La mañana siguiente desperté con la tranquilidad que los domingos ofrecen. Inspeccioné mi habitación con la vista. Imaginé que aquello sucedería, pero aún guardaba un hilo de esperanza dentro de mi corazón. En lugar del cuerpo de Lali encontré un papel doblado en cuatro.
Peter: son las ocho de la mañana y me fui para mi casa. Quizás creíste que la conversación de anoche cambiaría la situación. Lo cierto es que aún no me siento preparada para afrontar todo lo que me sucedió. No logré procesarlo a lo largo de éstos meses. Se que soy egoísta, pero no me importa comportarme de tal manera. Se que mi distancia te causa daño y mis pensamientos también. Se que abandoné el modelo de mujer que conociste, que fui. No puedo remediarlo, no puedo volver el tiempo atrás. Y si pudiese hacerlo no volvería al día de la pérdida, sino a aquella noche en que concebí. Quitaría el maldito embarazo de mi vida, tan sólo para que no sientas pena. Perdoname la forma en que me despido. Sabes lo mucho que te quise. Lali.
¿Acaso había acabado conmigo? ¿Con nuestra relación? ¿Había decidido aniquilar nuestros proyectos? Me levanté de la cama sintiendo que mi corazón latía con menor intensidad con el paso de los segundos. Tomé una ducha rápida y me vestí a mayor velocidad aún. Salí del departamento y me metí dentro del Clio. Si aquel auto hablase, iría muerto de por vida. Allí me descargaba ante tanto mal. Qué tan subsumido estaba en mis pensamientos que por poco colisiono con una fila de autos detenidos en el semáforo. Gané unos cuantos insultos, pero seguí mi camino.
-¡Ay Peter!- esbozó María del otro lado de la puerta.
-Hola María- dije con un gesto compungido. Entendí que en aquel papel Lali había dejado lo nuestro. Supuse que había llorado la mañana entera en brazos de su madre.
-Cuanto me alegra que estés acá, cariño- me dijo al tiempo que una de sus manos tomaba su pecho y garganta, como si mi presencia fuese un alivio. -Lali está acá ¿verdad?- pregunté ya dentro de la cocina.
-Sí, duerme- dijo Jorge. –Hola Pitt- me saludó luego de ingerir su mate.
-Hola Jorge... tanto tiempo- hacía mucho que no estaba en casa de la familia de Mariana. -Subí, Pitt, subí- me empujó María.
Por un momento sentí que mi corazón renacía ante la bienvenida de mis suegros. Ellos me conocían y sabían que no daría todo por vencido. María, durante los ocho meses, intentó contener a Lali de todas las maneras posibles. Hacerle entender que su postura era errónea. Que su felicidad estaba junto a mí, con o sin embarazo mediante. Pero como buena testaruda, Lali se encerró en su burbuja de infelicidad cobrándole un alto peaje a quien quisiese entrar.
Abrí la puerta de su habitación. Todo estaba a oscuras, como su vida misma. Caminé con torpeza intentando hacer el menor ruido posible. Dejé el paquete de medialunas y los cartones de leche chocolatada sobre la mesita de luz. Me deshice de mi ropa y me deslicé dentro de su cama. Lali estaba acurrucada sobre su propio cuerpo y su pecho era un sube y baja entrecortado. Supuse del llanto matutino. Me acerqué a ella y la envolví en mis brazos. Sólo deseaba que el dolor y la tristeza dejasen de atacarla por sus costados, de una buena vez. Sintió mi contacto y de manera brusca despertó.
-Peter... ¿qué haces acá?- dijo con voz quebrada y empujándome hacia el otro extremo de la cama.
-Dejame abrazarte, La- le supliqué completamente rendido. Tenía sobre mi pecho las dos manos de Lali, haciendo fuerza. Poco a poco se relajó, pero no se acercó del todo.
-Esto... Peter... ¿leíste la nota que te dejé?-preguntó confundida.
-Sí.
-Ah... y... ¿si?- volvió a preguntar. Su confusión era cada vez más grande. Yo sólo asentí. – Entonces... ¿qué haces... acá?
-¿Sabes qué?- y negó. –Sos muy cobarde- y abrió los ojos de par en par. -¿Cómo podes dejarme a través de un papel? ¿Vos pretendes que yo te crea?
-Peter- me interrumpió. -¿Es que no lo entendes? ¿No entendiste lo que decía el papel?-y su voz era tan firme.
-Sí que lo entendí... pero no lo creo... sí, no me mires así- y no suavizó sus facciones. –no te creo, Lali... yo se que no queres dejarme, yo se que no queres estar sola... no entiendo qué te frena... ¿por qué no lloras conmigo?...
-Yo... yo no estoy preparada para que estemos juntos...
-Lali- la interrumpí. –No quiero mentirte... te extraño... extraño hacer el amor con vos... pero... pero más te extraño a vos, amor... extraño que charlemos, que pases a buscarme por la editora... extraño que te rías, extraño verte dormir, extraño todo de vos... y... y vos queres dejarme para no hacerme mal...- tomé una buena bocanada de aire y seguí. –Me haces mal desde hace ocho meses, Lali...- y me miró con ojos tristes.
-Perdoname- susurró con voz ahogada.
-No queres dejarme, no queres tenerme lejos... tu cara no se condice con lo que me dejaste escrito hoy... yo... yo no se que creíste hoy a la mañana cuando despertaste... ¿creíste que iba intentar hacer el amor?... yo sólo quería despertarme al lado tuyo, darte un beso y desayunar... sólo eso- ella quiso hablar pero yo me precipité a hacerlo. –Sólo quería volver a sentirte mía con un simple desayuno...
-Hago todo mal- admitió al tiempo que un torrente de lágrimas copaban su cara. Tome su carita de pequeña entre mis manos y la acerqué a la mía. Me miraba con ojos llenos de dolor, y yo también lloré un poco.
-¿Me amas?- le susurré. Levantó la vista y allí encontré su respuesta. –Yo también te amo- dije con mi sonrisa torcida. Ella sonrió y allí morí. Hacía tanto tiempo que una sonrisa sincera no asomaba en el rostro de Lali. –Vení nenita- dije y la apreté a mi cuerpo. Casi por instinto comenzó a llorar. Estaba tan frágil, tan débil.
-Perdoname, Pitt- logró esbozar en medio de un mar de lágrimas.
Nos mantuvimos de aquella manera largo rato. Lali tenía su cuerpo acurrucado contra el mío y su cara hundida en mi cuello. Vi cómo María se asomaba por la puerta apenas entreabierta. Nos regalamos una sonrisa mutua y salió de allí de igual forma.
-Bueno... a ver...- dije separándola de mi. – Vamos a desayunar...
-No Peter- me interrumpió. –No quiero comer... no tengo hambre...
-¿¡Perdón!?- teatralicé. -¿¡Qué escuche!?... ¡¿Vas a decirle que no a una docena de medialunas y una leche chocolatada?!- y ella asintió sonriente. –A ver... voy a cambiarte la pregunta- dije al tiempo que abría sobre mis piernas el paquete de facturas para luego batir la leche chocolatada. -¡¿Vas a decirle que no a tu chinito, que, valga la redundancia hoy tiene los ojos más chinitos que nunca, y que te pone puchero?!- y sonrió con más ímpetu y en aquel momento supe que yo seguía siento su chinito pese a la distancia abismal que había creado entre nosotros.
Yo sólo quería unos mimos,
Un suspiro de tu ombligo,
Una sopa con sabor.