Capítulo 57.

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―¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡¡Maldita sea!! ¡¡Son todos unos inútiles, unos fracasados!! ¡¿Cómo demonios han podido escapar?! ¡Los teníamos a todos a tiro, teníamos incluso a la putita del desgraciado de Lucas y ha escapado también! ―Gritó a sus hombres, impotente, sintiéndose como un fracasado por primera vez. Ahora no tenía nada que pudiera asegurarle una venganza. Pronto debería empezar a actuar de verdad o las cosas podrían torcerse y complicarse aún más.

―Vino a buscarla...―Murmuró uno de sus hombres con temor. No quería alzar mucho la voz ni quería decir algo que pudiera enfurecerlo aún más. No sabían de que podía llegar a ser capaz.

―¡Claro que vino a buscarla! ¡Está ciegamente enamorado, joder! ¡Y deberían haberlo sabido! ¡Deberían haberlo matado en cuanto entró por la puerta! ¿Pero qué ha ocurrido? ―De repente, su tono de voz disminuyó y esbozó una irónica sonrisa. Posó la mirada sobre Hugh, quien tenía la nariz rota y un diente partido, y volvió a hablar―Que el estúpido de Hugh estaba borracho y fue incapaz de defenderse ante un inútil como Lucas. ¡Y mírate como estas ahora! ¡Debería matarte por ser tan despreocupado, maldito imbécil! ―Rugió entre dientes y paseó su maléfica mirada por encima de todos los hombres que estaban bajo su tutela. Minutos después, pareció soltar todo el aire que acumulaba en sus pulmones y se relajó. Se pasó una mano por su cabello corto y luego buscó a Richard. ―¿Has conseguido traer a la chica?

―Sí―Contestó el hombre, alto y corpulento―. Está esperándote en tu despacho.

―Bien―Y sin decir más palabras, se alejó.

En cuanto estuvo frente a la puerta de su despacho, respiró hondo y se repitió mentalmente en el interior de su cabeza lo que tenía que decirle a aquella puta para que lo creyera y aceptara el trato.

Abrió la puerta y se adentró en el interior. Se sentó frente al escritorio y clavó sus profundos ojos en los de Erika.

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Hayley besó la mejilla de Anna, le dio las buenas noches, saltó de la cama y corrió hasta el baño, donde se encontraba Lucas. Hayley fue dando saltitos y cantando a toda voz. En cuanto entró, su hermano mayor le tiró la camiseta en la cabeza graciosamente y Hayley sacudió la cabecita para quitársela de encima. Cuando miró a Lucas, este le sonreía, pero ella no pudo si no posar sus pequeños y claros ojos sobre las heridas que surcaban la morena piel del abdomen y los pectorales de su hermano.

Lucas se agachó.

―Ven aquí, Terremoto―La cogió en brazos y Hayley le besó la mejilla. Desde que Hayley había aprendido a caminar por sí sola, Lucas se había acostumbrado a llamarla Terremoto. Normalmente era una buena niña, muy pacífica y obediente, pero cuando no, era un trasto, una rebelde sin causa que no se estaba quieta. Un auténtico Terremoto―Ya estás que no paras, ¿eh?

Lucas la miró a los ojos y se percató de que la pequeña le estaba mirando las heridas. Colocó las pequeñas manitas sobre la caliente piel de Lucas, sobre las heridas, y se estremeció al notar lo que quedaba de ellas. No tenían pinta de que algún día las marcas fueran a desaparecer.

―Te hicieron pupa...―Murmuró Hayley.

―Sí―Contestó Lucas, recordando todo el dolor y las veces que la sangre se había derramado por su piel. No quería que Hayley sintiera jamás todo lo que él había sentido. ―Pero ya no volverán a tocarme nunca más―Le besó la coronilla y prolongó el beso. Hayley olía a bebé. ―Deberías bajar ya con Tara y Zayn. Es hora de que te acuestes, pequeña.

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