Thomas Turner no se demoró en su visita. Florentine nos anunció su presencia mientras Jeanne y yo ojeábamos uno de los libros de arquitectura de Antoine, ensimismadas con sus dibujos.
— Señoritas, el señor Turner — dijo al dejarle pasar al salón.
Él se quitó el sombrero con energía y nos hizo una reverencia ciertamente graciosa. Jeanne se levantó rápidamente y anduvo hasta él para saludarle con afecto. Como parecía ser costumbre últimamente, se había afeitado y llevaba el pelo limpio, hacia atrás. Descubrí que el tono de su cabello era un dorado oscuro, no castaño ceniza. Portaba una gruesa piel sobre las ropas arrugadas, aunque aseadas.
— Señor Turner, qué placer tenerle aquí. ¿Cómo se encuentra?
— De una pieza, que ya es algo — se rió —. Perdón si ensucio todo de barro, la humedad parece estar derritiendo la tierra — levantó un poco la suela de las botas. ¿No está el señor Clément?
— Ahora mismo me disponía a llamarle. Está arriba, trabajando, pero seguro que le encantará tomarse un té con usted.
El mercader le sonrió y se acercó a la mesa mientras yo me levantaba para saludarle. Dejó reposar el abrigo sobre el respaldo y se quitó los guantes. Jeanne salió de la habitación y él tomó asiento en la silla más cercana a la chimenea.
— Buenas días, señorita. Parece que fue una eternidad la última vez que nos vimos.
Así era. Habían pasado muchas cosas desde que nos despedimos el último día de la subasta. Él había estado ajeno a todos los conflictos sufridos en aquellas cuatro paredes, pero me aposté mi sombra a que fue capaz de leerlos en mis ojos.
— Estuve indispuesta — respondí, volviéndome a sentar —. ¿Cómo ha estado?
— Henry Samuel Johnson debió de contarle que estuvimos de campaña varios días. Me dijo que se las encontró en la ciudad — yo asentí —. Ya sabe, mucho trabajo. Por lo menos pudimos cerrar buenos tratos para después del invierno..., lo ganado durante la subasta ha cubierto todos los gastos y mis hombres han podido llevar un plato de comida caliente a su casa, podrán hacerlo durante un tiempo. No podremos salir a cazar y a pelearnos con el resto de comerciantes hasta que la temporada de nieve pase. Algunas compañías salen a faenar durante las nevadas, pero es una locura. Lo hice una vez y perdí muchos hombres. Congelados. Nos quedamos atrapados tres días. Necesitábamos el dinero, ¿sabe? Gracias a no sé qué dios hemos tenido un golpe de suerte — me miró directamente, como si yo hubiera sido la causa — ¿Se acuerda de Nahuel?
— Sí, claro. ¿Está bien? — me preocupé sin entenderlo.
— Oh sí, ese viejo gruñón vivirá más que yo, se lo aseguro. Mala hierba nunca muere — me guiñó un ojo, haciéndome reír —. Él va a proporcionarme más pieles a pesar del temporal. Será un buen seguro. Me preguntó por usted — su interés me hizo sonreír. Nahuel era un buen hombre —. Le dije que estaba bien, cuidando de su jardín, y me pidió que le recordara que la esperan en el poblado hurón. ¿Cómo lo hace para conseguir amistades tan insólitas?
Su risa fue interrumpida por la llegada de Antoine y Jeanne. Thomas Turner se alzó y corrió a fundirse en un abrazo con el arquitecto.
— Le diré a Florentine que nos prepare un aperitivo. ¿Desea quedarse a comer? — le preguntó mi hermana.
— No te molestes, querida. El señor Turner y yo necesitamos hablar en privado de unos asuntos — la detuvo Antoine.
Su comentario provocó que ambas nos mirásemos, confundidas. Mis ojos se encontraron con los verdosos de Thomas Turner, quien me observaba con cautela, como quien está ocultándole información a un infante para que sus fantasías no se rompan. Rápidamente, rompió el contacto visual y retomó una media sonrisa.
— Oh..., ¿debemos de preocuparnos? — frunció el ceño Jeanne.
— Son materias sin importancia. Política.
"Necesitan hablar sobre los cuarteles de la milicia y la revuelta en las tierras del río Ohio", comprendí. El mercader tenía un haz de relaciones bastante amplio, lo que le permitía enterarse de todos los chismes antes de que estallaran. Supuse que Antoine querría corroborar qué era lo que realmente estaba ocurriendo en la frontera entre Nueva Francia e Inglaterra.
— Entiendo — susurró Jeanne. Optó por no insistir, pero ella también sabía que su marido nos guardaba secretos que eran mucho más importantes de lo que hacía parecer —. Le diré a Florentine que lleve tabaco y café al estudio.
— Gracias, cariño. Estaremos en la biblioteca — forzó una sonrisa.
‡‡‡‡
Jeanne estaba leyéndome un libro de botánica en voz alta cuando Antoine y Thomas Turner regresaron al salón. Dejaron una estela de fragancia humeante y coñac. Parecían contentos, o satisfechos, no supe muy bien cómo describirlos. Mi hermana me miró de soslayo: ambas estábamos alerta, deseábamos averiguar qué era lo que guardaba tanto secretismo.
— ¿Qué leíais? — se interesó Antoine, sin una mísera intención de hacernos partícipes de su conversación privada con el mercader.
— Un libro de botánica — contestó Jeanne, cerrándolo con lentitud —. Parece que nuestro pajarito está cada día más interesada en la jardinería.
— Sus dotes tendrán que esperar hasta dentro de tres meses, por lo menos — comentó Thomas Turner —. El invierno lo mata todo. Sin embargo, estaba haciendo buenos progresos.
Yo le sonreí y una de las criadas no tardó en aparecer. Antoine le informó de que el mercader se quedaría a comer con nosotros y que deseábamos hacerlo lo antes posible. A decir verdad, ya era bastante tarde, tenía el estómago completamente vacío. Los dos se sentaron enfrente de nosotras e hicieron como si nada pasara. Enseguida comenzaron a hablar sobre su luna de miel y yo recuperé el libro en silencio. Mientras se sumían en las anécdotas, lo abrí por donde Jeanne había dejado el marcador y observé los dibujos, hechos en tinta china, que representaban distintos tipos de flores. Circulé los dedos por la nomenclatura latina que los inducía en el mundo real. Pensé que Namid encontraría aquel manual muy interesante.
— La señorita Catherine y yo todavía tenemos una comida pendiente, ¿no es cierto?
La voz de Thomas Turner interrumpió la relajación de mis pensamientos. Violentamente sonrojada, parpadeé varias veces. Jeanne se aguantó la risa.
— S-sí — balbuceé, tomada por sorpresa.
— Es la única forma que tengo de agradecerle lo que hizo por nosotros durante la subasta — me dedicó una sonrisa cariñosa —. Se lo he hecho saber al señor Clément y me ha dado su consentimiento. Sé todo el revuelo que causa que una dama soltera acuda a comer con un hombre, más si se trata de mí, pero será una velada amistosa — dijo con sorna —. Señorita Jeanne, ¿qué piensa? Necesito su aprobación.
— La tiene, señor Turner. Ha demostrado guardar un aprecio sincero por mi hermana. La ha protegido. Puede llevársela a comer las veces que guste — le sonrió.
— Estupendo — se echó hacia atrás en la silla —. Estoy disponible cuando desee — se dirigió a mí —. Además, tenemos que hablar de caballos.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...