Me desperté sobresaltada por el estridente gañido de los cuervos que revoloteaban en el exterior. Jeanne había desaparecido, por lo que supuse que se habría marchado a su habitación temprano. Me dolían las sienes por el disgusto de la noche anterior y me levanté algo mareada. El estómago me rugía. Anduve hasta una de las ventanas y observé que el sol lucía con orgullo. Debía de ser más tarde de lo debido. Hice sonar la campanita de oro para avisar a Florentine de que ya podía presentarse para acicalarme. A continuación abrí todos los ventanales y dejé que el aire matutino despejara el cuarto. Mi sirvienta tocó a la puerta con celeridad y la invité a pasar.
- Buenos días, señorita Catherine. ¿Ha dormido bien?
Le respondí sin dar demasiados detalles y me acomodé frente al tocador. No era día de baño, por lo que Florentine me peinó la cabellera rojiza y me la recogió en un moño alto, decorándolo con discretas perlas. Humedeció una toalla blanca en el agua, repleta de lavanda, que se encontraba en la jofaina y me mojó el escote, el cuello, las manos y el rostro. El olor me renovó un tanto.
- Tiene usted la piel muy bonita. – me halagó mientras buscaba el vestido que llevaría para el almuerzo. – Debería cubrírsela siempre que pueda, el sol aquí es muy fuerte.
Aborrecía mis pecas. Al igual que le ocurría a mi abuela, la genética me había dotado de una envidiable piel de color níveo, lisa, sin imperfecciones, pero como castigo por mi virtud la había plagado de pequeñas pecas marrones que tiznaban todo mi rostro de manera irregular y horrenda. Me hacían parecer un papiro en blanco ensuciado por unas molestas gotas de tinta. Florentine tenía razón, era cierto que mi tez era extremadamente sensible y no estaba acostumbrada a parajes soleados, pero había traído bastantes sombreros.
Sustituí la camisola por otra y Florentine me anudó con esmero la liga que sujetaba mis medias transparentes. Sobre estas, colocó las finas enaguas y las aseguró en mis caderas. A continuación, me situó el faldellín y una ancha camisa celeste con amplias mangas y adornada con encaje plateado. Por encima de la camisa, me encajó la basquiña y me situó el corsé. La notoria delgadez de mis formas facilitó la tarea de apretármelo lo más fuerte posible, curvando mi cuerpo. Cuando mi cintura resultó lo suficientemente estrecha, me colocó la casaca, a juego con el resto del vestido, dejando asomar la suntuosa decoración de las mangas de la camisa que portaba bajo todo aquel sistema de telas y sujeciones. Por último, ahuecó la falda con el discreto miriñaque que había conseguido transportar entre mis pertenencias. Era muy pobre en comparación con los que empleaban en París, pero Jeanne me aseguró que las mujeres de Quebec seguían una moda más austera y debía dejarlos atrás. Me tapé los brazos hasta la altura del codo con unos guantes blancos y Florentine me ayudó a ponerme los bajos zapatos de tacón. No pronunció palabra durante todo el proceso, pero la doncella estaba fascinada con la suntuosidad de toda mi ropa, poco acostumbrada a vestir a damas francesas. Me entregó un sobrio sombrero azulado, en consonancia con el resto de colores de mi atuendo, y me lo situé sin dificultad. Me valoré en el espejo y concluí que estaba presentable para conocer a aquellos provincianos. Capté los iluminados ojos de Florentine mirándome. Para mí era la actividad más cotidiana, llevaba muchos años encerrándome en aquel armatoste de pliegues y varillas. Hasta había terminado por resultarme cómodo.
- ¿Ya han llegado los invitados? – pregunté, empolvándome las mejillas. No podía hacer nada para ocultar la hinchazón de mis párpados.
- Sí, señorita. Están en el salón principal.
Vestida así, me sentía algo más segura que de costumbre. No olvidaría mis tradiciones, aunque fuera la única. Enorgullecida, salí al pasillo y me encontré con Jeanne. Ella no portaba sombrero, pero su vestido rosado arrebataba el aliento. En contraposición a mi falta de sensualidad, el escote de mi hermana estaba adornado por dos temperados senos que solo un corsé era capaz de embellecer de aquella forma.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...