Como habíamos acordado de primer momento, todo el día lunes y parte del martes lo invertimos en la mudanza. Era increíblemente agradable trasladar todas mis pertenencias a mi vieja casa. Fue una verdadera fiesta dejarme caer sobre el sillón del living exhausta de acomodar cada cosa en su lugar. Y la fiesta siguió cuando me vi cenando junto a Peter, yéndome a dormir con él, sentir que se amarraba a mi cintura por debajo de las sábanas.
-Bienvenida a casa, nenita- me había susurrado al oído, apretándome más a él.
-¿Estas contento?- y me giré apenas para poder mirarlo.
-Muy- y sonreímos ampliamente. –No creo que haya algo que me alegre más el corazón que estar viviendo con vos, por segunda vez- y me acerqué lo suficiente para rozar la punta de mi nariz con la suya.
-Te amo, Pitt.
-Y yo a vos, Peti.
-¡Que no me digas Peti!- le grité.
-Peti, Peti, Peti, Peti, Peti, Peti...- y por cada sílaba me dio un beso. Me crucé de brazos haciéndole saber que no me agradaba en lo más mínimo mi nuevo apodo. –Que me cambies esa carita de enojo, sino me veo obligado a hacer algo...
-¿Qué?- lo desafié. Sabía lo que se venía.
-Mmm...- y me besó con pasión debajo de la mandíbula hasta llegar al hueco de mi garganta. – Hacerte el amor hasta volverte loca- y su voz era sumamente dulce y sexy también. El corazón me golpeteó con fuerza, y en respuesta a su advertencia me abalancé sobre su boca.
Hacía ya casi dos meses de mi regreso con Peter. Un día era mejor que el otro. Indudablemente poníamos todo de nosotros para salir a flote, para no volver a caer. En cierto momento llegué a sospechar que aquellos diez meses separados nos habían servido. Maduramos, crecimos, nos entendimos. Comprendimos lo que cada uno necesitaba del otro. En resumidas cuentas, nos fomentó el amor. Y la pasión también, claro.
Aquel miércoles me vi dentro de la Facultad de Filosofía y Letras. Estaba encerrada en cuatro paredes, de pie, frente a todo el alumnado de Historia de la Filosofía Antigua. Hacía ya cuarenta y cinco minutos que estaba dando clase. Fue de un momento al otro cuando se encendió el altoparlante del salón. De primer momento se oyó algo de interferencia, pero después, y con total nitidez, una voz masculina capturó nuestra atención. Aquellas cuatro paredes se transformaron en un griterío constante momentos después. Debíamos evacuar el establecimiento en cuestión de segundos. Sin entender mucho tomé todas mis cosas con total velocidad al notar cómo mis alumnos habían abandonado el aula. Fui escaleras abajo. Nunca había hecho tan deprisa como esa misma mañana. Sentía que el cuerpo me temblaba y un nudo se había posicionado en medio de mi estómago sin permiso previo. Mis ojos se abrieron de par en par cuando tomé conocimiento que las puertas de la facultad estaban cerradas, encadenadas.
-La presidente avisó que mandaba al Congreso la ley de arancelamiento universitario- oí decir a un muchacho que vestía de manera informal, demasiado. Supuse que sería algún integrante importante del centro de estudiantes.
Y aquel motivo había sido suficiente para que los estudiantes decidiesen tomar la facultad, su lugar de estudio, mi lugar de trabajo. Junto a las puertas de entrada había varios hombres con sus caras cubiertas. Supuse que serían miembros de algunos partidos políticos que sólo apoyaban las medidas tomadas por los adolescentes-casi adultos.
Todo fue bien rápido. Los dirigentes del centro de estudiantes obligaron a todos los presentes a quedarse dentro del establecimiento. Tanto alumnos, como profesores y empleados. El pánico se notaba en la cara de cada estudiante. Y aquella era la primera vez que me veía involucrada en una situación semejante. Sentí miedo. Yo sólo quería irme a casa para preparar el almuerzo para mí y mi marido. Mis años de ideales, de cambiemos al mundo, ya se habían hecho presentes. Y se había ido de la misma forma en que habían llegado. Ya no era una adolescente que intentaba llevarse al mundo por delante. Ya había comprendido que aquello era sólo una tendencia suicida. Y siempre fui de esas que defendían a quienes luchaban por sus ideales. Pero en ese preciso instante, aquella manifestación me había hecho replantear en cuestión de segundos mi visión sobre ellos.