Capítulo 4.

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Los áureos rayos del sol se filtraban por las grietas de las persianas en la habitación de Tara. Zayn, dormido como estaba, cogió la sabana con fuerza y se cubrió el cuerpo entero, de cabeza a pies.

Tras haber estado cerca de una hora contemplando el firmamento, aquella hermosa bóveda celeste junto a Tara, y hablando sobre Oliver y la misteriosa razón de su llamada, la cual le aceleraba el corazón a Tara cada tres por cuatro, se decidieron a entrar dentro cuando las mantas ya no eran suficientes para cubrirlos del frío que los atestaba de pies a cabeza.

La madre de Tara abrió la puerta de la habitación a las diez y media de la mañana, solo para echar un vistazo. Su hija dormía acurrucada entre las sábanas y varios peluches, y Zayn, en la otra cama, respiraba pesadamente con una pierna fuera de lugar y varias mantas revueltas por encima. Sonrió y volvió a cerrar para dejarlos dormir un rato más.

Dos horas después, sonó el timbre de la casa, y los chicos volvieron a revolverse en las camas. Abajo empezaban a escucharse voces de hombres y mujeres entablando distintas conversaciones. Zayn podía oírlas, pero prefería alejarse de la realidad y volver a su mundo donde no había más que una nube sobre la cual podía pasarse el día durmiendo.

Algo se subió a la cama. Zayn se extrañó. Luego se escuchó una risita y sintió dos tiernos y pequeños besos en la mejilla.

―Tara...―Refunfuñó―Vuelve a tu cama y déjame dormir un rato más-Otro beso―Hablo en serio, Tara. Nece...―Abrió los ojos y cuando lo hizo, se percató de que la chica que estaba a su lado no era Tara.

―¿Hayley?―Murmuró Zayn.

La pequeña de tres años soltó dos carcajadas y se montó sobre Zayn.

Hayley era la hermana pequeña de Tara. Una niña rubia con largas, perfectas y hermosas ondulaciones que le caían firmemente por la espalda, unos ojitos oscuros y redondos, una nariz pequeña y unos labios dulces y rosados. Tenía tres años y era tan tierna que a veces daban ganas de comérsela.

Tara siempre había cuidado de ella como si fuera su vida entera, le enseñaba todo lo que podía, la sacaba al parque e incluso a veces se la había llevado cuando salía con sus amigos. De ahí venía el enorme afecto que la pequeña Hayley tenía por el mejor amigo de su hermana. Se había encaprichado con él desde el primer momento y que Zayn se comportara como un padrazo con ella había ayudado a fomentar la relación.

―¡Hola, Zayn!―Gritó, abrazándose a él.

A Zayn se le escapó un quejido, ya que aún estaba medio dormido y estaba débil. Luego abrió los brazos y rodeó la espalda de la niña para devolverle el abrazo.

―Hola, pequeña―Murmuró, con voz de dormido―¿Qué haces aquí?

―Mami me dijo que estabas en casa―Contestó, aún escondida en el pecho de Zayn.

―Oh... Pero despertaremos a Tara si hacemos mucho ruido―Zayn ladeó la cabeza a un lado para poder tener vista de su mejor amiga. Una tierna sonrisa se le dibujó cuando la vio allí tumbada, escondida entre las sabanas.

―Uy―La pequeña se llevó una mano a la boca, haciendo un gesto gracioso.

Zayn rió y se incorporó un poco. Miró su muñeca, en la que llevaba un reloj y comprobó la hora.

―Creo que debería arreglar las cosas e irme ya.

―¡No!―Gritó Hayley. Y Zayn le lanzó una mirada de sorpresa, pero ya era demasiado tarde.

Tara se quejó, dio varias vueltas en la cama y abrió los ojos.

―¿Zayn?―Refunfuñó―¿Hay?

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