Miigaadan - Lucha

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El diminuto grupo de supervivientes llevaba semanas resguardándose en una diminuta cueva, tan difícil de franquear entre las cordilleras que era inexpugnable para cualquiera que no fuera indígena. Ishkode lideraba la comitiva con su habitual impasividad; pisaba con decisión, superior como un príncipe heredero, sin mirar atrás. Cuando me vio sobre el suelo, inmovilizada por el que había descubierto que era su primo, su expresión se agrietó con disgusto. No esperaba volver a reencontrarse conmigo, tan lejos de casa, tan cambiada. Sin embargo, no me permitió atisbar qué opinión albergaba sobre mi persona: lo apartó de un golpe seco y me miró por encima del hombro, sin ofrecerme una mano auxiliadora. Thomas Turner acudió en mi ayuda enseguida, sujetándome para que pudiera ponerme de pie. Los dos estábamos tan sorprendidos por la aparición de Ishkode que no le solté.

— Seguidme — comandó simplemente.

Desde entonces, llevábamos un largo rato caminando. A lo lejos, la hendidura de la gruta asomaba. Desde mi posición, observé al hermano mayor de Namid. No portaba pantalones, solo una especie de tela amarronada que le cubría hasta la parte superior de los muslos, dejando sus piernas y torso al descubierto. Toda su espalda estaba cubierta de pinturas geométricas de color negro, mas advertí que portaba una ancha venda por debajo de las costillas. Destilaba una inmensa fuerza animal, un rastro de sangre que arrebataba el aliento. No me había dirigido ni una sola palabra de afecto, a pesar de nuestras diferencias, y sentí que no movería ni un solo dedo para colaborar. Un poco más atrás, su primo me taladra con los ojos enrojecidos.

Al arribar, Ishkode emitió un gruñido que ordenó a los suyos que se refugiaran dentro y nos echó una larga mirada. "Nosotros no somos bienvenidos", pensé al ver que todos desaparecían, incluido el joven ojibwa. Nadie desobedecía sus órdenes, o quizá nadie se atrevía a hacerlo. Thomas Turner cruzó los brazos en torno al pecho y dijo:

— ¿Vas a ejecutarnos?

El mercader también había captado su hostilidad y no escatimó en sinceridad, dirigiéndose a él en inglés. No lo había visto en más de dos años y las rodillas me temblequeaban con angustia. Si Ishkode estaba aquí, ¿dónde estaría Namid?

— Sentar — nos pidió con seriedad, respondiendo en la misma lengua. Ambos lo hicimos, sobre unos salientes puntiagudos, y él se tomó su tiempo para continuar —. ¿Qué hacer aquí?

Aunque se refiriera a los dos, solo clavaba sus ojos en los míos. ¿Por qué me detestaba de aquella forma?

— Hemos venido a...

— ¿Qué hacer tú aquí? — me señaló.

¿Por qué me trataba de la misma manera? Yo no era esa persona que él recordaba.

— Nosotros también nos alegramos de verte — ironizó Thomas Turner.

— Peligroso — apuntó —. ¿Qué hacer aquí?

— ¿Así tratas a la ayuda?

— ¿Ayuda? — le miró —. ¿Qué ayuda?

— Amigo, ¿estás ciego? Creo que todo un clan de los tuyos ha sido masacrado.

Él bufó y nos dio la espalda.

— No es guerra vuestra. Regresar a casa.

— Mira, estamos hartos de que nos digan que regresemos a casa —respondió—. Dinos algo que no sepamos.

Ishkode le mantuvo la mirada y noté que estaba cargada de cólera.

— Ser fugitivos — suspiró —. Esconder porque ejército mata. No quedar guerreros, yo guiar a las llanuras, lugar seguro.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora