Giikaji - Ella tiene frío

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Era fascinantemente incomprensible que Namid fuera capaz de orientarse en la oscuridad de la noche. Cabalgábamos sobre Giiwedin y yo desconocía dónde nos encontrábamos. No podía ser el bosque, ya que hubiera sentido el rumor de las ramas azotándonos desde una distancia prudencial. Avivé mis sentidos y supuse que él los tendría sumamente desarrollados. Debíamos de estar recorriendo la explanada que llevaba al lago. Agradecí que él me estrechara contra él más cerca de lo normal, ya que estaba muerta de frío. Sentía que la piel iba agrietándose a medida que avanzábamos.

Aplaqué las voces de mi conciencia que me recordaban que estaba cometiendo una peligrosa insensatez y me centré en el bienestar de Wenonah. Giiwedin relinchó cuando arribamos al lago. Lo reconocí porque la luz de la luna se reflejaba en el agua estancada, formando ondulaciones de plata. Sin embargo, no nos detuvimos. Bordeando las grandes rocas que habíamos trepado en nuestra primera excursión con la compañía de Thomas Turner, el animal viró y aceleró el correteo. El paisaje, o al menos lo que podía vislumbrar de él, se tornó completamente desconocido. Intenté infundirme calma. "No sabes a dónde os dirigís, pero él nunca te haría daño", me dije. Trotamos durante largos minutos, adentrándonos en un sinuoso e interminable bosque que me aterrorizó, y Giiwedin aminoró su marcha poco después de salir de él. Rompiendo el oscuro manto, hogueras a lo lejos refulgían. Apreté las extremidades al advertir voces, risas lejanas, y un rastro de carne que me llenó las fosas nasales.

Namid me había llevado hasta su poblado.


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Tragué saliva compulsivamente cuando me dejó sobre el suelo. Lo miré, ciertamente asustada, y él esbozó una media sonrisa tranquilizadora. Sin embargo, era difícil no dejarse llevar por el terror: estaba a punto de entrar de lleno en territorio indígena. Lejos de mi hogar, incapaz de saber cómo regresar, y rodeada de desconocidos a los que pensé que no les agradaría demasiado mi presencia. No creí que fuera común que hombres o mujeres blancos se presentaran allí por las buenas. Me atemorizó desconocer qué esperar de todo aquello. Apreté el bolsillo que contenía la bolsita de piel y dejé ir una bocanada de aire. Namid me tomó de la mano y comenzamos a andar en recto, con Giiwedin siguiéndonos muy de cerca, rumbo a la aldea ojibwa. Conforme nos acercábamos, el ruido del gentío aumentó en intensidad. Diferencié una suerte de viviendas rudimentarias hechas con piel, erigidas con finos troncos y de forma triangular en su gran mayoría. El fuego iluminaba el amplio rincón donde gran parte de los caballos reposaban. Giiwedin se distanció un tanto de nosotros y se situó junto a sus compañeros de hazañas sin recibir ningún tipo de orden. Yo observaba todo con la sien sudorosa y las rodillas gelatinosas. Dejamos pasar un par de tiendas y no pude evitar esconderme un poco detrás de su espalda cuando nos cruzamos con un grupo de tres mujeres indias que se quedaron totalmente anonadas por mi presencia. La menor de ellas movió el cuello para verme mejor, pero me oculté con ahínco, muerta de miedo. Otra escupió unas palabras en ojibwa. "Me matarán por haber venido aquí", temblé. Namid le contestó con calma y me adelantó sin dilación. Yo miré al suelo, espantada. Para mi sorpresa, una de ellas frunció el ceño, analizando el color de mi cabello, y su rostro se iluminó repentinamente.

— ¡Nishiime! — exclamó, lanzándose a mis brazos.

Mi melena rojiza le había facilitado el reconocerme como la joven que los había defendido durante el incidente con el nogal. Me apabullé un poco con su afectivo abrazo. No paraba de sonreírme y de hablarme bajo la atenta mirada de sus otras dos amigas.

— Omagakiins — me la señaló Namid entre risas, presentándomela.

— Aanin, nishiime — me saludó ella, llevándose la mano al corazón.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora