La mañana era ya ineludible cuando Namid y yo cabalgamos al unísono de vuelta a las cuatro paredes que me esperaban para recordarme la realidad de la que no podía escapar. Como en un deseo de alargar mi compañía el mayor tiempo posible, no azuzó a Giiwedin y éste avanzó por la llanura con más sosiego del que era habitual. Las formas de nuestros cuerpos encajaban a la perfección sobre el animal, movidas al ritmo del trote, y me permitió que yo tomara las riendas en el último tramo. Las agarré con tanta fuerza que me hice daño, pero no sufrimos ningún accidente. Habíamos permanecido en silencio, uno al lado del otro, escuchando el sonido del agua y admirando cómo los rayos del sol conquistaban un nuevo día, sin necesidad de comunicarnos, mas cuando llegamos a la valla, me arrepentí de no haber aprovechado nuestra escapada. Por primera vez sentía la necesidad de expresarle mi mundo interior a alguien. No solo ansiaba escuchar, algo que me agradaba mucho hacer, sino hablar. Hablar de mis miedos, de mis sueños. Namid había despertado aquello en mí.
— Wiingezin, Waaseyaa — se despidió de mí cuando me hubo bajado del caballo.
Me pregunté si volvería a llamarme "Nishime" o si a partir de aquel momento pasaría a ser Waaseyaa a secas.
— Adiós, nisayenh — bajé la vista.
Me devolvió la cinta de mi trenza y me dedicó una última sonrisa inescrutable antes de esfumarse con los colores del cielo. La palpé entre los dedos fríos e inspiré profundamente al encontrarme a solas de nuevo. Debía de actuar rápido: había desaparecido en mitad de la noche y, aunque aún era demasiado temprano para que notaran mi ausencia, Florentine no tardaría en llamar a la puerta de mi habitación para asearme. Entré adentro e intenté arreglarme el cabello en uno de los espejos que decoraban el pasillo. Me anudé los mechones y los anudé. Quizá nadie notara que llevaba restos de tierra en la camisola de dormir. Pensé que si volvía a la planta superior, aumentaba las posibilidades de encontrarme con ella antes de alcanzar mi cuarto, por lo que me dirigí al salón y tomé uno de los libros de arquitectura de Antoine que guardaban las estanterías de aquella estancia. Lo abrí por una página al azar y advertí que versaba sobre construcciones del imperio romano que jamás había contemplado.
Florentine apareció al cabo de un rato con aquella expresión de ansiedad que surcaba su rostro cuando se preocupaba por mí y dijo:
— Señorita, ¿qué hacía despierta? He ido a su habitación y no estaba — se calmó súbitamente.
¿Las mentiras también podían facilitar no hacerle daño a los seres queridos?
— Me desvelé.
‡‡‡‡
Pensé que la falta de descanso era la causante de un molesto dolor de estómago que no desapareció a lo largo del día y que seguía acosándome cuando acudí a la iglesia para dar mi segunda clase de clavicordio. Enfrentarme a ello me situaba el ánimo por los suelos. Me angustiaba tener que encontrarme a Wenonah anulada por aquellos gritos. Quizá las molestias del vientre derivaran de mis nervios.
— Qué puntual, señorita Olivier — me saludó el reverendo Denèuve tras tocar dos veces a la puerta del aula. No esperé verlo allí, ya que aquella lección no estaba a su cargo, pero supuse que quería asegurarse de que todo iba bajo control —. La estábamos esperando.
Como recordaba, los pupitres estaban profusamente ocupados por mis pequeños alumnos indígenas. Me saludaron como un coro en francés y les sonreí con pudor. Distinguí a Wenonah en las primeras filas e intenté infundirle el mayor afecto posible con los ojos. Ella pareció recibirlo, ya que me enseñó toda la fila de dientes al estirar los labios. "Aaniin, nishiime", la saludé en ojibwa en mi mente, consciente de aquella lengua estaba prohibida allí. Debía de actuar con astucia para no ocasionarle problemas. Para los clérigos, ambas seríamos desconocidas. Tuve que dejar de mirarla cuando el padre Quentin se aproximó.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...