Namid hizo avanzar a Algoma hasta una extensión seca un poco alejada del gentío. Supuse que Inola y Honovi nos seguirían, pero no lo hicieron, como si hubieran sido conscientes de que debían de dejarnos a solas. Yo caminé lentamente con el pelo del vestido ralentizando mis pequeños pasos. Anoté que no ataban a sus caballos, les invitaban a acompañarles, y me preocupó cómo podría aprender a montar si no me sentía segura por un movimiento inesperado de sus patas.
— Hola, Algoma — la saludé con delicadeza cuando Namid me invitó a tocarla.
Ella relinchó y ambos nos echamos a reír. Era cierto: congeniábamos bien.
— Nishiime — llamó mi atención.
Fruncí el ceño al otear que Namid me indicaba mediante la mímica que quería que yo me subiera al lomo de la yegua sin su ayuda. Apreté la mandíbula: era altísima, más que él..., era una utopía creer que podría auparme hasta tal distancia. Me aterraba fallar y avergonzarle.
— No puedo sola — musité.
Él me enseñó cada uno de los movimientos que llevaba a cabo para conseguirlo: daba un amplio salto con las piernas arqueadas, agarrándose el cuello del animal, y lo lograba con una sencillez pasmosa. "¿Cómo demonios voy a hacer eso con este traje?", me quejé para mis adentros.
— No puedo sola — persistí —. Tienes que ayudarme a coger impulso.
Namid se quedó quieto. Pensé que lo hacía porque no me entendía, pero algo me dijo que exigía que yo lo hiciera a mi manera. Se cruzó de brazos, divertido, y esperó.
— Esto no tiene ninguna gracia... — bufé, situándome pegada a Algoma.
Imité el agarre de sus manos en torno al cuello e intenté con todo mi afán respingar sobre el suelo. Cuando lo hice, la yegua se movió hacia un lado, provocando que cayera de rodillas.
— ¿Ves? — protesté —. Tienes que sujetarla.
La respuesta de Namid consistió en un gruñido acompañado de un movimiento delantero de la barbilla. ¿De verdad pretendía que volviera a intentarlo? El simple hecho de tener que levantarme con todo aquel cancán me supuso un esfuerzo sobrehumano. Me espolsé el vestido con cierto orgullo y retomé la segunda prueba. La rodeé con un poco más de suavidad, pero mis brazos eran demasiado cortos para abarcarla toda. Algoma se quedó quieta, observándome. "Ni se te ocurra moverte", la instigué. Doblé las piernas con el fin de brincar más alto, mas no me elevé ni cinco centímetros. Namid reprimió la risa y yo me eché el pelo hacia atrás, malhumorada.
— No puedo sola.
Él se encogió de hombros. "Inténtalo otra vez, Catherine", decían sus ojos dorados.
— Por mucho que quieras, no voy a conseguirlo. El vestido es muy pesado y... — repliqué —. ¡Maldita sea!
De mala gana, probé por tercera vez. La caída fue aún peor. Me sentía totalmente inútil.
— ¿Estás disfrutando del espectáculo? — le increpé.
Yo era una persona muy sensible, susceptible a las opiniones de mis seres queridos. Namid solo pretendía darme independencia, algo que nadie jamás se había propuesto, pero su sonrisa me hería como una burla.
— Me gustaría verte cosiendo... — gruñí, enfadada.
En son de paz, Namid se acercó y se arrodilló en el suelo, avanzando una de sus piernas para que yo pudiera subirme en ella para alcanzar mi objetivo. No lo miré sin cierto recelo. Finalmente, me apoyé en sus hombros y me propulsé hacia arriba. Como era de esperar, carecía del empuje necesario para llegar y los pies se me enredaron entre las telas. Namid no pudo sostenerme a tiempo cuando me caí de espaldas sobre la hierba reseca. Se trató de un golpe seco que me llenó los ojos de lágrimas, mas yo sabía que éstas estaban causadas por la vergüenza, no por el dolor. Me sentía indefensa.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...