Ganawenjige - Él cuida de ella

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Thomas Turner me dio las gracias cuando le ofrecí un vaso de vino antes de ponernos a trabajar en el jardín trasero. Era mi forma de agradecerle sus anécdotas. Se lo bebió de un trago y tomó la azada que había sido usada por Namid el día anterior. Yo no sabía si él regresaría para ayudarme, pero supuse que no lo haría. No me lo imaginaba en mi huerto todas las tardes. Había sido un paso para mí el aceptar su presencia en mi rincón personal, pero el mercader se estaba convirtiendo en un amigo y merecía aquello y más. Me dedicó una media sonrisa antes de ponerse a arar.

— ¿Ha hecho todo esto usted sola? — me preguntó.

— Poco a poco — mentí. Me puse los guantes. No había tenido tiempo para cambiarme el vestido, aunque lo prefería; era demasiado nuevo para ser usado en aquel ámbito, pero me cubría las piernas. Me agarré el cabello con una cinta de pelo y comencé a arrancar malas hierbas en la zona más próxima al columpio. — Le agradezco su ayuda.

— No me las dé, señorita Catherine. Necesitaba despejar mi mente de las preocupaciones de la subasta. ¿Echa de menos a su hermana?

— Mucho.

— Ni se le ocurra casarse con Stéphane.

Su inesperado comentario me hizo reír, pero no respondí. Una mujer no estaba en posición de hablar de sus pretendientes con un hombre que no fuera su padre o su hermano. "No se preocupe, señor Turner, jamás lo haría", pensé. Antes muerta.

No estaba en igual forma física que Namid y enseguida empezó a sudar copiosamente. Su respiración era ronca, como la de los fumadores, como la de mi padre. Yo di las gracias a la suave tarde otoñal, ya había tenido suficiente sol; mi piel lo había sufrido considerablemente. Florentine no tardó en traernos agua y pastas con nueces.

— Hablando de caballos... — musitó él al cabo de un rato.

Me giré para mirar al exterior de la valla y el corazón me dio un vuelco al diferenciar el pelaje marrón inconfundible de Giiwedin. "Viento del norte", retumbó en mi subconsciente. Miré a Thomas Turner; le había ocultado todo lo ocurrido y ahora me descubriría.

— Viene a visitar a la señorita Catherine de cuando en cuando desde el incidente con los sirvientes — dijo Florentine, sorprendiéndome. Su expresión era severa, incómoda porque aquel indígena volviera a aparecer como si nada en nuestras tierras, pero primero estaba su necesidad de protegerme de las malas lenguas.

— ¿Por qué no me lo había dicho? — se indignó jocosamente él — ¿Tenía miedo de que la reprendiera?

— Yo...

— ¡Debería de haberme dicho que conocía al jinete de Giiwedin!

No dijo aquello con enfado, sino con divertida confusión. Thomas Turner era un hombre que entendía la necesidad de mantener secretos, él era partidario de hacerlo. Además, era más inteligente que la mayoría de los hombres, sabía que una dama como yo no debía de contar aquello a diestro y siniestro. Parecía más embelesado por el caballo que por las supuestas implicaciones de aquellas visitas. Era extremadamente práctico: no interfería en los asuntos de los demás si no le perjudicaban directamente.

Florentine me dirigió una última mirada vigilante antes de entrar dentro. Namid llegó a la cerca y se detuvo con recelo al ver a Thomas Turner allí. Aposté a que lo conocía. No en vano uno de sus chicos había acudido de mensajero a su poblado para informarle de que no los delataríamos al gobernador. Descendió del caballo con agilidad y lo saludó. Para mi sorpresa, el mercader respondió en ojibwa:

— ¡Aaniin, niijikiwenh!

Era obvio que se conocían. Quizá no directamente, pero sí de oídas. Namid le sonrió con seriedad y me buscó con la mirada. Se tranquilizó al encontrarme junto al columpio. Yo casi me tropecé con el bajo del vestido al intentar salir de los matorrales para situarme cerca de Thomas Turner.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora