Con un estruendoso grito me desperté de una terrible pesadilla. Gotas de sudor me caían por la frente y, cuando quise secármelas con el dorso de la mano, encontré mis mejillas llenas de lágrimas. Respiraba entrecortadamente, sumamente alterada por las visiones que había tenido en sueños, y me incorporé rápidamente para asegurarme de que estaba en mi cama, a salvo. La cabeza me daba vueltas y emití otro chillido asustado cuando alguien abrió la puerta sin llamar, en mitad de la noche.
— ¿Estás bien?
Al instante reconocí la voz preocupada de Étienne. Se quedó en el marco de la puerta, mirándome. Supuse que me habría oído. Tras él, Florentine le dio un pequeño empujón para adelantársele y entrar en mi habitación sin permiso. Me acogió en sus brazos con ansiedad y me preguntó qué me ocurría. La cabeza seguía dándome vueltas con imágenes inconexas.
— Ha sido..., una pesadilla... — tragué saliva —. Siento haberos despertado...
— Mi dulce niña... — me besó la frente —. Traeré más velas.
Cuando Florentine se marchó, Étienne continuó en la puerta. La oscuridad me impedía verlo bien, pero pensé que nuestra conversación durante la cena causaba su reticencia de aproximación.
— Ha sido horrible... — murmuré, consciente de que me estaba escuchando.
Recordaba el sonido de las águilas, un inmenso cielo de color rojo y las palmas de mis manos manchadas de sangre. Eran como fogonazos de unos acontecimientos que, devueltos a la vida real, se habían esfumado nada más abrir los ojos. Estaba aterrorizada.
— No te preocupes, aquí estás a salvo — me dijo —. Los nervios ocasionan mal descanso.
Por segunda vez, Florentine lo apartó de un ligero empujón y llenó la estancia de velas encendidas. Gracias a la luz que irradiaban, vi que Étienne portaba su larga camisa de dormir, casi hasta la altura de los tobillos, sin nada debajo. Ni siquiera había tenido tiempo de ponerse unos pantalones.
— Tráigale una infusión de hierbas calmantes. La ayudará a dormir — comandó.
De nuevo a solas, por fin se atrevió a acercarse. Yo entrecerré los ojos, entre conmocionada y vergonzosa. El pecho me subía y me bajaba constantemente por los nervios y tenía la boca seca. De pronto sentí que Étienne se sentaba en la cama, justo a mi lado, y me cogió de la mano. Nuestras miradas se encontraron y fui consciente de lo mucho que me alegró encontrar una expresión comprensiva y afectuosa después de lo sucedido. Sus pupilas verdes denotaban una inmensa fragilidad interior, la sensibilidad de una margarita meciéndose con el viento en un campo de la Provenza.
— Estás a salvo... — susurró. Me situó varios mechones de pelo revuelto detrás de las orejas y añadió: — Aquí. Conmigo.
Sus palabras me pusieron el vello de punta.
— Nunca permitiré que te hagan daño, Catherine.
Sus dedos descendieron desde el lóbulo de la oreja a mi redondeada mandíbula. Era la primera vez que me tocaba de aquella forma y me sobresalté. Las piernas desnudas se me pusieron rígidas debajo de las sábanas, buscándose la una a la otra. Sus caricias, sin embargo, eran elegantes y medidas. Solo sus encendidas mejillas y pupilas dilatadas mostraban la excitación de sus sentimientos. Estábamos escudriñándonos tan fijamente que hubiéramos podido formar un espejo. Yo estaba totalmente estática, aún más asustada que al principio.
— Ojalá este instante pudiera durar para siempre.
Con lentitud, recorrió la apertura de mis labios y aguantó la respiración. Percibí que jamás había hecho aquello con ninguna mujer y temí que todo se desmoronara. Por el contrario, acogió mis manos entre las suyas y les imprimió un sentido beso. Después apoyó levemente la barbilla sobre ellas, con los ojos cerrados, inspirando con fuerza.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...