Giziibiigazhe - Ella toma un baño

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No salí de la cama en cuatro tediosos días en los que las paredes parecían engullirme entre sus fauces cuando me descuidaba. Eludiendo los compromisos que la organización de la boda requería, Jeanne venía a leerme mis cuentos favoritos, los de Las mil y una noches, todas las tardes. Aún no había sido capaz de pedirle disculpas en voz alta. Sin embargo, ella sabía que las sentía. Jeanne hablaba por las dos.

- Thomas Turner está impaciente por venir a visitarte y ver cómo estás. ¿No es un hombre encantador?

Yo asentía, sorprendida por sus atenciones en mi interior. Antoine me había hecho saber que le había informado de lo ocurrido y que se había entristecido notablemente al no poder acudir a verme en persona. Estaba en una de sus campañas semanales por las tierras cercanas a Montreal para la subasta de pieles que celebraría a finales de mes. Marchaba con un par de pistoleros y se adentraban en las profundidades boscosas durante días y días sin descanso. Era sin duda un hombre admirablemente peculiar.

Él y Florentine estaban convirtiéndose, sin conocerme, en mis dos exclusivos amigos. También estaba el jardín trasero, pero quería renegar de él. Mi criada, que desde el día en que me encontré con sus ojos alertados por el llanto se había convertido en mía como lo era Annie, no escatimaba en sus atenciones y se empeñaba en ayudarme a comer. Incluso se atrevía a darle directrices al médico. Era una mujer noble y generosa que mi intransigencia me había impedido vislumbrar.

No había abierto las ventanas desde que Antoine ordenó que fueran cerradas y aquello fue lo primero a lo que se refirió cuando entró en los primeros estadios del anochecer:

- ¿Ha usado Florentine aquí sus molestos perfumes? – se tapó la nariz.

No eran sus perfumes, era yo. Hacía más de una semana que no me aseaba debidamente. El tono pelirrojo de mi pelo se había ennegrecido por la grasa y no me había atrevido a permitir que corriera el aire fresco. Me ruboricé cuando se acercó a mi lecho.

- ¿Ya has cenado? – se interesó y afirmé con el rostro. — ¿Cómo te encuentras?

- Bien. – dije simplemente. – La rodilla se está curando bien.

- Tienes mejor aspecto, aunque aún estás débil. – apuntó. – El médico nos ha informado de que mañana ya sería recomendable que salieras de la cama.

- Lo haré.

Dirigió una mirada al libro abierto de Las mil y una noches. Supuse que le recordó a Jeanne por la sonrisa amorosa que pobló sus labios. Con cuidado, lo cerró e hizo circular sus dedos por la portada maltrecha.

- Thomas Turner te visitará mañana. – me informó. Había algo en él que me indicó que tenía algo importante que decirme pero no sabía cómo. – Le he pedido que cuide de ti.

- ¿El señor Turner? – fruncí el ceño.

- Catherine, — endulzó su voz. – Jeanne y yo debemos partir durante un par de días a Montreal. No podemos demorarnos más con la ceremonia nupcial, hay asuntos que nos requieren a ambos. Deseamos que estés totalmente recuperada para nuestro viaje al lago Ontario, apuesto a que te encantará. Jeanne está algo molesta, pero sé que te disgustaría que dejáramos de hacerlo por tu salud, que es ciertamente delicada aún, y no es un viaje por el que sientas excesiva apetencia.

Antoine tenía parte de razón: no deseaba irme de visita a la ciudad, prefería quedarme encerrada aquí; pero, por el contrario, tampoco deseaba permanecer sola, sin mi hermana. Sus azules ojos me suplicaban consentimiento. Jeanne debía de estar enfadada con él. Era injusto que tuvieran que modificar sus quehaceres por mi insensatez. Además, solo serían un par de días y no tenía intención de poner un pie en el exterior.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora