tenía permitido. Me acostaron en la camilla y mis ojos se encontraron con los de Daniela cuando sentí el frío gel sobre mi panza.
-Bueno, ahí está- dijo Silvana, mi obstetra, señalando el monitor.
-¿Es ese?- preguntó Nico.
-Sí- y sonrió. –Ese es el corazón- y oímos los latidos de nuestra criaturita, y lloré de felicidad. Peter me sujetó con mayor fuerza la mano.
-¿Oíste, amor?- me susurró Pitt con voz quebrada.
-Mariana, Pedro... les presento a su hija- y fue inexplicable lo que sentí cuando dijo hija. Pero no fue algo que me llamó demasiado la atención: Peter y yo siempre habíamos sido la excepción a la regla. Y nuestra hija lo sería entre todos sus primos.
Y el corazón dejó de latirme. La sangre se me heló. La piel se me erizó y los ojos se me abrieron de par en par cuando oí la palabra en femenino. Hija. Lali llevaba dentro a mi hija. Nuestra hija. El consultorio se volvió una verdadera fiesta. Sería la primera nena de todo el grupo. Y claro. Sería cuidada y malcriada por cada tía compinche, cada tío guardabosque, cada
abuela dulce, cada abuelo copado. Por sus primitos del corazón. Serían un batallón de hombrecitos cuidando de mi nueva nenita. Fue de un momento al otro que sentí que todo mi mundo se reducía a ella. Ella. Ya podía definirla. Era mi hija, mía y de Lali.
-¡Ay! ¡Mírenla!- gritó Candela con voz llorosa.
-¿Por qué está así?- le preguntó Rocío. A Lali le estaban haciendo la ecografía tridimensional. Se podía ver a la perfección a nuestra beba.
-Tiene el dedo dentro de la boca- dijo Silvana.
-¡Ay! ¡Me muero! ¡¿Se está chupando el dedito?!- preguntó Eugenia. La obstetra asintió a la vez que largaba una risita divertida.
-Felicitaciones, papá- me dijo Gastón palmeándome la espalda. Me giré para verlo y le sonreí de lado. Lali no hacía más que llorar. Al igual que mi mamá, mi suegra, mi hermana, mi cuñada, Jimena, Candela, Daniela, Mery, Rocío y Eugenia.
Salimos del consultorio y la fiesta volvió en la puerta de entrada de la clínica. Me abracé tanto con mi mamá, con María, con Florcita, Ana, Jime. Mis amigas me zabulleron en un abrazo sumamente amistoso. Mis amigos no me revolearon por los aires porque no daba hacerlo en medio de la calle. Pero ví su alegría y su emoción también.
-Felicitaciones, papá- me dijo Lali rodeándome la cintura con sus brazos.
-Felicitaciones a vos, mamá- y tomé su cara entre mis manos y la llené de besos. –Me debes una cena- y reímos. Durante toda esa semana habíamos apostado sobre el sexo del bebé. Quien ganara le armaba una cena al otro.
Pasamos el resto de la tarde en casa de mis viejos. Papá había llegado del trabajo y se desayunó con la noticia, al igual que Pato, Bautista y Fernando. Peter había tenido que ir hasta la editora a buscar unos papeles, de modo que la familia Riera fue quien me llevó hasta nuestra casa.
Preparé la cena de la apuesta y esperé a Peter. A la vez que cocinaba oía música por la radio. Yo tarareaba y mi chiquitita bailaba dentro de mi panza. Me sentía extremadamente feliz. Esa noche con Pitt cenamos como dos enamorados. No podíamos dejar de mirarnos y sonreírnos como dos tontos.
-Me gusta ver esa sonrisita- le dije a la vez que acariciaba una de sus mejillas. Ya estábamos dentro de la cama.
-Y a mi me gustas vos, mamá- y me dio un beso lindo y suave. –No lo puedo creer- y con un movimiento ágil logró que mi cabeza quedase sobre su vientre. Me abrazó con unos de sus brazos y con él otro acarició mi panza. –Va a ser nena.
-Ya que se te cae la baba, papá- lo burlé.
-¡Mira si sale como vos! ¡Armado voy a salir a la calle!- y reí porque lo decía en serio. –No te rías, de verdad lo digo.
-Sí, por eso me río Pitt.
-Te amo, nenita- y tironeó de mi para poder besarme.
-Yo también te amo, mi amor- y le di un beso.
-Y a vos también te amo, muñeca- y llenó la panza de besos.
Esa noche dormí entre los brazos de Peter. Bah, dormimos entre los brazos de Peter... las dos. A la vez que nos sucumbíamos en un sueño dulce, él nos mimaba y nos tarareaba una canción.