Lánguidos y adormecidos por las extenuantes danzas y los sorbos de bebida espirituosa que Thomas Turner les ofrecía a escondidas de Ishkode, poco a poco, hombres, mujeres y niños fueron desapareciendo en el interior de sus tiendas. Sabiendo exactamente por qué, yo hundía la vista con tensión en la tez ennegrecida de mi mano a causa de la ceniza. Aquella era la última noche de paz, la noche que Namid me había ofrecido pasar con él. Él no parecía estar pensando en aquello, puesto que charlaba animosamente con uno de sus tocayos. El mercader, por el contrario, me miraba por el rabillo del ojo, consciente de mis preocupaciones. Disimuladamente se acercó a mí y dijo:
— Parece cansada.
Era su forma de intentar evitar que ocurriera lo aparentemente inevitable. Clavé mis ojos en los suyos con suavidad. Él se sobresaltó, repentinamente sonrojado, y apunté:
— ¿Cómo crees que sucederán los próximos días?
Al amanecer, todos partiríamos. Las personas incapaces de luchar se quedarían en el campamento, su único refugio, pero el resto marcharíamos a la guerra. Era difícil no acordarme de Jeanne en aquellos momentos. ¿Qué estaría haciendo?, ¿me habría perdonado? La imaginaba en el salón del té, bordando amapolas entre suspiros de ausencia. Recé para que Florentine estuviera cuidando de ella.
— Estamos en tierra de nadie — respondió, secando un par de hojas de tabaco para hilar un cigarro —, lo cual puede significar dos cosas: que nos asalten algunos bandoleros o que tengamos tranquilidad hasta acercarnos a la zona de peligro. Los salvajes se ocultan muy bien, opino que la segunda situación es más probable que la primera.
Mientras me explicaba sus deducciones, descubrí la intensa mirada de Namid. No estaba prestando ninguna atención a lo que su compañero le estaba diciendo. Es más, en el momento en que advirtió que el mercader estaba acaparando mis atenciones, me buscó con mayor ahínco.
— ¿La estoy aburriendo? — me preguntó Thomas Turner. Rápidamente me percaté de que yo también había dejado de escucharle —. Parece distraída con otros asuntos... — entornó los ojos en dirección a Namid. No ocultó su molestia.
— Discúlpame. Estoy nerviosa — intenté justificarme. "Deja de mirarle como si fuera el único alimento que has vislumbrado en semanas", me regañé —. Estaba pensando en mi hermana, a decir verdad.
Namid se puso más rígido cuando rompí el contacto visual.
— Gracias a Dios está a salvo — comentó.
— ¿Es normal que me angustie no poder verla jamás?
Thomas Turner me miró durante unos segundos. Su enfado fue sustituido por una ternura que mostró por medio de una media sonrisa.
— La verá. Volveremos con vida.
— ¿Por qué estás tan convencido de ello?
— Porque mala hierba nunca muere, señorita Waaseyaa.
Me reí y noté cómo Namid se alteraba. Estaba celoso, no cabía ninguna duda.
— Ojalá sea así — murmuré, levantándome —. Es hora de descansar un poco.
Ninguno de los dos esperó que yo hiciera el ademán de irme a mis dependencias así como así. El mercader me imitó, casi dejando resbalar el cigarro.
— Buenas noches, Thomas. Intenta dormir, mañana nos espera un día largo — le sonreí reservadamente. En realidad, quedaban pocas horas para la salida del sol.
Los ojos de Namid me abrasaban con tanta fuerza que fue complicado ignorarlos. Temí que se alzara en cualquier momento.
— Se-señorita — me detuvo él. El tono de su voz no presagió nada bueno. Aguardé sus palabras con fingida calma —. Cuando estemos en el campo de batalla, recuerde que prometí protegerla bajo cualquier circunstancia.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...