Capítulo 90.

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Dos días después, aún faltaban sonrisas sinceras en el rostro de los cuatro jóvenes. Hayley se mostraba neutra. Era demasiado pequeña para comprender tantas cosas, para sentir el dolor y el terror que habían sentido y aún sentían sus hermanos.

Habían estado alojándose en un hotel las dos últimas noches y habían sido obligados a prestar declaración ante la policía sobre todo lo ocurrido. Tara había contado todo lo que había ocurrido, había tenido que contar incluso como empezó su relación con Zayn, muy duro a su pesar, y había contado todo los detalles sobre los problemas que hubo entre ella, Zayn y Oliver. Anna también explicó su situación durante los dos años que estuvo desaparecida, y Lucas tuvo que recordar los horrores por los que le hicieron pasar mientras estuvo apartado de su familia.

Se habían encontrado con sus padres allí. La madre de Zayn y la de Tara lloraban desesperadamente, no querían acabar entre rejas, y mucho menos perder a sus hijos, pero eso ya era algo que había ocurrido. Ni Zayn ni Tara los perdonarían jamás. No podían. Su corazón no estaba preparado para hacerlo.

En dos semanas, la familia Malik y la familia de Tara estarían frente a un juez. Su futuro estaba en las manos de un hombre con túnica negra.

Tara golpeó la puerta de la que alguna vez fue su casa.

Su madre abrió enseguida. Tenía los ojos rojos y le temblaban los labios. Iba a abrazarla, pero Tara se apartó. Tras ella estaba su hermano, Anna, Zayn y Hayley.

—Llama a los padres de Zayn. Hoy vamos a poner punto y final a esta familia que ha crecido entre secretos y mentiras.

Diez minutos después, la única que se encontraba sentada en el sofá era Hayley. Todos los demás estaban de pie, algunos cruzados de brazos, mirándose entre ellos con algo que era difícil de definir. ¿Odio, rabia, tristeza, compasión?

—Estos últimos días no hemos hecho más que pensar en todo lo ocurrido—empezó a decir Tara—, en todo por lo que hemos pasado, lo que hemos sufrido, lo que nos habéis hecho...

—Nosotros también estamos sufriendo, Tara—adujo su padre.

—Lo sabemos—contestó Lucas—, pero no habéis sido vosotros los que habéis estado dos años encerrado entre cuatro paredes, rodeado de personas que se reían de ti, te trataban como un juguete y se desfogaban con tu cuerpo cuando les daba la santa gana. Y todo por vuestra culpa—los señaló con el dedo índice, rechinando entre dientes.

Anna le agarró la muñeca antes de que perdiera el control.

Lucas se levantó la camiseta y les mostró varias de las cicatrices que tenía a lo largo del abdomen y cintura.

—Esto me lo habéis hecho vosotros, con vuestras mentiras y secretos, con vuestra inmadurez.

—Éramos unos...

—Sí, sí, ya sé que erais unos adolescentes y todo ese rollo.

—Nos hicisteis creer que os habíais conocido el día en que nacimos Tara y yo—dijo Zayn, mirando a su madre y a Mary, los tres tenían los ojos llorosos. Tricia nunca había visto a su hijo llorar y eso le rompió el corazón. Un vacío impenetrable se había apoderado de ella, de todo su ser, y ese espacio jamás volvería a ser ocupado por nada ni nadie. Era una especie de alma muerta.

—Zayn, hijo, no sabes cuánto lo siento, de verdad. Te quiero. Eres lo más importante de mi vida. Yo no pretendía causarte todo este dolor, pero tienes que entenderme, tienes que entendernos a tu padre y a mí. Nosotros no queríamos involucrarte en esto.

—Pues conseguisteis todo lo contrario. Felicidades.

Los adultos agacharon la cabeza, abatidos.

—Sólo hemos venido a deciros que hemos terminado. La familia se ha roto. Ya no hay nada que nos una.

—¿Qué? —El rostro de Mary se contrajo en una horrible expresión— ¡No digas eso, Tara! ¡Somos tus padres! ¡Claro que hay algo que nos une!

—Ahora ya no—dijo ella, con la garganta seca. Las palabras empezaban a fallarle. Quería cerrar la boca y los ojos, desaparecer, encerrarse en una habitación a oscuras donde solo pudiese escuchar su propia respiración hasta que ésta la calmara y la acunara, como si fuera una niña recién nacida.

—¿Qué se supone que debemos hacer? —preguntó Zayn, casi deseando que le dieran una respuesta razonable y justa— Papá, mamá. Os quiero. Siempre lo haré, pero esto... No puedo perdonaros. Estuve... Estuve al borde de la muerte por vuestra culpa. Estuve en un hospital sin saber que estaba abandonando este mundo. No podéis ni haceros una idea de lo que llegó a sufrir Tara. Es que...—se llevó una mano a la cara— Es que nos habéis destrozado la vida.

—Nosotros no pretendíamos... Hijo, por favor—Tricia se echó sobre él, necesitaba abrazarlo, rodearlo con sus brazos, sentirlo cerca.

Zayn la rechazó.

—No me toques... No me toques, por favor. Un abrazo no va a hacer que te sientas mejor, no va a solucionar nada, porque esta es la última vez que vamos a vernos.

—Nos vamos de la ciudad—prosiguió Lucas. Sus padres lo miraban con unos ojos enormes y llenos de lágrimas, sin dar crédito a lo que decían los niños. Aquello no estaba pasando—. Tenemos un vuelo para pasado mañana. Cogeremos nuestras cosas y nos marcharemos. Nada nos retiene aquí. Empezaremos una nueva vida, desde cero, en un lugar donde nadie nos conozca, donde nadie sepa nuestros nombres, un lugar donde nadie pueda hacernos daño.

—¡No podéis iros! —gritó Tricia estallando en llanto—¡Sois nuestros hijos! ¡Necesitáis que cuidemos de vosotros!

—Ya somos suficientes mayores como para cuidar de nosotros mismos. Nos las apañaremos bien sin vosotros—eso era lo último que sus padres querían escuchar. Fue devastador—. Además... No hace falta que esperemos dos semanas para saber lo que va a pasar con vosotros.

—No está todo dicho aún, Lucas—replicó su padre con una mirada fría.

—¿Me estás diciendo que eres tan incrédulo como para pensar que no vas a pagar por lo que le hiciste a aquella chica cuando apenas eras un adolescente? Lo siento, papá, pero estás equivocado.

Hubo un breve silencio solo interrumpido por el llanto de los padres de Zayn y de Mary. Los demás se aguantaban las ganas de echarse al suelo y soltarlo todo.

—Nos vamos—concluyó Tara.

Sin abrazos, sin besos. Sólo lágrimas. Los mayores vieron como los adolescentes se encaminaban hacia la puerta sin girar la cara. Era el fin de una familia rota.

—¿Tara?—la voz de Hayley llamó a su hermana. Le temblaban las manos, y por su expresión y mirada era evidente que estaba asustada, que no sabía lo que estaba ocurriendo pero que una parte de ella era consciente de que una vez sus hermanos salieran por esa puerta no volvería a verlos.





Los cuatro se giraron. Lucas y Tara clavaron una triste mirada sobre su hermana pequeña y luego miraron a sus padres.

—Hayley no se va a ninguna parte—Mary la cogió en brazos—. Es menor de edad, tan solo tiene cuatro años, y nosotros somos sus padres.

—Tienes razón—convino Lucas—, pero dentro de dos semanas estará sola. ¿Qué piensas hacer?

Mary retuvo las lágrimas una vez más. El labio inferior le temblaba de manera brutal.

—Mami...—Hayley le acarició la mejilla.

—Eres su madre y tienes toda la potestad sobre ella, pero cuando tú no estés para cuidar de Hayley, alguien tendrá que hacerlo por ti, y ahí estaremos nosotros.

—Vendremos a buscarla dentro de dos días, antes de coger el avión—concluyó Lucas—. Tenéis hasta entonces para decirle lo que tengáis que decirle. Adiós.

Y sin más, abandonaron la casa, y abandonaron también los corazones de las personas que los habían traído al mundo.

Heart's SmashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora