Biigoshkaa - Ella se rompe

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Thomas Turner no despertó hasta que dos lunas completas hubieron teñido el cielo. Cuando lo hizo, yo ya había perdido toda esperanza por encontrar al resto.

— Incorpórate despacio. Tranquilo — rápidamente me aproximé cuando él se despertó con brusquedad y miró a su alrededor entre confuso y en guardia —. Estamos a salvo.

Desagondensta estaba sentado en su esquina predilecta, alejado de nosotros, mientras despellejaba una liebre. El mercader no se dio cuenta de su presencia hasta varios segundos después. Cuando lo hizo, todo su cuerpo se tensó entre mis brazos, que lo sostenían.

— Es un amigo — aclaré antes de que pretendiera dispararle —. Él te curó. Su nombre es Desagondensta.

— Es un mohawk — lo miró con desprecio.

— No todos somos de la misma condición, blanco — intervino por primera vez, con su habitual sonrisa socarrona —. Salvé a tu querida Catherine y a su hermana cuando fueron secuestradas.

— ¡Basta! — le grité, consciente de que, independientemente de que fuera beneficioso o no, él siempre buscaba la provocación en el otro.

— ¿Tú fuiste quien quemaste el campamento del marqués? — frunció el ceño.

— Lástima que no muriera — lamentó, encogiéndose de hombros sin más.

Thomas Turner me miró fijamente, como si estuviera preguntándose cómo era posible que yo tuviera esas amistades y que, además, hubieran acudido en nuestro auxilio.

— Debes beber — eludí sus preguntas y le aproximé la cantimplora. Al hacerlo, sentí una punzada de dolor en el hombro vendado y él se fijó —. No es nada, también me curó a mí.

— ¿Qué demonios ocurrió? — dijo tras dar un par de sorbos.

— Estáis solos, amigo — me interrumpió Desagondensta —. Los guerreros ojibwa están a más de tres jornadas de camino, en dirección opuesta.

El inglés volvió a mirarme, aunque esta vez con desolación. Era difícil sostenerle la mirada sin romper a llorar.

— Los encontraremos. Podemos partir de inmediato — quiso ponerse de pie, sin éxito.

— ¿Tú y cuántos más, blanco? — elevó el tono.

— Mantén la boca cerrada — le ordené con la mandíbula apretada.

— ¿Pretendéis introduciros en la boca del lobo? ¿Dos lisiados? — siguió.

— No le escuches... — le susurré, casi a la desesperada.

— Catherine, deja de engañarte a ti misma de una maldita vez — sentenció con autoridad —. Bien sabes que no podéis tomar esos caminos, os expondríais demasiado al peligro.

— ¡¿Y qué camino pretendes que escoja?! — estallé, poniéndome de pie.

Thomas Turner nos observaba, tenso, sin comprender realmente el alcance de la situación.

— Debemos partir de inmediato a la frontera.

— ¿La frontera de Virginia? — murmuró el mercader.

— Sí, la frontera de Virginia.

— ¿Por qué? — inquirí, insegura.

— Porque la batalla será en la frontera de Virginia.

‡‡‡

Fort Necessity; septiembre, 1754

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora