Devoré las dos manzanas que había traído para el almuerzo y me dispuse a regresar a la vivienda de los Baudin. Podía distinguir los tejados picudos de Montreal a lo lejos y calculé que se encontrarían a una hora de cabalgata, solo tenía que seguirlos para no perderme. Monté en Inola y apreté las riendas. Como no albergaba prisa alguna por llegar, avanzamos a medio trote, lo que me permitió disfrutar del paisaje boscoso. Conocía la existencia de un camino, pero Thomas Turner me había repetido innumerables veces que los evitara y viajara por el interior de la naturaleza. Así lo hice: bordeé el bosque, sin perder de vista la sombra de la ciudad, en absoluta tranquilidad. Mi calma fue interrumpida a los pocos minutos, cuando escuché un movimiento sinuoso proveniente del arbolado. Tensa sobre el animal, albergué la posibilidad de que se tratara de algún ciervo y me alejé un poco. Sin embargo, Inola relinchó y temí que me descubriera alguien. Su excitación era la prueba de que algo andaba cerca. Intenté calmarlo acariciándole el lomo y los sonidos aumentaron: eran más frenéticos y plurales. "No es un ciervo, son personas marchando", comprendí. Solo podían ser franceses, probablemente soldados rumbo a los diversos fuertes extendidos a lo largo de la frontera, por lo que hice virar al caballo y crucé los pinos para poder verlos mejor. Oculta tras los troncos, vi el camino repleto de hombres de armas, casacas azules en formación con su fusil apoyado en el hombro. Eran unos cuarenta. Tragué saliva al darme cuenta de que todos esos jóvenes partían a una guerra que solo existían en los susurros de las gentes, pero cuyo estallido era un saber a voces.
Casi me caí del caballo cuando escuché un grito en una lengua extraña que me heló la sangre en las venas. En segundos, un indígena estaba apuntándome con su arco a escasos metros. Toda la comitiva se detuvo, alerta, y yo levanté los brazos instintivamente. "El ojeador", pensé al verle. Los indios eran a menudo contratados como ojeadores, los encargados de rastrear el terreno, vigilar los alrededores en busca de presencia enemiga y evitar emboscadas. Había sido incapaz de percibir su llegada, pero él probablemente había estado observándome desde la oscuridad. Nos miramos fijamente. Llevaba toda la cabeza lisa, a excepción de un montículo de pelo negro en el centro del cráneo. No parecía demasiado viejo, pero su rostro estaba marcado por arrugas y una inmensa franja de pintura roja que le cubría desde la parte inferior de los ojos hasta la barbilla. Su apariencia era sin duda letal.
— ¿Mohawk? — tartamudeé.
Su peinado era sin duda el característico de aquella tribu tan asentada en los alrededores de Montreal. Eran extremadamente belicosos, altamente temidos por otras tribus rivales y por los propios blancos. Recé porque mis conocimientos en materia indígena despertaran la simpatía de aquel guerrero despiadado.
— ¡¡Alto!! — gritó alguien en francés —. ¡¡Solo es una mujer!!
El indio pareció entender sus órdenes y bajó un poco el arco, mas no dejó de apuntarme. Sus ojos, todo pupila, estaban cargados de una concentración iracunda, de una desconfianza que por desgracia me era dolorosamente familiar. Ni siquiera atisbé una pizca de sorpresa al haber reconocido que, en efecto, era un mohawk.
— ¡Baja el arma, tarado! — lo empujó un hombre ataviado con el uniforme de general. Él apretó la mandíbula y se situó en un segundo plano con bastante y palpable disgusto —. Disculpe nuestros modales, señorita. Soy el general Chevalier, responsable del décimo regimiento del ejército francés — era bastante alto, delgado y con una peluca corta y blanca bien situada. Lucía varias insignias en el pecho —. Le pido perdón por haberla asustado así. Nos dirigíamos al fuerte Richelieu y Oso Gris y sus hombres son los encargados de custodiar la comitiva — lo señaló —. Se encuentra muy lejos de Montreal, ¿qué hacía sola en el bosque?
Noté cómo los ávidos ojos de los presentes me estudiaban con la mirada. Yo todavía estaba demasiado nerviosa para elaborar una estrategia decente. Me habían confundido con un espía inglés o algo peor. Oso Gris controlaba a rajatabla cada uno de mis movimientos.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...