No pude borrar la sonrisa de mi rostro en el camino de vuelta a casa. Jeanne también estaba contenta y no paraba de darme las gracias por haberle hablado de todo lo sucedido. Había sentido un lazo especial con Wenonah que me hizo extremadamente feliz. Pensaba que si formaba una buena opinión respecto a los indios, aceptaría de buen grado mi amistad con Namid. Soñaba con poder relacionarme con ellos sin tenerme que cubrir las espaldas, en armonía.
— Debes de continuar dando las lecciones de clavicordio — musitó mientras viajábamos en el carruaje —. He visto con mis propios ojos a los niños y, aunque tampoco creo que los clérigos tengan malas intenciones, opino que sería beneficiosa tu presencia allí. Les gustas, Catherine. Quién sabe, quizá ablanden sus métodos. Wenonah se sentiría muy perdida sin tenerte.
"Tiene razón", pensé. Prefería estar presente en aquellas clases que no poder presenciar si los ofendían de algún modo. Debía de protegerla desde las sombras. Así ayudaría a Namid y evitaría que los conflictos fueran a mayores. Los apoyaría. Tenía una profunda fe en la existencia de un modelo educativo que no pusiera en entredicho su identidad y el plan de llevarlo a cabo me ilusionaba.
— Podría ayudarte en alguna clase. No soy la mejor cantante, pero te encontrarías más respaldada. ¿Qué opinas, pajarito?
— Estaría más que encantada. Gracias — respondí, emocionada.
— El vestido que dejaste a los pies de la cama... ¿Se lo dieron a Wenonah?
— Sí — agaché el rostro. — La llaman Marion.
— ¿Qué te parece si lo reformamos un poco?
Vi los ojos centelleantes de mi hermana y les deseé lo mejor a aquellos curas. Si a mí me consideraban un peligro para la estabilidad de su comunidad, Jeanne les haría perder la razón. Era una mujer terca, con un carácter fuerte y un gran sentido de la justicia. Me sentí mal por haber dudado de ella. Todavía se sentía reticente respecto a los indígenas, pero los niños suponían harina de otro costal; siempre había sentido debilidad por ellos. Habíamos recibido unas enseñanzas muy concretas que se basaban en la supremacía sobre los demás pueblos, pero tanto ella como yo habíamos olvidado que aquella joven de cabellos de oro no había nacido para cumplir las normas.
Me creía y lucharía a mi lado.
‡‡‡‡
Florentine se sintió apabullada por nuestro entusiasmo. Arribamos a casa entre carcajadas escandalosas, correteando como chiquillas despreocupadas, en aquella niñez perdida que me recordaba a nuestros juegos en París. Jeanne poseía la capacidad de animar con el sonido de su risa inmaculada y yo no podía emitir queja alguna.
— Comeremos cuando Antoine regrese de su reunión con el gobernador — le informó con una sonrisa. — Este pajarito y yo tenemos cosas que hacer. Tráiganos tijeras y la caja de costura.
— Enseguida — titubeó, sin comprender muy bien qué traíamos entre manos.
Ambas subimos hasta su habitación, la que había abandonado desde su matrimonio, y la encontré igualmente acogedora, a pesar de que nadie la ocupara. Los pesados cortinajes estaban abiertos de par en par y la luz del mediodía, que se apagaba cada vez antes a causa del cambio de estación, entraba a borbotones y bailaba por todos los rincones. Me pidió que trajera el vestido y así lo hice. A continuación nos sentamos sobre la cama, lo suficientemente grande para ser ocupada por las dos, y Florentine no tardó en entregarnos lo que le habíamos requerido. Miró el manojo de telas que Jeanne estaba examinando y añadió:
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...