Thomas Turner nos visitó aquella tarde y no le quitó los ojos de encima a Étienne. Desconocía por qué, pero lo miraba con desconfianza. A decir verdad, prefería que posara sus atenciones en él, no en mí, ya que era bastante obvio que tanto Jeanne como yo habíamos estado llorando. Antoine nos miró sin alterarse, aunque comprendiendo, y supe que mi hermana mantendría una larga conversación con él. Por su parte, Étienne permanecía tenso, acosado por el mercader, pero me sonrió levemente, como si supiera lo que había ocurrido entre ambas.
— Le alegrará saber que gran parte de los alumnos de Denèuve no han aparecido por Notre-Dame desde el desagradable encontronazo con Wenonah, señorita Catherine — dijo el inglés.
— ¿Es eso cierto? — abrió los ojos Antoine.
— Y tanto — se rió —. Parece ser que se han quedado sin pupilos.
Me miró con cariño, contento, pero yo era incapaz de corresponderle. Estaba abatida, asfixiada por la cinta, y solo deseaba estar a solas a toda costa.
— Acabarán masacrados si no aprenden cómo comunicarse — apuntó Thibault.
— Denèuve y Quentin no son los únicos maestros de todo Quebec — se quejó Thomas Turner —. A decir verdad, Henry Samuel Johnson y yo tuvimos una fabulosa idea el otro día, señorita.
— ¿Quién es Henry Samuel Johnson? — se extrañó Antoine.
— Trabaja con el señor Turner, ¿no es así? — intervino Jeanne. Él asintió —. ¿Y cuál es la fabulosa idea que han tenido?
— La señorita Catherine podría enseñar a los indígenas en su poblado.
Étienne tiró su cucharita de plata a la mesa sin poder evitarlo. Todos miramos a Thomas Turner, estupefactos con su intrepidez. Por fin conseguí sonreír de oreja a oreja. Apreciaba a aquel hombre por encima de todas las cosas.
— Usted está loco de remate — se escandalizó Thibault —. ¿De dónde diantres han concluido que ese era un buen plan?
— Sin faltar, eh — me hizo reír.
— Señor Turner... — musitó Antoine. No pudo evitar reírse como yo.
— ¿Por qué ponen esa cara? ¡Es una buena idea! No es la primera vez que hombres blancos han acudido a las tribus para enseñarles, ¡el reverendo Denèuve lo hizo durante muchos años! — intensificó la vehemencia de su tono —. Si la señorita Catherine les enseñara francés e inglés, no tendrían ninguna razón para volver a las aulas de los clérigos; los alejaríamos del peligro de una vez por todas.
— ¿Y ustedes suponen que los salvajes accederán? — se interpuso Thibault. Jeanne y Antoine permanecían en silencio, mirándose.
— ¿No conoce usted a la señorita Catherine? — frunció el ceño —. Tiene buena mano con los indios.
Aquel era un comentario de doble filo y tanto Étienne como yo nos aguantamos la risa.
— Así es, amigo mío — comentó Antoine —. Catherine tiene buen trato con algunos ojibwa, los niños la conocen. Es probable que fuera bienvenida en el poblado, pero no podemos estar seguros — miró a Turner.
En mi interior, concluí que el arquitecto estaba en lo cierto. Después de mi encuentro con Ishkode, no podía asegurar que me quisieran en aquel poblado. No obstante, no podía saberlo.
— ¿Estás dándole el visto bueno a esta locura? — se sorprendió Thibault.
— No es tan descabellado — dijo él, clavando los ojos en su esposa —. Todos en esta casa deseamos ayudarles en la medida de lo posible. Merecen una educación digna.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...