Ashi-ishwaaswi - Dieciocho

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Antoine se encerró en su despacho tras entregarle una carta a Florentine cuyo destinario era Thibault. En ella le invitaba a pasar unos días en nuestra casa para hablarle de los planes del gobernador y del gabinete gubernamental de Nueva Francia. En consonancia con sus ojeras, sus cejas parecían más pobladas de lo normal cuando mojaba la pluma en el tintero. Antes de que cerrara la puerta de su lugar de estudio, divisé una amplia mesa en el centro, cubierta por un montón de mapas a gran escala y libros abiertos. Tenía mucho trabajo que hacer y me pregunté si lo haría con gusto: al fin y al cabo, estaba colaborando en abastecer a un ejército que no dudaría en abrir fuego contra los ingleses..., había vidas en juego.

Yo y Jeanne tomamos un té y jugamos a los naipes hasta bien entrada la tarde. Mi hermana no pasó por alto las repetitivas ocasiones en las que miré por la ventaba que daba al exterior. Estaba buscando a Namid inconscientemente. Lo echaba de menos. "Todo sería más fácil si pudiera enviarle una carta...", me lamenté.

— ¿En qué piensas, cariño? Estás en las nubes.

— El frío me languidece — respondí.

Estaba ensimismada, como en una continua pereza que me adormecía los sentidos. Ignoré las pisadas de Florentine cruzando el salón de té hasta que estuvo pegada a la mesa.

— Su amigo está aquí — anunció mirando al suelo.

El corazón me dio un vuelco y Jeanne se levantó de su asiento estrepitosamente. ¡Por fin aparecía! Siempre lo hacía cuando más lo echaba de menos.

— ¿Quién? — solicitó ella.

— El indígena. También hay una niña pequeña.

"Wenonah", me alegré. Había traído a Wenonah a nuestra casa. Tiré la baraja de cartas de cualquier manera y eché a correr. Escuché a mi hermana pedirme que me detuviera, pero hice caso omiso. Sin cubrirme con las pieles, llegué al jardín trasero casi sin aliento. El frío me golpeó el rostro. Me alcé el bajo del vestido y anduve hasta la cerca sin demora. Allí estaban ambos. La valla nos separaba, pero me incliné para acoger a Wenonah entre mis brazos. La había visto aquella misma mañana, pero me sobrecogía el miedo de poder perderla en cualquier momento, de descubrir que no había más tregua para ella y verla convertida en Marion. Estaba comenzando a preocuparme por el bienestar de más personas aparte de mí misma.

— ¡Aaniin, nishiime! — me saludó.

Le sonreí y alcé los ojos hacia Namid, quien nos observaba con candor. En el momento en que se dio cuenta de que yo había captado aquella huella de sensibilidad, rompió el contacto visual y retomó su habitual seriedad. A modo de precaución, observé que cargaba su gran hacha y el fusil. No podía culparlo, nuestro último encuentro no había sido del todo pacífico. Aposté a que Wenonah había sido la instigadora de aquella visita. Él parecía estar observando a ambos lados de su cabeza.

— Aaniin, nisayenh — incliné el rostro.

"Deja de sonrojarte, Catherine", gimoteé en mi interior. Mis mejillas se habían encendido a la velocidad del relámpago al tenerlo frente a mí. Nos separaba cierta distancia, pero noté cómo todo mi cuerpo clamaba su cercanía. Me asusté. Toda mi desazón había desaparecido al verle. Llevaba todo el cabello anudado en una larga trenza que bajaba por su amplia espalda y sus facciones quedaban al descubierto con mayor intensidad. Posé las pupilas en la cicatriz de su labio superior y me resultó profundamente bella. Debí de estar observándole con demasiado esmero porque entrecerró los ojos, como examinándome, y los huesos de la mandíbula apretada se le marcaron sobre la piel. De nuevo, volvió a romper el contacto visual. ¿Sentía timidez como yo lo hacía?

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora