El trayecto en caballo se me hizo pesadamente eterno. No podía quitarme a Inola de la cabeza. Tenía una impotencia cosida a la boca del estómago que me secaba las encías. Jeanne cabalgaba junto a Antoine y yo ocupaba el corcel del señor Turner. Estaba tan enfadada que no necesité que me agarrara de la cintura, mi cuerpo encolerizado se sujetaba por sí mismo. Mi expresión debía de ser de pocos amigos, porque el mercader no pronunció ni una sola palabra. Solo despegué los labios para indicarle los pasos del camino que recordaba, a pesar de que él sabía buenamente cómo llegar hasta el poblado. "¿Cuántas barbaridades habrán cometido los de mi raza?", me pregunté con abatimiento. Inola probablemente habría sido un joven distinto, alegre y servicial, pero la tragedia lo había transformado en un difunto andante. Me sentí mal por haber temido su cicatriz. Se la había hecho a conciencia, clavándose bien el cuchillo. "Debió de amarla mucho", dilucidé. La hoja había rebanado desde la parte final del ojo izquierdo hasta la barbilla. Yo no hubiera podido sobreponerme a algo como aquello.
Arribamos a nuestro destino después de la hora de comer. Me sentí como en casa al ver los tipis desde la distancia. Antoine estaba preocupado, pero Jeanne se ocupó de convencerle de que todo iría bien. Trotamos hasta donde comenzaban las tiendas y sonreí de oreja a oreja al encontrarnos con Honovi y el resto. Waagosh y algunos niños comenzaron a aullar, saludándonos.
— Aaniin, queridos amigos — elevó el tono Honovi, acercándose a los caballos.
— Aaniin, sabio Honovi — le inclinó el rostro Thomas Turner tras bajarme del animal —. Le presento al señor Clément, Antoine Clément.
El aludido descendió del corcel, temeroso. Les hizo una reverencia desastrosa.
— Usted debe de ser el arquitecto, el marido de la bella señorita Jeanne — le tendió la mano para estrechársela —. Yo soy el jefe del clan, Honovi.
— Es... es... es un pla-placer.
— Les presentaré a mi familia y me contarán sus planes. Sean bienvenidos.
Se puso a Antoine a un lado y al mercader a otro. Los tres iniciaron la marcha hacia la tienda del líder ojibwa mientras éste iba introduciéndoles a cada uno de los miembros del clan allí presentes, como lo había hecho con nosotras. Miré en todas las direcciones y no divisé a Namid ni a Wenonah. Jeanne y yo les seguimos, aunque tuvimos que detenernos múltiples veces para responder a los saludos de los que ya nos conocían. Buscaba esos ojos miel sin poder evitarlo y, al hacerlo, me topé con otros más oscuros: los de Inola. Caminaba un poco más adelante y no supe cómo reaccionar. Intenté no escudriñar su cicatriz, pero me fue imposible. Él tenía el ceño fruncido.
— Aaniin, Waaseyaa. ¿Usted bien?
La intervención de Onida interrumpió cualquier intento de acercamiento amistoso hacia Inola. Junto al chamán apareció Mitena e Ishkode. Me relajé al asegurarme de que mi hermana estaba siendo escoltada por Waagosh y Miskwaadesi. Sin duda, el segundo de los hermanos mayores de Namid era mucho más apacible que el primogénito.
— Aaniin, Onida. Estoy bien, ¿y usted? — me llevé la mano al corazón y se la extendí.
— Bien. Bien — asintió varias veces. Me resultaba agradable la paz de su forma de ser —. Echar de menos. Nosotros.
— Oh — me sorprendí y no pude evitar aguantar la risa por la ternura de su comentario —. Nosotras también echar de menos — les sonreí a él y a Mitena. La madre de Namid siempre solía mantenerse al margen, pero yo sabía que guardaba más misterios de los que podían apreciarse a simple vista. A decir verdad, me resultaba incómodo estar cerca de ella; equivocadamente la visualizaba como mi suegra.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...