Gikinawaabi - Ella aprende observando

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Las noches en Montreal avecinaban la época estival. Eran templadas y agradables, por lo que Thomas Turner no albergó ninguna objeción en tomarse su copa de vino en el diminuto porche trasero. Era el lugar favorito para llevar a cabo mis lecturas antes de irme a descansar. Podían oírse los susurros del bosque, las caricias que se producían entre las hojas y los sonidos de los pájaros nocturnos. Jeanne lo detestaba, aunque desconocía el porqué. Supuse que le recordaba a nuestro cautiverio; prefería encerrarse en casa y solo se atrevía a salir de día.

— ¿Cómo se encuentra? — me preguntó después de despedirse de ella y desearle las buenas noches.

— ¿Quién? ¿Jeanne?

— Sí. Ha debido de ser durísimo para ustedes...

Habíamos accedido instintivamente a no hablar de eventos tristes durante la cena. Nos habíamos limitado a contar anécdotas pasadas o a escuchar las hilarantes historias del mercader. Sin embargo, los dos deseábamos conversar sin restricciones, ahora que mi hermana no estaba presente.

— Afortunadamente, está curándose. Nunca se recuperará, una nunca se recupera de una cosa así, pero por lo menos no se ha rendido — observé cómo apuraba la copa con cierta ansia: estaba nervioso.

— Sus cartas me dejaron helado. Si hubiera sabido en su momento..., ¡Antoine no me avisó!

Pensar en él me hacía daño. ¿Por qué tenía que ir a la guerra? ¿Para qué? ¿Por quién?

— No hubiera podido hacer nada. Sin la ayuda de Desagondensta, el mohawk del que le hablé, estaríamos bajo tierra.

Thomas Turner se quedó como pensando, con la vista perdida en el horizonte difuminado por la oscuridad.

— Sus peripecias llegaron hasta el mismísimo Quebec. Cuando regresé de la Bahía de Hudson, en la taberna de Louis no se farfullaba de otra cosa. ¡Los indios que habían prendido fuego al campamento del Marqués! Por lo que parece, consiguieron matar a casi todo el regimiento — comenzó a liarse un cigarro —. Los mohawks son gentes con las que es mejor no cruzarse..., no les importa lo más mínimo carbonizarte vivo —. "Así es", pensé. No en vano había experimentado en mis propias carnes la crueldad de aquellos indígenas, a pesar de que finalmente nos hubieran salvado. Era la contradicción de los propios seres humanos —. El Marqués sobrevivió, el muy malnacido, pero todavía está recuperándose de las quemaduras..., se achicharró bien — sonrió levemente, terminándose la copa —. ¿Por qué decidieron arriesgarse de esa forma para liberaros?

"Porque deseaban venganza y eso es un lujo de blancos", dije internamente lo que el insomnio me había permitido comprender.

— Gracias a dios lo hicieron — musité —. En Cornwall oí que algunos habían sido apresados tras días de búsqueda.

Probablemente los habían ahorcado o algo peor por ayudarnos. La cinta estaba siendo cosida con numerosos nombres de personas que habían sido afrentadas por cruzarse en mi camino.

— Así es. En la taberna se rumoreó que un par de ellos habían sido ejecutados por el ejército inglés. El líder, sin embargo, está en busca y captura.

Inevitablemente sonreí: Desagondensta era un hueso duro de roer, no perecería así como así. En secreto, sin importar sus defectos, lo admiraba. Había decidido ser libre y no trabajar para nadie.

— No lo encontrarán — sentencié, satisfecha.

Él me miró, pero acalló las preguntas que le suscitó mi actitud.

— El poblado de Honovi está prácticamente desierto — cambió de tema —. Onida también ha partido..., solo quedan un par de ancianos, las mujeres que no saben pelear y los niños — era un tema sensible y apreté los puños para contener las emociones —. Pasé una tarde con Honovi, buscaba asegurarme de que todo andaba bien. Nadie podría defender el poblado en caso de ataque, no obstante, estaba en orden.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora