No renegué del té de bardana y el bizcocho de arándanos a la mañana siguiente. Florentine parecía adjudicarse la mejoría en mi humor con su impecable repostería. Había descansado notablemente y Thomas Turner no vendría hasta bien entrada la tarde. Disponía de toda la mañana para mí sola.
— ¿Te importaría llevarle esta carta a Abélard? Dile que la entregue en el pueblo cuando vaya a recoger los jabones que Jeanne encargó al boticario. — se la di.
— Claro, señorita. — inclinó la barbilla y salió de allí.
Si la carta se quedaba excesivo tiempo entre mis manos, me lo pensaría mejor y la rompería en miles de pedazos antes de mandarla. Annie querría asesinarme por el contenido, pero me sorprendió el aligeramiento de carga que experimenté cuando dejé por escrito aquellas confesiones.
Apuré el desayuno y la cocinera se asustó cuando me vio aparecer en la cocina. Estaba amasando pan. Me disculpé por la intromisión y tomé uno de sus viejos delantales en silencio, sin explicaciones. Salí de allí y subí a mi habitación para ponerme mi vestido de trabajo: iba a volver al jardín trasero. Encontré una mayor dificultad para metérmelo por las caderas, pero finalmente entró. Me puse unos zapatos viejos y me agarré el cabello con un sombrero que lo recogía por completo. Anudé el delantal a mi cintura y metí el colgante de Jeanne en el joyero. Me eché un vistazo en el espejo, preparada para las tareas de botánica. Anduve hasta la parte trasera de la casa y el viento me golpeó. Era un día soleado, pero el aire era helado. Los andrajosos guantes seguían en el mismo lugar en el que Florentine los había dejado tras mi incidente con Namid y me los puse. Quizá no era buena idea emplear la azada con la muñeca convaleciente, así que me puse en cuclillas y comencé a quitar los hierbajos que cubrían el interrumpido proyecto de huerto. Había muchísimos, se extendían como una plaga, por lo que permanecería ocupada por horas y horas. No tardé en rezumar sudor, pero me alegré de haber decidido regresar a mi huerto.
— Señorita, si necesita algo, estaré dentro. — escuché cómo Florentine se dirigía a mí desde el marco de la puerta.
— Gracias. — elevé el tono para que pudiera oírme.
El rebelde y amarillento follaje parecía reproducirse solo. Me senté sobre la tierra y crucé las piernas durante unos minutos para retomar el aliento. Agradecí haberme puesto aquel sombrero, ya que el sol golpeaba con intensidad. No duraría muchas horas haciendo aquello, mi resistencia no era muy adecuada.
Mi cuerpo se transformó en un manojo de articulaciones tirantes cuando reparé el movimiento de un caballo brotar del interior del bosque. Me puse de pie con prontitud mientras se acercaba a nuestros terrenos. "Catherine, mantén la calma, solo es un jinete", pensé en un afán de normalizar mi continua tensión. Debía de detener mis pensamientos injuriosos hacia unos salvajes que no habían hecho otra cosa que ayudarme; sin embargo, aquello contradecía mis enseñanzas. Tragué saliva y fijé la vista: se trataba de un caballo marrón. Permanecí en la misma posición, casi mordiéndome las encinas, cuando Namid llegó a la verja y descendió del animal. Lo hizo con normalidad, como si no implicara ninguna complicación su presencia en nuestra casa. Se me salieron los ojos de las órbitas, ruborizándome. Lo sucedido en el aula de la parroquia de Notre-Dame me hacía temblar. Entreabrí los labios y él ató al caballo con parsimonia. No parecía nervioso, hasta hubiera dicho que actuaba como si yo le hubiera invitado a venir a tomarse un té conmigo. Ya no le importaba acudir a mí a la luz del día, estaba luchando contra el secreto que nos rodeaba. Pero yo no era tan valiente.
Namid saltó la cerca con sus interminables piernas y entró en el jardín. Yo no podía creer lo que estaba viendo. No me salían las palabras. Sabía que no debía gritar, pero el corazón discrepaba. Me dedicó una sonrisa apaciguadora, la propia de esos amigos cercanos con los que solo existe una confianza inconsciente, y me saludó en aquella lengua. La escena me resultó descabellada.
ESTÁS LEYENDO
(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...