— ¡Hora de levantarse, señorita Catherine!
La voz de Florentine despertándome me resultó más estridente de lo habitual. Con la sábana a la altura de la nariz, asomé los ojos pegajosos y miré a mi alrededor con el sueño adormeciendo mis sentidos. Las cortinas estaban descubiertas y vi que estaba aún amaneciendo. "¿Qué hora es?", maldije.
— Debe de apresurarse.
¡La subasta de pieles! Lo recordé y salí de la cama como si el colchón estuviera repleto de espinas. En su habitual acierto, mi criada había subido el desayuno en una bandeja para no retrasarme y comencé a engullirlo mientras me peinaba, recogiéndome el cabello en un rodete alto. La mantequilla manchó mis labios y ella me la limpió con su delantal mientras yo me refrescaba el cuello con el agua de la jofaina y hacía desaparecer las legañas.
— Tenga cuidado, se va a atragantar — se rió.
Mis mofletes parecían haber sido hinchados hasta el extremo con el bizcocho de arándanos y necesité un par de minutos para tragar. Rápidamente escogí un vestido anaranjado, no demasiado vaporoso, y estaba terminándome el té con premura cuando Florentine me ayudó a ponérmelo.
— ¡Los zapatos! — se acordó de pronto.
Aproveché para llevarme unas hojas de menta a la boca y mascarlas. Me observé en el espejo y me empolvé un poco las mejillas. No estaba tan mal a pesar de las prisas. Saqué el colgante ojibwa de mi apretado escote y me permití lucirlo sin preocupaciones.
— Señorita, ¡las medias, deprisa!
No pude evitar echarme a reír al tener que introducir las piernas en ellas con toda aquella presteza. Florentine parecía estar más preocupada que yo. Agradecí no haber perdido el equilibrio y me puse los zapatos de tacón, acalorada. Me anudó con perfección el corsé y situó el sombrero sin mover ni un ápice la estable estructura de mi peinado. Las dos dimos un respingo cuando alguien llamó a mi puerta.
— Pase — di permiso.
Se trataba de otra de las criadas. Asomó la cabeza con timidez y nos hizo saber que Thomas Turner estaba esperándome en la parte delantera de la casa con su carruaje. "Justo a tiempo", pensé. Florentine exhaló con tranquilidad, fatigada, y me acompañó hasta el portón de la entrada.
— Tenga cuidado, señorita. La echaré de menos — me estrechó las manos enguantadas con cariño.
— Quiero practicar las vocales cuando regrese, ¿de acuerdo? — le sonreí. Era mi forma de reiterarle que yo también la echaría de menos.
— Por supuesto — respondió, contenta.
Nos despedimos y anduve hasta la verja donde Thomas Turner había detenido su carruaje. Estaba sentado en el asiento del cochero, masticando tabaco, y soltó las riendas al verme aparecer. Bajó de un salto y se apresuró en ayudarme a montar en la parte trasera. Sus manos se sentían diferentes a las de Namid. Como había hecho en la boda, se había afeitado y recortado las patillas. Hasta me pareció captar un rastro de perfume.
— Está usted preciosa, como de costumbre — me saludó con cortesía —. Lamento haber tenido que perturbar sus horas de sueño de esta manera. Debemos de estar en la ciudad a primera hora de la mañana, es la mejor forma para triunfar en una subasta.
— No se preocupe — dije. Tenía unas tremendas ganas de experimentar aquella puja de mercancías — Espero no resultar un estorbo.
— ¡Ni por asomo! — exclamó, volviendo al asiento delantero —. Usted va a atraer a mis clientes como la miel a las abejas. Además, será una buena oportunidad para reencontrarse con sus amigos los indios. No se arrepentirá.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...