El pitido del despertador me sacó de mi másdulce sueño. Sin abrir los ojos tanteé con la manomi mesita de luz para apagar el ensordecedoraparato. Fue inútil. Indiscutiblemente seguíasumamente dormida. Abrí los ojos con totaldificultad. Prendí el velador. La luz me provocóuna ceguera temporal. Mis ojos tardaron variosminutos en acostumbrarse. Seis de la mañanamarcaba el reloj. Me incorporé de la cama conlentitud y me dirigí hacia el baño con pasostorpes. Una ducha caliente seria reconfortante. Amedida que el agua golpeaba mi cuerpo recordémi tan explosiva adolescencia vivida en elRockland School. Sonreí con satisfacción antetanto recuerdo.Al cabo de media hora con mi bata de toallapuesta me encontraba frente al placard, abiertoéste de par en par. Me vestí lentamente, sequé mipelo lacio que rozaba mi cintura. A diferencia delaño pasado, esta temporada llevaba flequillo.Dicen que cada vez que uno comienza una nuevaetapa debe renovarse. Cuando ya estaba todo enorden tomé mi bolso y bajé a la cocina.
-¡Buenos días hija!- dijo mamá.
-¿Qué tal amaneciste?- preguntó papá, quien memiraba por encima del periódico.
-Bien... tengo mucho sueño- dije refregando misojos.
Me senté junto a mi familia. Jorge, mi papá, eracontador. Su vida se perdía en un mar denúmeros cada día. María, mi mamá, era arquitectaal igual que mi hermano mayor, Patricio. AnaLaura, mi hermana, estudiaba psicología. Era suúltimo año.
-¿Nerviosa hermanita?- me preguntó Pato altiempo que saboreaba su cortado.
-Muy- logré esbozar.
-Es sólo el primer momento... ya te vas aacostumbrar... es una etapa re linda- me alentómi hermana, ya toda una experta.
Terminé mi desayuno y tomé mis cosas para salirde allí. Al cabo de media hora de viaje encolectivo me encontré frente a la gigantescainfraestructura de la Universidad de Filosofía yLetras. Miré a mí alrededor más de una vez.Suspiré y me dispuse a subir las escalinatas.
Seis y treinta de la mañana marcaba mi celular altiempo que comenzaba a soñar con la voz de LiamGallagher, cantante de Oasis. Me incorporé aregañadientes maldiciéndome por habermequedado hasta tarde en la computadora. Contorpeza y llevándome todo puesto ingresé al baño.Tomé una ducha tibia con el propósito dedespabilarme. Al cabo de una hora ya estaba amedio vestir. Jean, zapatillas, remera celestemanga corta con diseños en bordó. Busqué unbuzo que me abrigase del frío matutino. Midepartamento era un verdadero caos. Parecía unaverdadera batalla campal. Esto de vivir solo nome iba para nada bien. Nací en Bahía Blanca.Gran parte de mis años los pasé allí. Un pueblochico. Todos nos conocemos con todos. Pueblochico, infierno grande. A fines de la temporadapasada me preparé para un examen de granimportancia. Las mejores cinco notas obtendríanuna beca. Mi colegio, Spring Collage, tenía unconvenio con la Universidad de Buenos Aires.Tanto estudio provocó que obtuviera el tercerlugar. Dadas las circunstancias mis padrescompraron un departamento en Capital Federal,Buenos Aires. Más precisamente en el barrio deBelgrano. Tanto mis padres, Fernando y Claudia,como mis hermanos, Juan Bautista y MaríaFlorencia, quedaron en Bahía. Los extraño porsobre todas las cosas. Pero más extraño lacomida y limpieza de mamá. Una mano femenina aeste departamento no le vendría nada mal. Mamáes secretaria en una Fiscalía. Papá es el fiscal.Mis hermanos aun van al colegio. Bautista alsecundario y Florencia al primario. Tienen quincey diez años, respectivamente.A mis dieciocho años mis viejos me compraron unauto. Un clio negro. Ese es mi segundo hogar. Alcabo de media hora estaba frente a la Facultad deFilosofía y Letras. Indudablemente la escrituraera lo mío. Suspiré con desgano y subí lasescalinatas. El edificio era un mundo a parte.Gente que iba y venía.
En ese momento el edificioera compartido por los estudiantes de Filosofía yLetras, como yo, y los estudiantes de Bioquímica.Se comentó que el edificio de esta última carrerase encontraba en refacción. Dadas lascircunstancias, supuse que había más gente quede costumbre. Subí hasta el quinto piso. Hombresy mujeres por doquier. Se notaba que algunos seconocían del colegio porque habían armadopequeños grupos antes de ingresar a clase. Oquizás era gente desconocida pero muy sociable.Al fondo del hall vi sentada a una chica. Seapoyaba contra la pared y sobre sus piernascruzadas había un gran bolso color marrón. Teníauna mirada temerosa.
-Y vos... ¿Quién sos?- pregunté como quien noquiere la cosa.
-¿Cómo?- me dijo confundida.
-Disculpame... ¿estas para Filosofía y Letras?- lepregunté descaradamente. Alzó la vista y laencontré mucho más linda de lo que suponía.
-Sí... ¿vos también?- me dijo con una sonrisatorcida y con voz temblorosa. Me senté a su ladoimitando su postura.
-Así es... Juan Pedro Lanzani... un gusto- le dijeestrechándole la mano y con una sonrisa de lado.
-Mariana Espósito- dijo estrechándome la manoy sonriente.
-Peter- dije. -¿Eh?-Peter... me dicen Peter...
-¡Ah!... Lali... prefiero Lali.
Siete de la mañana anunció el noticiero en latelevisión, la cual se prendió espontáneamente.¡¿Cómo que las siete de la mañana?! Perfecto. Mequedé dormida el primer día de clases. Melevanté de un salto de la cama. No tenía tiempopara una ducha relajante, por lo que en menos dediez minutos ya estaba fuera de la bañadera. Alsalir del baño me tropecé con cuanta cosa se mecruzó en el camino, lo que provocó los gruñidosde mi hermana Eugenia, un año mayor que yo.Nacimos en Mendoza, Argentina. El año pasado,al término del colegio, mi hermana había decididoestudiar Diseño Gráfico en la Universidad deBuenos Aires. Mis padres, Emilia y Salvador,compraron un departamento para ella en el barriode Belgrano. Esta temporada terminé el colegiocon un promedio de diez absoluto, por lo que mebecaron para ingresar a cualquier universidad enBuenos Aires.
Nunca me gustó destacar, por loque opté por inscribirme en la Universidad deBuenos Aires en Filosofía y Letras. No era justoque mi hermana fuese a una universidad pública yyo a una privada. Hacía una semana nos habíamosinstalado con mis padres en casa de Euge. Creíque la noticia le desagradaría por completo, peropara mi sorpresa lo tomó mejor de lo esperado.Supongo que durante todo este año que pasó soladebe de habernos extrañado. Al menos un poco.Luego de un rápido desayuno en familia, papá nosllevó en su auto. Papá es médico forense. Mamáes escritora. Siempre admiré su costado artístico.Trabajó como profesora de Literatura en el EliteWay School, colegio al cual fuimos junto a mihermana.Primero dejamos a Eugenia en el edificio deDiseño Gráfico y Textil de Indumentaria. Diezminutos más tarde ya me encontraba frente a laFacultad de Filosofía y Letras. Subí lasescalinatas como un rayo veloz. Al tiempo quetrotaba por los pasillos oí que el profesor de laprimera materia estaba tomando lista.
-¿Igarzabal?- preguntó. Corrí lo más que pude. -¿Igarzabal no está?- repreguntó.
-Sí, sí, acá... presente... soy yo... RocíoIgarzabal- dije al tiempo que abrí la puertadesaforadamente. Sentí que las mejillas me ardíande la vergüenza. Sentí unas cuantas miradassobre mí.
-Pase, por favor... tome asiento- me dijo elprofesor. Disimuladamente le sonreí convergüenza y me dirigí al fondo del salón. Meacerqué a una grada poco ocupada. Sólo habíauna chica que me sonreía con dulzura,trasmitiéndome paz con su mirada, y un chico quetenía dibujada en su cara una sonrisa torcida.Irradiaba la misma tranquilidad que ella. Sonreívergonzosamente y me senté junto a ellos.