Inspiré con fuerza cuando supe que ya estábamos listas y debíamos de salir al exterior otra vez. Odiaba sentirme observada, ya fuera por franceses o por indios. Wenonah caminaba agarrada de la mano de Jeanne y una decena de rostros se voltearon para analizar nuestras pinturas faciales. Algunos parecían asombrados, otros guasones, otros serios..., pero yo aparté la vista para no tener que afrontar los miles de ojos que examinaban cada músculo de mi cuerpo.
— ¡Han sobrevivido! — ironizó Honovi de buen humor cuando nos vio aparecer.
Portaba una corona de plumas aún más grande y suntuosa que la anterior. Me paré un poco a observar las gentes que me rodeaban, susurrando en ojibwa, y descubrí que la gran mayoría se habían adecentado para la ocasión. Por encima de sus cabezas, la gran hoguera resplandecía a unos cuantos metros: era nuestro destino final. Waagosh empujó a un par de personas para vernos mejor y habló exageradamente. Todos se echaron a reír.
— Ha dicho que están muy bellas, casi parecen indias — tradujo el jefe.
Yo me ruboricé y temí que a Jeanne le disgustaran aquellas provocaciones. Sin embargo, estaba demasiado ocupada atendiendo a Wenonah para tomárselo a pecho. Ishkode pasó por mi lado y fue directo hacia Namid: con una media sonrisa, algo poco habitual en él, le colocó un pesado colgante de plumas y cuentas de colores en el cuello.
— Vengan, acompáñenme.
Di un respingo cuando Honovi me tomó del brazo y me hizo andar a su vera. Mi hermana estaba justo detrás, vigilada por Namid, Ishkode y Waagosh. Me alegré al ver que las dos ancianas de la tienda también acudirían al ritual.
— El bueno de Namid ha informado a Honovi de que usted posee un nombre indio, ¿me equivoco? — me habló con intimidad.
— Sí, es cierto — balbuceé —. Me llama Waaseyaa.
— Waaseyaa... — me oteó —. Buen nombre. No solemos ver muchas mujeres con pelo de fuego en estas tierras, ¿hay muchas como usted en su patria?
"¿Mujeres con pelo de fuego?", me sorprendí. Nunca nadie me había definido así.
— ¿Pelirrojas?
— ¿Así las llaman? — se rió —. Curioso...
— Sí, pelirrojas — aseveré —. De donde yo vengo no es tan poco común, pero hay pocas que tengan este color de cabello. Lo heredé de mi abuela.
Él me atendía como si mi historia fuera la más importante del firmamento y apuntó:
— Las leyendas ojibwa dicen que las mujeres con pelo de fuego son portadoras de buena fortuna. Mas, como la llama que arde, son peligrosas: necesarias para vivir, pero capaces de herir — yo lo escuchaba, absorta —. ¿Tiene Catherine, su nombre francés, significado?
— "De linaje puro" — respondí.
— Curioso... — esbozó una media sonrisa —. Fuego de linaje puro... Sin duda el gran espíritu debió de escogerles.
— ¿Escogernos? ¿A qué se refiere? — bajé el tono. La hoguera estaba cada vez más cerca.
— El gran espíritu une a las almas. Cuando nacemos, la cuerda que las ata se rompe, pero si el gran espíritu guarda grandes hazañas para ellos, se encontrarán. No se reconocerán, pero terminarán juntos, como el gran espíritu dispuso.
¿Qué tenía aquello que ver conmigo? ¿Se estaba refiriendo a Namid?
— ¿Qué quiere decir? — insistí, insegura.
— A su debido tiempo, pequeña Waaseyaa, lo entenderá. El humilde Honovi solo cree que el fuego rojo es el que alimenta las estrellas.
Desligó su brazo del mío y se dirigió a los ojibwa que estaban bajo su cuidado. Todavía aturdida por sus misteriosas palabras, lo estuve todavía más cuando tuve frente a mí la gran fogata. Era más alta que Namid y crepitaba con violencia. A su alrededor, grupos de indios se había situado en círculo. Uno de ellos portaba tambores e instrumentos que parecían flautas de madera. Tuve miedo de acercarme a la pira. No obstante, Waagosh nos indicó a mi hermana y a mí donde debíamos de sentarnos. Me extrañó que nos situaran en el lugar que parecía privilegiado, muy cerca de Honovi y Huyana. A la izquierda tenía a Jeanne, mientras que a mi derecha se erguía, en toda su grandeza, Inola. Me saludó con una inclinación de cabeza, pero no dijo nada. Ladeé el rostro, nerviosa, en busca de Namid, pero había desaparecido junto a sus hermanos. Estaban ocurriendo multitud de cosas a mi alrededor, miradas, palabras nuevas que jamás había presenciado. Mi mente no era lo suficientemente ágil para procesar todo aquello. Mirara donde mirara, había indígenas sentados, cubiertos con pieles, hablando despreocupadamente. Estaban haciendo un esfuerzo por no incomodarnos. La gran llamarada que surgía de la hoguera era como las fauces de un animal salvaje con ondulantes dientes incandescentes. La luz que irradiaba golpeaba de lleno la enorme cicatriz en el rostro de Inola. Sin duda había sido infligida por un cuchillo muy afilado. El corte había sido tan profundo que, si centrabas la vista en él, podías ver cómo la carne desaparecida se hundía en la diagonal y producía un hueco alargado. Era difícil no amedrentarse en su presencia.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...