Gizhaawaso - Él protege a los jóvenes

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Jamás pude ser capaz de olvidar la paz que experimenté cuando Namid cayó dormido sobre mi pecho. Aquellos largos minutos, casi horas, se convirtieron en uno de esos momentos en la vida en los que todo parece encajar: una se siente en el sitio correcto, en el instante correcto, en el mundo correcto, y las penas se desvanecen con la creencia de que existe un lugar mejor.

Ahí estaba él, acurrucado, su mejilla acariciando mi esternón, y no pude evitar hacer circular mis dedos sobre su cabello. Lo hice con parsimonia, evitando que se despertara, y me sorprendió la suavidad de su pelo. En los laterales de la cabeza crecían dos trencitas finas anudadas en la parte trasera con una pluma blanca. Desde mi posición, la cual me permitía observarlo desde arriba, admiré su abanico de pestañas. Descubrí que, al tener los ojos totalmente cerrados, una cicatriz cruzaba el pliegue entre el párpado derecho y la ceja. No era la única: a contraluz, diferentes surcos mostraban un historial de peleas. Sin embargo, la más visible era la del labio. Sonreí levemente sin darme cuenta y la rocé. Namid dio un ligero respingo en sueños. Agaché un poco el cuello para verla mejor. Tenía la textura más suave que el resto de la piel, además de ser varios tonos más clara, y pensé que había sido infligida por una quemadura. Lo que anteriormente me había resultado terrorífico y horrendo se había convertido en mi parte predilecta de su rostro aristado. En medio de mi profundo análisis sobre su fisonomía, él abrió los ojos lentamente. Nuestras miradas se encontraron a escasos centímetros. "¡Maldita sea, Catherine, te ha encontrado con las manos en la masa!", me morí de la vergüenza. Namid se incorporó un poco y mi corazón dio un vuelco cuando, sin tapujos, me miró los labios. Me ruboricé de pies a cabeza y me eché hacia atrás antes de que cualquier desgracia pusiera en peligro mi honra.

— Per...perdón... — tartamudeé, sin saber siquiera por qué estaba pidiendo disculpas exactamente.

Namid se rió, sin afrentarse, y se alejó un tanto para desperezarse. Parecía algo más sosegado. Por el contrario, yo cada vez estaba más alterada: era noche cerrada y estaba en la tienda de un indio, a solas. No podía dormir allí, tenía que volver a casa. ¿Cómo iba a decírselo? Él no hacía gala de un gran ímpetu por llevarme de vuelta. Listo como era, enseguida advirtió la preocupación en mi semblante. Me miró con aquellos ojos malditos, pero no tuvimos tiempo de intentar mantener ningún tipo de diálogo: alguien abrió corrió la piel que servía de puerta y asomó el rostro. Mi cuerpo se puso rígido al reconocer a Ishkode escudriñándonos con sorpresa y estupor.

— ¡Namid! — exclamó con escándalo.

Yo no entendía nada de lo que decían, pero el mayor entró en la tienda con rapidez y Namid se levantó del suelo en milésimas de segundo. Hablaban con celeridad, en susurros que parecían más bien gritos, e Ishkode me miraba de reojo, serio. "Están discutiendo", comprendí al observarles. Namid intentaba cubrirme con su cuerpo y le respondía con firmeza. Supuse que la luz que salía de la hoguera le había hecho pensar a Ishkode que su hermano había regresado al poblado. A pesar del supuesto trato favorable que había experimentado por su parte y por parte de algunos miembros de la tribu, el incidente con Wenonah parecía haber crispado mis prácticamente superficiales relaciones con los ojibwa. No era un buen momento para que yo estuviera allí, campando a mis anchas. La magnitud física que poseía el primogénito de aquella familia me dejó sin aliento. Parecía un rey con aquellas pieles cubriéndole las anchas espaldas. Las manos, el cuello, el rostro, todo cubierto de pintura verde oscuro. Podría haberme aplastado con uno de sus pies, como a una mosca molesta que revolotea alrededor de la copa de vino. Alterado, Namid recuperó la bolsita del suelo y se la lanzó de mala gana. Él la abrió y su rostro se ensombreció al notar los cabellos de su hermana. Tragué saliva cuando me fulminó con la mirada. Algo en mi interior me decía que Ishkode no me odiaba, simplemente estaba protegiendo a su hermano y, en gran medida, a mí también.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora