Giiwose - Ella caza

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Prácticamente hasta la hora de comer no dejamos de conversar. Revisé sus heridas y, a petición suya, las cubrí de ungüento. Casi advertí que Inola sonreía levemente cuando me extendió la pipa y la rechacé como si se tratara del mismísimo satanás. Honovi me contó que su clan había accedido a interceder por la corona francesa si así lo exigía y que otros miembros de la tribu ojibwa más situados al oeste ya habían internado en los regimientos de reserva. Me aseguró que ellos estaban demasiado lejos y eran poco relevantes para la causa, por lo que no me preocupó que pudieran ser llamados a filas. Siendo honesta, no comprendía por qué tenían que sacrificarse por un gobierno que tanto daño les generaba. Supuse que les habrían prometido protección y privilegios. ¿Cumplirían?

Los tres salimos al exterior y el olor a carne asada provocó un rugido en el estómago. Fui saludando a diversos conocidos, buscando desesperadamente a Namid. Anhelaba aprovechar cada una de las horas que me restaban a su vera.

— Ishkode y los demás hermanos están cazando, deje de buscar — bromeó Honovi, haciéndome sonrojar —. Venga, Huyana quiere enseñarle a ensartar una ardilla.

Desperté las carcajadas de medio poblado al combinar una estupenda expresión de asco y chillidos de niña mientras le clavaba un palo de madera a un cadáver de animal chamuscado que más me parecía una rata de cloaca que una ardilla. No podía ofenderme por ello, la estampa debió de ser ciertamente cómica. Wenonah me mostró cómo arrancarle la piel y el pelaje, a pesar de que me negué a coger el cuchillo. Llena de tierra, dejé reposar a mi "presa" en la hoguera para que se cocinara.

— Ya ha aprendido a prepararse su comida como una ojibwa — comentó Honovi con cierto orgullo.

La voz cantarina de Waagosh anunció que los hombres más fuertes habían regresado de la caza. Sobre el suelo, me encogí con tensión, cubriéndome un poco más con la manta que me había entregado Mitena. Todos empezaron a gritar con suma alegría, en aquellos quejidos tan característicos, y la respiración se me paró en seco al ver aparecer a Ishkode, sin nada que le cubriera el torso, repleto de sangre seca y cargando un ciervo a sus espaldas. Sin un mínimo de delicadeza, lo lanzó justo frente a nuestro fuego y las llamas que se levantaron a punto estuvieron de alcanzar mi vestido. Contuve las náuseas: el hedor era intenso y el animal tenía las cuencas oculares en blanco. Él parecía divertirse con mi sufrimiento.

— ¡Aaniin, Waaseyaa! — me saludó Miskwaadesi, detrás de su hermano mayor. Él cargaba diversos pájaros pequeños.

— Aa-aaniin — tartamudeé.

— Acaba de contemplar la cena — se rió Honovi ante mi espanto. Onida no tardó en ordenarles que se llevaran a las presas y las preparan correctamente para el festín posterior.

— Aaniin, Waaseyaa.

Me giré con cierto ahínco al distinguir la voz grave de Namid. Él tampoco portaba una camisa o mísera tela que le cubriera el pecho. Suavemente, dejó dos ardillas sobre el suelo. Su expresión estaba en cierto modo alerta: desconocía que yo había venido de visita. Aun así, intentó disimularla. Rápidamente rompió el contacto visual y el leve rubor de sus mejillas aceleró mi corazón.

— ¡Namid, ambe! — le apresuró Ishkode.

Onida nos miró con una media sonrisa y empujó levemente a su hijo para que avanzara junto a los demás para terminar sus tareas.

¿Cómo iba a decirle a aquellos ojos que iba a dejarlos atrás?


‡‡‡


El resto de presentes ya habíamos terminado de comer cuando los cazadores regresaron. Me llevé la manga perfumada del vestido a la nariz para retrasar la llegada de los intensos olores que destilaban sus cuerpos atléticos. Les ofrecí los alimentos que habíamos ido cocinando y esperé a ver dónde se sentaría Namid. No obstante, transcurrieron los minutos y no había ni rastro de él. Acercándome a su oído para que nadie más pudiera escucharme, le pregunté a Wenonah sobre el paradero de su nisayenh. La risa cínica de Ishkode interrumpió nuestro secretismo. Clavó sus ojos en los míos, añadió algo en lengua ojibwa con un tono burlón ineludible hasta para una extranjera, y los demás carcajearon. Le devolví una mirada seria y me dirigí a Honovi:

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora