Como Thomas Turner había predicho, el ejército francés no tardó en arrestar por la fuerza a Honovi. Bajo los cargos de presunto asesinato y resistencia a la autoridad, se lo llevaron esposado y magullado en el carruaje de la milicia, bien entrada la tarde, sin dejarle defender su inocencia. Huyana había tenido que retener a Inola con todas sus fuerzas para que no se rebelara contra la injusticia. Su pueblo, atado de pies y manos, lo vio marchar hacia el peligro como si fuera un criminal.
Nos enteramos de la noticia en casa, ya que Henry Samuel Johnson, quien había intentado por todos los medios hacer guardias para impedir la desgracia, cabalgó desesperadamente hasta nosotros. Nos miramos y Antoine ordenó que preparan los caballos: partíamos a Quebec. La rabia que sentí fue tal que no tenía ánimos ni para llorar, solo deseaba encontrarme lo más pronto posible con el mercader; él sabría qué hacer.
— Lo sacaremos — me aseguró Antoine antes de dirigirnos a la ciudad.
El camino fue lúgubremente silencioso. El único que mascullaba era Henry Samuel Johnson: se culpaba de no haber podido evitarlo. Yo también lo hacía, pero era incapaz de pronunciar palabra. Jeanne no me soltó la mano hasta que Thomas Turner me abrazó con fuerza al llegar a la parte alta de la ciudad.
— Tenía razón — dije simplemente, abatida.
Él me miró con esos ojos paternales, esos que aparecen cuando tus progenitores no quieren romper tus sueños pero saben que lo harán inevitablemente.
— Honovi ha sido la cabeza de turco. Lo han apresado porque es el líder. Sin él, la tribu se desestabilizará — argumentó —. Debemos de presentarnos en el cuartel sin dilación.
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Formábamos una estampa extraña: cuatro blancos esperando frente a las estancias del comisario para batallar por el honor de un jefe indio. Cuando entramos a las dependencias, los militares nos miraron con asombro, conocedores de los motivos de nuestra visita, pero sobre todo atónitos por el atrevimiento que suponía aquello. Lo más compensatorio era agachar la cabeza y callar, mas nosotros no estábamos dispuestos a ello. Con nudo en la garganta, tuve que aceptar que no nos dejaran ver a Honovi en su celda y nos hicieran esperar durante largo rato antes de reunirnos con el máximo cargo anterior al gobernador de Quebec.
— Ustedes otra vez..., ¿se ha convertido en costumbre alterar el orden? — bufó el comisario al vernos allí — ¿Qué diantres quieren? ¿Tentar a la suerte?
Parecía más molesto por la interrupción de su vagancia habitual que por que el asunto fuera serio. Nos hizo pasar entre maldiciones y mi hermana y yo nos sentamos en las dos sillas que había frente a su lujosa mesa.
— ¿Qué quieren? ¿Se creen que pueden aparecer cuando les plazca? Quebec requiere más atención que sus problemillas. No me replique, señor Turner — le paró cuando éste fue a responderle —. Por poco acaba en la horca.
— Venimos en son de paz — dijo Antoine —. Solo deseamos que nos escuche.
— Dispare. No tengo todo el día.
— Nuestro buen amigo Honovi fue arrestado hace un par horas injustamente y...
— ¿El salvaje de las plumas en la cabeza que estuvo encerrado con ustedes? — arqueó una ceja —. ¿Injustamente? Señor Clément, está acusado de asesinato.
— Es inocente — intervino Thomas Turner con seriedad.
— Bueno, si lo es, que lo dudo, se demostrará en el juicio.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...