Onaabam - Escoger

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Me desperté de un sueño brusco con un intenso dolor en el hombro. Los párpados me pesaban con extenuación y un olor a lluvia y sangre me produjo náuseas.

— Quédate quieta, blanca.

Parpadeé con dificultad y distinguí a Desagondensta apoyado en una roca, no muy lejos de mí. Era totalmente de noche y la hoja que estaba afilando brillaba más que la luna.

— Estáis muy débiles — siguió diciendo.

Repentinamente recordé que Thomas Turner estaba gravemente herido y lo busqué, preocupada, con la mirada.

— Sobrevivirá. O eso creo.

"Respira", musité con alivio al verle tumbado, durmiendo, detrás de mí. Estaba pálido, pero respiraba.

— ¿Nunca obedeces? — se quejó cuando me incorporé un poco a duras penas.

— No tengo tiempo para descansos. Debo encontrar al resto.

— ¿Debes? — se rió —. ¿Y el inglés?

— Viene conmigo, por supuesto.

— Lo matarás — me sonrió, consciente de que tenía absoluta razón —. Debe descansar un par de jornadas antes de retomar la marcha.

Le miré fijamente y me costó no lanzarle las culpas de mis desgracias.

— Tus amiguitos ya estarán lejos de aquí, si es que han logrado escapar. Dime, ¿qué demonios haces batallando en esta estúpida guerra? La última vez que te vi no sabías ni disparar.

— Aprendí — respondí con sequedad.

— ¿También has aprendido de lo poco que sirve? — se rió.

Angustiada, sin ánimo de oír su sarcasmo, me acerqué un poco a Thomas Turner y le puse la mano en la frente para comprobar una posible fiebre. Estaba helada como una superficie de mármol.

— ¿Qué le has puesto? — le pregunté al ver una suerte de apósito de hierbas cubriendo la herida del costado.

— Medicina mohawk. Tu hombro está recubierto.

Albergué un pensamiento fugaz con respecto a que, si mi hombro estaba cicatrizando gracias a aquello, Desagondensta había tenido que quitarme la camisa. Sin embargo, no pronuncié objeción.

— ¿Te duele?

Me dolía rabiosamente, mas mayor era el dolor de la separación.

— Puedo soportarlo.

— Te vi matar a aquel general. Era un hombre de renombre, ¿sabes? Estaba en el campamento del marqués cuando os ayudé a escapar — se sentó más cerca.

Todavía tenía sus fluidos repartidos por las manos.

— Sé quién era.

— ¿Memorizaste todas las caras para poder asesinarlos después? — volvió a reírse.

— Ellos acabaron con la vida de mi sobrina.

Los ojos de Desagondensta centellearon con breve sorpresa.

— ¿Cómo dices, blanca?

— Mi hermana perdió al bebé.

Su semblante se contrajo, aunque se contuvo. No en vano había arriesgado su vida por aquella criatura.

— ¿Dónde está ella? — redujo la sorna de su voz.

— Afortunadamente, lejos de aquí. A salvo.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora