En efecto, Namid y yo pasamos la noche juntos. Sin embargo, lo hicimos de una forma distinta a la establecida por mis expectativas: hasta la salida del sol, conversamos sin parar. A veces bromeábamos sobre recuerdos mutuos, otras compartíamos un recuerdo inconfesable. Nunca me había abierto a alguien como lo hice con él durante aquellos escasos días. Me sentía comprendida, arropada, aunque nuestras historias de vida fueran totalmente dispares. Tumbados, hablamos mientras me tomaba de la cintura y me acercaba a su cuerpo para que me apoyara en su pecho. Mi cabecita bulliciosa se balanceaba al ritmo de su pacífica respiración y, de cuando en cuando, nos quedábamos en silencio, jugando con nuestras manos entrelazadas en alto, disfrutando de las sombras que formaban en contraste con el fuego.
— Prométeme que permanecerás a mi lado, pase lo que pase — murmuré al oír el canto de los pájaros, la ineludible llamada hacia el futuro incierto.
Namid me acercó la mano a su boca y besó el dorso con delicadeza.
— Te lo prometo.
Yo sonreí, acurrucándome en la suavidad de su piel.
— Prométeme que lucharás, pase lo que pase — dijo de pronto, como si hubiera dudado previamente —. Que cumplirás tus sueños.
Mi sonrisa se hizo más amplia y asentí.
— Te lo prometo.
‡‡‡
Habiéndose marchado Namid de mi tipi, aproveché mis últimos momentos en soledad, en un espacio privado, e hice un macuto con mis humildes pertenencias. Estaba nerviosa, profundamente asustada, pero no arrepentida. Acaricié la fría lágrima del colgante que Jeanne me había regalado tiempo atrás e imploré porque estuviera a salvo y jamás tuviera que experimentar los dolores del mundo.
— Espero que algún día puedas perdonarme, hermana — susurré con los ojos cerrados.
Había terminado por aceptar que no volvería a verla. En cierto modo, hubiera deseado haberme despedido de ella, haberle explicado mis motivos, haberla abrazado una última vez...
— Cuida de ellos — recé mirando al techo, entre suspiros.
Rocé el ejemplar de Las mil y una noches que pertenecía a Namid. Como me había solicitado, lo guardé en la bolsa. No había querido aceptar aquel regalo, mas finalmente no había tenido opción, dada su insistencia. Anudé el zurrón con fuerza y me dispuse a ocultar mis armas por las finas prendas de ropa. El frío de la hoja en contacto con el cuerpo desnudo me estremeció. Apreté el cinturón y me puse las botas. No restaba nada por preparar, así que salí al exterior sin permitirme meditar sobre mis decisiones. Encontré a media comitiva alterada. Fruncí el ceño y vi a varias mujeres sollozando. Preocupada, me aproximé a ellas.
— ¿Qué ocurre, nishiime? — tomé a una por los hombros.
Busqué a Namid con la mirada y lo encontré en la parte más externa del improvisado campamento, junto a la entrada del bosque que lo rodeaba. Estaba totalmente quieto, rodeado de otros guerreros.
— Nishiime... — insistí, sin éxito, ya que estaban demasiado alteradas como para contestarme.
Una me señaló la dirección en la que estaba Namid. Alarmada, me dirigí hacia allí con paso acelerado. En el camino, vi a varios hombres preparando sus caballos, cabizbajos. Conforme me aproximaba, distinguí a Ishkode y a Thomas Turner. Todos estaban pendientes del nacimiento de la arboleda, como si una criatura fantástica hubiera surgido de la maleza.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...