Anamikaage - Bienvenida a casa

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Conforme los caballos se alejaban y nos perdíamos en el absolutismo vasto de la llanura, observé el rostro de Jeanne con preocupación. Estaba pálida, tanto que pensé que se desmayaría, y no sabía dónde situar las manos, histérica. Waagosh terminó por cogérselas con fuerza y situárselas por debajo de las suyas, sosteniendo entre los dos las riendas. Había cabalgado en múltiples ocasiones, nuestro padre había sido un gran jinete en vida, pero nunca junto a un indígena. Estaba tan aterrada que ni siquiera tuvo tiempo para dirigirme una mirada fraternal que le asegurara que me encontraba bien, un gesto muy típico en ella. Por el contrario, permaneció la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados, como si estuviera en una pesadilla, y el cuello gacho, preparada para desaparecer de este mundo en cualquier momento. Namid sí que la miraba de tanto en cuando, consternado por si desfallecía o se le ocurría cometer alguna estupidez como saltar del animal en movimiento. A decir verdad, yo también albergué esos pensamientos de desconfianza. ¿Yo había reaccionado de aquella forma tan extremada la primera vez que monté a Giiwedin? "Probablemente fuiste más penosa", pensé, intentando reírme. Sin embargo, yo ya abría los ojos como platos y dejaba que mi cuerpo bailara un tanto sobre el lomo del caballo, segura de no caer. Todavía no me atrevía a controlar al corcel, dejaba que Namid lo guiara, pero no me tomaba aquellos paseos ecuestres como una prueba mortal.

Era totalmente de día, hacía sol a pesar del frío, y me fijé en el camino que seguíamos para llegar al poblado. Sentí la necesidad de memorizarlo. Recordaba que habíamos atravesado la llanura hasta llegar al pequeño riachuelo. Aquel recorrido era ya conocido. Donde nos dirigimos después no. "Hemos girado a la derecha para entrar en el bosque", me fijé. Aunque me esforcé en guardar en mi mente los detalles y direcciones, cuando entramos en la maleza, Namid aceleró el paso y no supe discernir si avanzábamos en recto, por un lateral o haciendo curvas. Todos los árboles me parecían los mismos, igual de altos y oscuros, por lo que desistí. Intenté disfrutar del viaje, pero las arboledas siempre me habían impuesto respeto. Mi abuela solía contar historias de fantasmas, de espíritus que habitaban entre las ramas y hacían que las hojas, ya caídas totalmente por la estación, susurraran lamentos de un amor perdido. Todavía me creía aquellas fantasías. Namid tuvo que advertir mi cautela, ya que soltó una de sus manos de las riendas y me rodeó la cintura, acercándome a él. No lo hizo con ninguna intención poco decorosa, sino con el ademán de hacerme sentir segura. No protesté, a pesar de que mi hermana podía vernos, y apoyé ligeramente la espalda sobre su pecho. Así, juntos sobre Giiwedin, me sentía la mujer más libre del universo.

Abandonamos el bosque y otra llanura ocre se abrió ante nosotros. Miré a Jeanne. Seguía teniendo los ojos cerrados. "Aguantará", afirmé para mis adentros. De nuevo posé la atención en los movimientos de ambos amigos. Viramos a la izquierda hasta alcanzar una superficie rocosa y luego dos veces a la derecha, en puntos imposibles de remarcar como distintos entre sí. Se sabían la ruta de memoria, la habían hecho desde niños, y no necesitaban ningún tipo de indicación. Alcanzamos una especie de lago pequeño y lo atravesamos. Creí que los caballos se asustarían con el contacto con el agua, pero ni se inmutaron. Inspiré, entre calmada por haber llegado y nerviosa por lo que ello significaba, cuando divisé las tiendas a lo lejos. No vivían tan lejos como había imaginado en un primer momento, pero sabían esconderse muy bien.

— ¡Hermana! — la llamé mientras los caballos ralentizaban su marcha.

Jeanne despegó los párpados de inmediato y me miró con la frente sudorosa. Parecía desorientada y aterrorizada.

— ¡Ya hemos llegado! ¡Mira! — extendí el brazo hacia los tipis, el nombre por el que eran conocidas aquellas tiendas.

Ella movió las pupilas hacia la dirección que yo le había indicado y vi cómo fruncía el ceño, con la boca abierta.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora