Zhaagwenim - Él tiene dudas

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El agua hirviendo de la taza de hierbas medicinales que me preparó Florentine no fue capaz de arrebatarme el frío que sentía en el pecho. Acurrucada en el enorme sillón del saloncito de Jeanne, hundí el rostro entre las rodillas recogidas por los brazos y observé las llamas de la chimenea. Era noche cerrada, cosida por una copiosa tormenta de nieve, y las sombras que producían las llamas me recordaron al sonido que el filo del hacha había producido al batirse en el aire.

— ¿Puedo pasar?

Elevé las cejas al distinguir a Antoine en el marco de la puerta. Rápidamente asentí y él se sentó muy cerca de mí. Thomas Turner había regresado de vuelta a su casa hacía rato, después de su reunión privada con el arquitecto, y pensé en las ganas que tenía de dormitar junto a Jeanne.

— ¿Te sientes más sosegada? — fue lo primero que dijo.

¿Cómo demonios me sentía?

— ¿Cómo está? — respondí con otra pregunta que se refería a Honovi.

Antoine se miró las palmas de las manos y se tomó un par de segundos.

— Dentro de lo que cabe, bien. Está fuera de peligro. Los muñones cicatrizarán.

Pretendía resultar sereno, como yo, pero ambos estábamos temblando por dentro. La situación se nos estaba quedando demasiado grande, como unas medias anchas o unos zapatos ajenos.

— Yo...

— No hace falta que digas nada — intervine con calma. Interiormente, y por mucho que me costara admitirlo, una parte de mí se había rendido.

— Hubiera deseado que todo fuera distinto — continuó con un suspiro.

Pero no lo era: aquella era la verdad. Existían múltiples puertas traseras, por las que Jeanne y yo huíamos de Annie y de nuestros primos cuando jugábamos a escondernos, pero llevaban a un pasadizo sin salida. El mundo era violento, injusto, inmensurable.

— Sigue vivo — intenté consolarnos vagamente.

Pensativo, añadió:

— Decidió rechazar el destierro por nosotros, por ti — escuchar aquellas palabras me hacía daño —. Thomas Turner me ha propuesto seguir con la escuela.

A pesar de la tristeza, conocer las pretensiones del mercader me hizo sonreír. "Es la persona más temeraria que conozco", pensé.

— Es demencial — se echó a reír por el absurdo —. Pero tiene razón, ¿no crees, Cat?

Yo no sabía qué pensar ni qué creer.

— ¿Cómo? Ya no hay escuela. No podremos construirla hasta que pase el invierno.

— Sí que hay una escuela — me tomó de las manos, sonriéndome.

"¿Dónde?", fruncí el ceño.

— Aquí.

— ¿Qu-qué?

— Les enseñaremos aquí. Tenemos muchas habitaciones libres, incluso podríamos habilitar el establo — amplió su sonrisa.

No oculté mi escepticismo. Estábamos provocándoles.

— Pero...

— No les tengo miedo — repuso, decidido —. No podrán arrebatarnos nuestra escuela, le pese a quien le pese.


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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora