Una fracción codiciosa de mí misma esperó a que él apareciera junto a mi ventana en las noches sucesivas. No lo hizo. Su ausencia aumentaba mi arrojo a rebelarme ante su nombre, me negaba a usarlo para dirigirme a él en el único rincón en el que podía pensarlo, mi mundo interior. Con aquel método lo haría menos real, lo asfixiaría en la indiferencia hasta ahogarlo. Pero no podía actuar como si no lo supiera. El reverendo Denèuve me había proporcionado detalles sobre su persona que dificultaban mi tarea de deshumanización. Tenía cinco hermanos y era un buen jinete. Sin duda poseía un buen caballo. Me era complicado imaginarme la vida de un salvaje, pero era obvio que tenían familias y ocupaban su tiempo como el resto de los seres humanos. Solo los había pensado desde el prisma del asesino, del cazador despiadado, y seguramente lo fueran, pero existían más aristas. ¿Por qué demonios estaba enfadado conmigo?
- ¿Qué te parecen estas? ¿Blancas o lilas?
Jeanne me mostró dos muestras de flores para la boda. Me sentí mal por no estar prestándole atención. Bajé al mundo real y apunté:
- Blancas.
- ¿Blancas? – las volvió a mirar. – A mí también me gustan más blancas.
- Quedarán mejor. – le sonreí.
Su criada también estuvo de acuerdo con ella y guardó las muestras antes de acudir a tomar el té de la tarde junto a Antoine. Me extrañé al no ver a Thomas Turner en el salón.
- Está muy ocupado estos días, dentro de poco será la subasta de pieles. – me informó Antoine. — ¿Has comenzado las clases de lectura?
- Todavía no, está estudiando los libros que le prestó el reverendo, ¿verdad, cariño? – se me adelantó Jeanne.
- Sí.
- Florentine casi se echó a llorar cuando se lo dijo. – se rió. — ¿No es fabuloso?
- Así es. – me sonrió Antoine. – El revendo solo habla maravillas de ti. – me sonrojé. – Debiste causarle muy buena impresión. Me hizo saber que necesitaban un maestro de clavicordio. No te comprometí, pero si te interesa, él estaría encantado de tenerte allí para enseñar un poco cómo tocarlo.
"De ninguna manera", pensé. Tocar delante de desconocidos me era un obstáculo, ni hablar de enseñar, y menos en aquellas circunstancias, rodeadas de ojos indígenas analizando cada uno de mis movimientos. Podía alegar que no era muy diestra.
- Eso sería estupendo. Sería una forma de entretenerte. – dijo Jeanne.
- Deseo ocupar mi tiempo con Florentine ahora. Mis capacidades musicales son limitadas.
- Tendré que comprobar eso. – bromeó Antoine. – Todavía no te he escuchado ni una sola vez tocarlo.
- Tardó años en confesarnos a nuestros padres y a mí que sabía tocarlo. Puede hacerlo con los ojos cerrados.
En una aparición salvadora, Florentine asomó la cabeza por el marco de la puerta e informó a Antoine que un grupo de indios estaban a punto de pasar cerca de nuestros terrenos. El bonachón arquitecto tenía la extraña manía de pedir que le avisaran, no solo por vigilancia, sino porque amaba a los caballos y no había nada mejor que verlos corretear por indígenas. Jeanne desaprobaba abiertamente aquella necesidad, ya que todavía sufría por el recuerdo de su encuentro con los salvajes sedientos. Yo intenté disimular una emoción que era incapaz de reprimir.
Nos acercamos a la ventana y esperamos. Los cascos cada vez se oían más próximos y el corazón me latía a su frenético ritmo.
- No parpadees. Muchas personas soñarían por poder ver esto una vez en su vida. – me murmuró Antoine, situado en primera línea conmigo.

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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...