El pequeño orificio que conectaba con el exterior fue el único medio por el que mis sentidos se percataron de que habían arribado los refuerzos. Se escuchaban más cascos de caballos, más gentío, y todos ellos eran ajenos a lo que estaba ocurriendo bajo tierra. Sin duda, la crueldad de aquella estrategia solo podría haber sido ideada por el padre Quentin. Llevábamos dos días encerrados, sin apenas comida ni agua, y el hedor era prácticamente insoportable.
— Los ojibwa han llegado — apuntó Thomas Turner —. ¿Los oye?
Provenientes de Fort Duquesne y tras haber recuperado posiciones en Ohio, el destacamento liderado por el invicto Ishkode se había instalado en Fort Necessity. A unos cuantos pies más arriba, Namid estaría caminando, ignorando que su pequeña guerrera de cabellos rojizos lo llamaba con toda la fuerza de su corazón. "Estoy aquí, Namid", rezaba. "Huye sin mí, protege a Jeanne", suplicaba.
Pero él no podía escucharme.
‡‡‡
La tensión fue venenosa en los días posteriores. Carente de información sobre el exterior, desconocía si Jeanne también había puesto un pie en el fuerte o si alguien sabría de nuestro paradero. Thomas Turner y yo nos sumimos en un silencio mortuorio. Esperamos, simplemente esperamos. El ataque de George Washington era inminente.
Nadie nos visitó.
‡‡‡
Al sexto día, las tropas de George Washington remarcaron su cercana presencia con un breve ataque a Fort Necessity. El impacto de los cañones hizo temblar el suelo e, impotente, asistí a los albores de una batalla en la que no podía participar. Tras un par de proyectiles y quizá unas cuantas bajas, el primer avisó de amenaza finalizó.
— Thomas... — despegué los labios pegajosos débilmente —. Agua... — la seca garganta me ardía al ritmo de cuchillos —. Ne-necesito..., agua...
Perdida la absoluta noción de las horas, únicamente distinguiendo noche y día, portaba numerosas horas sintiéndome desfallecer. Los dedos se habían hinchado, enrojecidos y morado, pero lo más preocupante era que ya no los notaba como una parte de mi cuerpo. Me encontraba al borde del colapso físico y emocional. Temía que, si perdía el conocimiento, despertaría sola, abandonada, perdida.
— Thomas...
Él dio un respingo en la oscuridad y escuché sus cadenas. En vano, quiso llegar hasta a mí para comprobar mi estado. Los párpados me mecían en una peligrosa nana y luché para seguir despierta.
— Necesito...
El mercader pidió auxilio con toda la fuerza de sus pulmones. Casi inconsciente, el corazón se me encogió al advertir cómo se le rompía la voz, sufragada por un llanto angustioso. "No puedes morir aquí dentro, Catherine", me alenté. La fina fortaleza que insuflaba fuego a las alas de aquella águila dorada me agarró de la mano antes de desprenderme hacia el abismo.
— ¡¡¡Un médico, necesitamos un médico!!! — siguió gritando al soldado que realizaba la guardia. Éste, entre asustado y molesto, salió despavorido en busca de ayuda —. ¡¡¡Catherine, Catherine!!!
Las llamas me elevaron, pero no lo harían durante demasiado tiempo. Como en trance, la música de los tambores ojibwa, de sus quejumbrosos cantos a la luna, me recordó que tenía un hogar al que volver. Repentinamente, los barrotes se deslizaron y un par de manos me pusieron de pie tras haberme abierto los grilletes. Perdí el equilibrio y un hombre uniformado me cargó a su espalda. Mis ojos se cerraron y lo último que vieron fue el rostro de Thomas Turner.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...