Wiindigoowi - Convertirse en un monstruo

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Me senté frente la hoguera, extraviada en mis propios demonios, mientras Namid, Ishkode y Thomas Turner conversaban un poco más lejos, creyendo que no sabía que hablaban de mí. Todavía tenía las manos manchadas de lodo tras haber enterrado a Manon. Lo hice en el mismo lugar en el que mi sobrina había estado reposando. Merecía ese rincón, puesto que había dado la vida para proteger su memoria. Por petición, había cavado sola. Había rezado entre lágrimas por su alma sin más compañía que mi sombra. Namid había accedido, lívido por el gran desconocimiento de las penurias que mi hermana y yo habíamos pasado durante aquel tiempo en el que estuvimos separados, mas ahora escuchaba al mercader con toda su atención. Prefería que él se lo hiciera saber: no me quedaban fuerzas para relatarle las dolorosas experiencias.

Noté cómo sus rostros se contrarían conforme la historia, en boca de Thomas Turner, se tornaba más y más cruenta. Namid entreabrió los labios y buscó mi mirada. Sin embargo, yo estaba escudriñando a Ishkode. Como era costumbre, frunció el ceño, pero la forma de su mandíbula descendió con cierta pena resignada. En aquel momento de rabia, deseé que supiera que, cuando me humilló y me trató como una muñeca de trapo, yo había sufrido como el resto, como ellos.

Antes de que pudieran acercarse, me levanté, portando el arco y el jubón de flechas, y me alejé del improvisado campamento. Me era extremadamente complejo tener que afrontar las pupilas de Namid. Sentía una piedra en la garganta, ardiente como un hierro candente. Desaparecí de allí sin darme la vuelta y, nada más los árboles aparecieron, cargué el arma hacia el tronco. Centré la visión en una de sus nervaduras y apunté. El disparo fue limpio y certero. No contenta con él, disparé una y otra vez hasta que todas las flechas se agotaron. El llanto era incapaz de impedir que acertara al blanco. El objetivo había sido marcado por mi corazón, podría haberlo alcanzado hasta con los ojos cerrados.

— Deberías comer algo.

La grave voz de Namid me interrumpió justo cuando estaba extrayendo las flechas del tronco para volverlas a lanzar sin descanso.

— No tengo hambre — apostillé, llenando el jubón.

Él pareció pensar qué decir, ya que se mantuvo en silencio unos instantes, pero finalmente añadió:

— ¿Por qué no me contaste lo que os hicieron?

Evitando una confrontación, anduve hasta mi posición inicial, muy cerca de la suya, y cargué el arma como si nada ocurriera. La llegada del amanecer sería la única llamada que detendría mi entrenamiento.

— Catherine, te estoy hablando — dijo al ver volar la primera flecha.

— No quiero hablar de ello — respondí entre dientes.

— Catherine...

Me tocó el hombro y me aparté bruscamente.

— ¿Por qué debería de habértelo contado? — le miré directamente —. No nos habíamos visto durante dos años. Todo estaba desmoronándose — reprimí las lágrimas —. ¿Para qué?

— Catherine, baja el arma.

Calmado, puso su mano abierta sobre la parte superior de mi arco y lo hizo descender con suavidad.

— Hubiera querido saberlo.

— ¿Para qué? — elevé el tono —. Ello no habría resucitado a mi sobrina.

Inevitablemente, rompí a llorar.

— Yo, yo..., yo no sabía que...

— ¿Que también había sufrido?

— No de este modo...— me acercó a él. Solo quería esconder mi rostro en su pecho —. ¿Quién os hizo esto?

Aún recordaba sus caras. Sus sonrisas. Las patadas sobre el vientre de Jeanne.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora