Nisoode - Familia de tres

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Aquella mañana se asemejó más a un entierro que a un soleado día de otoño. Florentine acudió a mi cuarto a la hora de siempre y me ayudó a asearme. Discreta, me entregó paños fríos para que me los pusiera en los ojos y redujera la hinchazón producida por el llanto y la ausencia de sueño. Con más candor que de costumbre, me cepilló el cabello y me lo recogió en un rodete alto. No dijo nada, pero agradecí su apoyo. Escogimos un vestido sencillo y me cubrí con él después de varios minutos. Me pregunté si sería adecuado llevar el colgante ojibwa para el desayuno. Me lo dejé donde siempre sin realmente saber por qué y bajé a la planta inferior mientras Florentine aseaba mi habitación. Descendí las escaleras y me asustó el lúgubre silencio que viajaba por toda la casa. La puerta del salón estaba abierta y entré mirándome el bajo de la falda. Jeanne y Antoine estaba sentados en sus sitios asignados. Ella tensó la mandíbula y hundió los ojos en su plato. Él me escudriñó desde la silla con expresión seria, aunque con una imperceptible sonrisa.

— Buenos días — los saludé con voz ronca y débil.

— Buenos días, Catherine — contestó Antoine.

Me senté y carraspeé. Tenía a Jeanne tan cerca que pude ver cómo sus párpados estaban igual de hinchados que los míos. Ambas habíamos llorado en la soledad de nuestras habitaciones. Aposté a que Antoine se había pasado toda la noche consolándola y aconsejándola. Me extendí la servilleta de tela sobre el vestido y esperé a que uno de los criados me sirviera agua en la copa. No tenía hambre, más bien sentía náuseas por la tensión que se respiraba. Antoine fue el primero en hablar:

— No parece que hayas descansado demasiado bien.

— Estaba nerviosa — murmuré. Me serví un par de uvas en el plato y dos huevos.

— Ayer fue un día largo — apuntó — Todos terminamos muy alterados.

No pude aguantar más y las palabras salieron de mi boca a trompicones:

— No sé cómo pediros perdón por lo que sucedió ayer — dije sin levantar la vista —. Me tomé a la ligera lo que estaba ocurriendo y traicioné vuestra confianza. No pretendía ofender a nadie. Solo quería poder seguir siendo su amiga...

— No necesito tus disculpas — comentó Antoine —. Lo único que deseo es que dejes de tenerme miedo. Llevo semanas luchando para que te abras a mí. No te pido que cambies, sé que eres una joven reservada, pero somos una familia, ¿no es así? Tú eres mi familia. Yo soy tu familia.

— Lo siento — no supe qué decir. Él había sido uno de mis principales apoyos.

— No te pido que dejes de entablar amistad con ese indígena. Desde que apareció has recuperado la sonrisa y eso era lo que Jeanne y yo queríamos — sonrió comedidamente —. Yo también he cometido los mismos errores que tú: no le conté a mi esposa lo que sabía. Pensé que actuaría precipitadamente porque no puede evitar preocuparse por ti como lo haría una madre, pero tampoco le di la oportunidad de comprenderte — la miró con pesar —. Solo deseo que seas feliz. Tras reflexionar, y a pesar de que lo que hiciste no estuvo bien, puedo llegar a entender que sintieras rechazo por contárnoslo. Estas tierras son complicadas. No sé qué habrás visto, pero me puedo hacer una idea. Eres una buena persona, Catherine. Estás llena de bondad. Sé que no actuaste con maldad.

Las lágrimas me caían por las mejillas y Jeanne se mordió los labios para no caer en el llanto del mismo modo que yo lo había hecho. Nunca conocí a una persona tan íntegra como Antoine Clément. El mundo era demasiado pequeño para albergar la grandeza de su alma.

— Los seres humanos, vengamos de donde vengamos, somos personas, nada más. El resto es accesorio. La riqueza, la piel, el idioma..., no son importantes. Tú has sido capaz de verlo y pensabas que no podrías abandonar París — buscó mi mano y me la estrechó —. Deja de tener miedo, yo estaré aquí para ti. Te defenderé y respetaré a quien lo haga. Ese indígena estuvo dispuesto a entrar en conflicto con nosotros, no por orgullo, sino por ti. Eso me hace admirarlo como a un igual, ya que los dos queremos lo mismo. ¿Sabes por qué abandoné Francia y no volví a hablar con mis padres? — me preguntó de pronto. Negué con la cabeza —. Porque creían que estaba loco por querer luchar por un mundo mejor. Si alguien te increpa por ello, no te ofendas, ellos son los locos. Solo deseo que confíes en mí, ¿lo comprendes?

— Sí... — asentí, sofocada — No volveré a mentirte.

— Bien — amplió la sonrisa —. No pienses que te odio, te aprecio como a una hermana. Todos cometemos errores, poco a poco los enmendarás.

— Gracias — me enjugué las lágrimas con la servilleta. Antoine no me dejaría y aquello me hizo recuperar la alegría.

— Tu hermana — carraspeó, mirando a Jeanne —, está muy disgustada por lo sucedido. Le cuesta no ponerse nerviosa, está muy avergonzada por haberte golpeado y gritado — habló por ella —. Ella solo desea lo mejor para ti.

— Hay muchas cosas que no comprendo — habló de pronto. Lloraba copiosamente. Sus manos se apretaban en torno al vestido —. Estaba muy asustada. Tú eres lo único que me queda. Sin ti, sin mi hermanita pequeña, yo no soy nada. Vivo en continua tensión desde que llegamos aquí. Quebec es peligroso y no quiero que te lastimen. Los... Los... Los indígenas.... Yo... Yo no me siento segura con ellos... Son... — se puso nerviosa —. Si algo o alguien es importante para ti, también debe de serlo para mí, pero debes de entender que no es tan sencillo. No puedo pasar por alto el pavor que me produce verte cerca de... Ellos son...

Quise decirle que la comprendía. No podía evitar hacerlo. En sus palabras, veía el reflejo de mí misma. No era capaz de culparla por pensar de aquella forma: era lo que nos habían enseñado durante años. A decir verdad, era probable que jamás hubiera cambiado de parecer si mi residencia hubiera seguido estando en París. Las casualidades fortuitas me habían llevado a aquel punto de no retorno. Jeanne no era una mala persona, yo lo sabía. Acabaría sintiendo compasión y afecto por ellos si abría su corazón. Yo la ayudaría a quererlos.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora